¡No valga la redundancia!. Juan Domingo Argüelles

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Название ¡No valga la redundancia!
Автор произведения Juan Domingo Argüelles
Жанр Учебная литература
Серия Studio
Издательство Учебная литература
Год выпуска 0
isbn 9786075572475



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la “autousan” con tanta “autoautoridad” (¡vaya que son valientes!). En la cuarta edición de la versión española del libro Guía de películas para el despertar, de David Hoffmeister, leemos lo siguiente:

       “Cuando se limpian de la mente los últimos vestigios de autoduda, se trasciende el mundo”.

      ¡Uy, qué profundo! Pero más allá de esta chabacanería, lo correcto es decir y escribir:

       Cuando se limpia la mente de dudas, se trasciende.

       Van algunos ejemplos de esta barbaridad redundante, de gente que se asume como cultísima: “¿Qué hacer frente a la autoduda?” (¡consultar el diccionario!), “gánale a la audoduda”, “la autoduda lleva la mayoría de las veces a vivir un proceso destructivo”, “la autoduda refleja un proceso autodestructivo” (sí, la gente se autodestruye a causa de no consultar el diccionario), “lo he perdido todo gracias a un abismo de autoduda”, “la autoduda es un proceso autodestructivo que aparece en personas que se juzgan muy duramente”, “a veces, los momentos de autoduda te atacan sin previo aviso”, “autoduda y libre albedrío”, “de la autoduda a la seguridad”, “para los días inevitables en los que crece la autoduda, tenemos exactamente la verdad interior que necesitas” (los vendedores de humo, listos siempre a desplumar incautos), “animarlos a que pasen por la audoduda y a dar pasos hacia una mayor confianza en sí mismos”, “te entregas al escapismo, a la autoduda”, “la autoduda es muy intensa y está haciendo que este gran sueño por el que he trabajado tanto sea demasiado estresante como para disfrutarlo”, “lo ideal es romper con el círculo de autoduda”, “las autodudas se generan cuando juzgamos a nuestras habilidades como inadecuadas”, “las autodudas, junto con la baja tolerancia a la tensión, son las raíces de las conductas de postergación y evitación”, “el TC no está para autodudar frente a los poderes del Estado”, “autodudar de tus capacidades según todas las cosas que te dijeron”, “yo lo puedo autodudar pero los demás no”. ¡Y basta!

       Google: 4 230 resultados de “autoduda”; 1 000 de “autodudas”.

       Google: 282 000 resultados de “autoamor”.

       Google: 51 500 000 resultados de “autoestima”; 9 020 000 de “amor propio”; 2 720 000 de “baja autoestima”; 604 000 de “autoestima baja”; 270 000 de “alta autoestima”; 137 000 de “poca autoestima”; 69 100 de “gran autoestima”; 51 300 de “autoestima saludable”; 19 700 de “pobre autoestima”; 16 500 de “nula autoestima”.

      15. anciano, ¿anciano senil?, senil, viejo, ¿viejo senil?

