El Hispano. José Ángel Mañas

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Название El Hispano
Автор произведения José Ángel Mañas
Жанр Языкознание
Серия Arzalia Novela
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788417241827



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bien —dijo—. Aunque solo porque lo quieres. ¡Que se instale en la casa del herrero, que acaba de morir! Eso sí, hazte discreto y procura no cruzarte en mi camino.

      —Así lo haré, padre. No lamentarás haber tomado esta decisión.

      Pero Leukón ya le volvía la espalda y desapareció en el interior de la casa.

       8

      A esas horas algunas numantinas aprovechaban el buen tiempo para bajar hasta donde el Duero doblaba su curso al pasar junto a Numancia.

      En la ladera, fuera de las murallas, se levantaban algunas casas. Por ahí se extendió la ciudad en tiempos de la primera guerra contra Roma, cuando muchos vacceos y arévacos se refugiaron en ella, y un poco río arriba estaba el embarcadero al que llegaban los pequeños esquifes con velas que utilizaban los comerciantes de otras poblaciones ribereñas para transportar sus mercancías.

      El Duero tenía allí ciento veinte pies de ancho entre orilla y orilla. Un único comerciante de vino recién llegado negociaba con un cliente de Leukón. No muy lejos, un par de hombres con la túnica remangada y el agua hasta las rodillas pescaban con un palo afilado entre las rocas rodadas. En los sotos ribereños se alborotaban las últimas golondrinas.

      Una media docena de muchachas excitadas acababan de acercarse al agua fresca que corría sobre los cantos junto a la ribera donde las raíces de los chopos, juncos y mimbreras se mezclaban con el musgo que cubría el suelo en zonas umbrías.

      Aquel era el punto más cercano a Numancia donde uno podía bañarse cuando el tiempo lo permitía.

      Muchos preferían la laguna emplazada hacia el norte, más tranquila, pero había orden de no acercarse por la proximidad de los romanos, de modo que las jóvenes habían decidido quedarse en la cercanía de la ciudad.

      —Metamos los pies en el agua —dijo Aunia, desatándose las correas de las abarcas.

      Un grupo de devotos de Leukón, todos con casco, escudo y lanza, seguían a Aunia a cierta distancia mientras las mozas se acercaban al borde del agua donde el río se remansaba.

      La hija de Ávaros bajaba a menudo allí porque se decía que Numa, el fundador de Numancia, tras alcanzar al jabalí infernal y darle muerte, se había encontrado en esa misma orilla con una de las diosas Matres, a la que forzó. Esa Matre fue la que dio nacimiento a los numantinos. Aunque Lugh los castigó con la muerte de sus primogénitos, la diosa había parido en la misma ribera siete veces. Desde entonces recurrían a ella las mujeres que querían concebir. Y es que toda Numancia sabía que Aunia, después de cuatro años de matrimonio, seguía sin descendencia.

      Durante algunos días la hija de Ávaros había creído que por fin la diosa escuchaba sus ruegos.

      Pero esa misma mañana sus ropas volvieron a aparecer manchadas con la sangre menstrual: eso le había provocado una decepción importante. Hacía un par de horas que daba muestras de irascibilidad y las chicas sufrían su humor alterado. Todas vestían túnicas blancas de lana. Todas llevaban la cintura bien ceñida por un ancho cinturón rematado en un broche de bronce. Todas tenían el cabello recogido en largas trenzas como gustan las arévacas.

      —¿Todavía no? —preguntó su hermana pequeña, Ama, alejándose del resto para sentarse a su lado. Ella conocía bien sus estados de ánimo. En los últimos tiempos se habían acercado mucho las dos. Una trucha brincó no lejos sobre el agua.

      —Todavía no —respondió Aunia.

      —Retógenes se va a sentir decepcionado… —dijo Ama.

      Aunia se encogió de hombros y jugueteó con el brazalete en espiral que llevaba en su brazo izquierdo. Pero enseguida cambió de tema.

      —Lástima que no podamos ir a la laguna. Pronto el agua estará demasiado fría…

      Aunia creyó percibir un movimiento en la otra ribera. No estaba muy segura, porque sus ojos, cuando miraron hacia el otro lado donde crecía un sauce llorón, no vieron nada. Aun así se sintió incómoda.

      —Vámonos… —dijo.

      Y se puso en pie justo cuando desde la ciudad bajaba corriendo Nunn, una chica menuda y vivaracha perteneciente también a la clientela de Leukón, a quien su padre tenía previsto desposar en breve.

       9

      —¡Aunia!

      La joven aún jadeaba y recuperaba el resuello mientras Aunia se calzaba en la orilla. Sus piernas relucían a la luz del sol, morenas y bien torneadas, con la firmeza de la juventud. A su lado las demás parecían niñas. Todas pertenecían al clan de los Leukón o al de Ávaros, el gran rival de Leukón, al que había disputado, sin éxito, la jefatura.

      —Aunia, traigo noticias. ¡Idris ha vuelto a la ciudad!

      —¿Estás segura de lo que dices?

      La inquietud se había apoderado de Aunia. Un torbellino de emociones y pensamientos descabellados acudió a su cabeza. Esto era algo que ni ella ni nadie esperaba… No a esas alturas y desde luego no de esa manera.

      —Como de que luce el sol. Ha cruzado la puerta norte. Llegó hasta la casa de su padre y allí se encaró con tu Retógenes. Mi prima estaba con Stena. Lo ha oído todo. Idris ha dicho que Numancia necesitará ayuda para defenderse de los romanos y que nadie puede quitarle el derecho a luchar por la ciudad. Leukón iba a echarle pero Stena ha intercedido por Idris…

      Aunia torció el gesto y su hermana pequeña la ayudó a colocarse la toquilla, cubriendo las espesas trenzas sujetas por coleteros de plata. Sin decir ni una palabra ambas volvieron hasta donde esperaban los guerreros.

      —Vamos —dijo Aunia al tiempo que recogía su túnica para andar con celeridad.

      Las muchachas conocían el pasado de Aunia y callaron mientras se encaminaban en grupo de vuelta a Numancia.

      Los hombres armados que había desplegado Leukón por precaución las siguieron con un bostezo. Todos ascendieron por el sendero de arena que serpenteaba entre las encinas y llevaba hasta la puerta de la ciudad.

       10

       Amor metu vacat.

      3

      Arranca el asedio

      CIRCUNVALAR (del lat. circumvallare). Cercar, ceñir o rodear una ciudad, una fortaleza, etc.

      DRAE

       1

      —¿Qué demonios les pasa a los hombres, decurión Mario?

      El campamento que Escipión había puesto bajo el mando de su hermano, Quinto Fabio Máximo Emiliano, estaba situado en el cerro que los indígenas llaman Peña Redonda, enclavado en unas lomas que bajaban mansamente al río Merdancho. Desde su posición elevada al sureste del cerro de Numancia se podía controlar la ladera meridional de la ciudad. Su eje principal corría de noroeste a sureste siguiendo una zona allanada y en su centro se cruzaba con otra vía perpendicular.

      La organización del campamento era la habitual. Los barracones se iban levantando en torno a las tiendas. Estaban alineados a lo largo de calles paralelas formando una cuadrícula y los contubernios se organizaban según un orden que los hombres conocían de memoria. Cada cual tenía su propia mula y un par de sirvientes para cuidar la provisión de agua y ayudar a montar y desmontar las tiendas o reparar los equipos.

      Más o menos en el centro de los cuarteles, donde se cortaban la vía pretoriana y la principal, se elevaban las primeras toscas construcciones alrededor de una plazoleta que hacía las veces de foro, y junto a ellas estaba, aunque aún fuera