      Si consultamos el Diccionario de uso del español, de María Moliner, sabremos que el sustantivo femenino “senilidad” es sinónimo del sustantivo femenino “vejez”, y que el adjetivo “senil” significa, literalmente, “de la vejez”. En esto coincide el Clave, Diccionario de uso del español actual: “senil. adj. De la vejez o relacionado con ella”. Sin embargo, mucha gente supone que, al calificar a un “anciano” de “senil”, le añade algo diferente a su condición de “anciano”. Esto es lo malo de la hipocresía del piadosismo y de la falsedad del eufemismo, propias de la lengua política, que han abolido el recto sentido de los términos “anciano” y “viejo”, sustituyéndolo por un inexacto, informe y resbaladizo “adulto mayor”. Con propiedad idiomática, deberíamos referirnos a un hombre “senil” o a una mujer “senil”, pero no a un “anciano senil” ni a una “anciana senil”, pues la “ancianidad” es correspondiente, y equivalente, de la “senilidad”. Imposible es la existencia de un niño “senil” (aunque nos atraiga la ficción de F. Scott Fitzgerald, llevada al cine, El curioso caso de Benjamin Button), del mismo modo que no hay adolescentes ni jóvenes “seniles”. El diccionario académico define del siguiente modo el sustantivo femenino “ancianidad”: “Último período de la vida ordinaria del ser humano, cuando ya se es anciano”. Ejemplo: Lo peor de la ancianidad es cuando ésta llega con sus amigas enfermedad y soledad. El adjetivo y sustantivo “anciano” (derivado del latín ante: “antes”) se aplica a la persona “de mucha edad”. Ejemplo: En el momento de su muerte, era un anciano solitario. Vayamos ahora al significado del sustantivo femenino “senilidad”. Posee tres acepciones en el diccionario académico: “Condición de senil”, “edad senil” y “degeneración progresiva de las facultades físicas y psíquicas”. Ejemplo: A diferencia de Pushkin y Chéjov, que murieron a los 37 y 44 años, respectivamente, Tolstói alcanzó la senilidad. El adjetivo “senil” (del latín senīlis) se aplica a lo “perteneciente o relativo a la persona de avanzada edad en la que se advierte su decadencia física”. Ejemplo: Tolstói era un hombre senil cuando murió en 1910, a los 82 años. Queda claro que “senil” es un opuesto o antónimo del adjetivo “juvenil” (del latín iuvenīlis): “Perteneciente o relativo a la juventud” (DRAE), pues “juventud” (del latín iuventus, iuventūtis) es la “condición o estado de joven” que se corresponde con “energía, vigor, frescura”, todo lo contrario del período “senil” y de la “senilidad” o “vejez”. Ejemplo: Raymond Radiguet era un escritor juvenil cuando murió en 1923, y, pese a su juventud, dejó una obra maestra: El diablo en el cuerpo. Es probable que la mayoría de las personas que ignora el significado del sustantivo “senilidad” y el adjetivo “senil” confunda a éstos con el sustantivo “decrepitud” y el adjetivo “decrépito”. Con propiedad, podemos afirmar que todos los “ancianos” son “seniles”, pero no necesariamente todos son “decrépitos”, pues el adjetivo “decrépito” (del latín decrepĭtus) significa “muy disminuido en sus facultades físicas a causa de la vejez” (DRAE). Ejemplo: A sus 78 años no mostraba una condición decrépita. Pongámonos de acuerdo: se puede ser anciano o viejo sin evidenciar “decrepitud” (“condición o estado de decrépito”), pero no se puede llevar la “ancianidad” sin “senilidad”, pues ambos sustantivos son sinónimos. De ahí que decir y escribir “anciano senil” o “viejo senil” es incurrir en redundancias. En cambio, la expresión “demencia senil” es correcta, pues se trata del síndrome que consiste en el deterioro de las capacidades psíquicas, en particular cognitivas, del anciano, y es una demencia, como su nombre lo indica, del período de la ancianidad, cuando se encuentran muy disminuidas las facultades físicas y psíquicas. Pero se equivocan quienes creen que toda “senilidad” implica “demencia”, pues “senil” no es sinónimo de “demente” (“loco, falto de juicio”). Toda “senilidad” implica “ancianidad” porque, como ya advertimos, se trata de sustantivos sinónimos, y nada se agrega al calificar al “anciano” o al “viejo” de “seniles”. Son redundancias dignas del paredón.

      Las expresiones “anciano senil” y “viejo senil” más sus femeninos y plurales son frecuentes en el ámbito culto de la lengua, entre personas que, por pereza, jamás abren un diccionario de la lengua. En el sitio web oficial de la periodista Paola Rojas leemos el siguiente encabezado de su artículo de opinión:

       “El Chapo, hoy viejo y senil”.

      Cree la periodista, equivocadamente, que los adjetivos “viejo” y “senil” poseen significados diferentes; no sabe que son sinónimos. Todo parece indicar que, con el adjetivo “senil”, se quiso referir, equivocadamente, a sus malestares, enfermedades y debilidades de salud. Pero lo que debió escribir, con corrección es lo siguiente: