Название | La nueva guerra fría. Rusia desafía a Occidente |
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Автор произведения | Richard Helene |
Жанр | Социология |
Серия | |
Издательство | Социология |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789876145770 |
Traducción: María Julia Zaparart
1. N. de la R.: El 2 de agosto de 1990, Saddam Hussein lanzó un ataque relámpago contra Kuwait e invadió el Emirato. Al día siguiente, Edouard Shevardnadze y James Baker firmaron en conjunto un comunicado que condenaba la ofensiva iraquí y convocaba a la comunidad internacional a “tomar medidas prácticas” contra Bagdad.
2. N. de la R.: La Resolución 660 del Consejo de Seguridad de la ONU, que exigía el retiro inmediato e incondicional del ejército iraquí, fue adoptada por unanimidad algunas horas después de la invasión a Kuwait.
3. Declaraciones realizadas a la British Broadcasting Corporation (BBC), el 9-9-1990.
4. Declaraciones realizadas en la televisión soviética, 10-9-1990.
5. Véase Jean-Jacques Marie, “Vive le capitalisme, haro sur la révolution!”, Le Monde diplomatique, París, octubre de 1990.
6. Sovietskaya Rossiya, Moscú, 13-9-1990.
7. Izvestia, Moscú, 23-8-1990.
8. Pravda, Moscú, 10-8-1990.
9. Izvestia, 3-9-1990.
10. N. de la R.: La operación “Escudo del desierto” lanzada el 6 de agosto de 1990 por Estados Unidos sería continuada el 17 de enero de 1991 por la operación “Tormenta del desierto”.
Complots rusos en serie
Thibault Henneton
Un espía ruso le señala con ironía a un colega estadounidense: “Lo que ustedes llaman el ‘contexto’ se llama Guerra Fría, algo que según ustedes nunca terminó”. Registrado. Con una serie de fake news y asesinatos políticos, los servicios de inteligencia de Moscú lograron desestabilizar a la Presidencia de Estados Unidos. El titular de la Casa Blanca está al borde del impeachment. En su séptima temporada, que terminó en abril de 2018, la serie de televisión Homeland le da cuerpo a los editoriales febriles de The New York Times que se referían a una posible injerencia de Rusia en las elecciones de 2016 en Estados Unidos.
Tras la victoria del candidato republicano, los productores de la serie, cuya ambición es construir una fiel representación de la realidad que permita leer “mejor” la actualidad –visitan Washington con regularidad–, tuvieron que modificar el guion. La temporada sexta ya había empezado y habían apostado a que una mujer demócrata ocupara la Oficina Oval… ¡No importa!: la candidata victoriosa de la ficción también podía, como el presidente Donald Trump injuriado en la vida real, ser cuestionada desde el interior. De este modo, el complot del Estado profundo vino a sustituir a la amenaza islamista, la obsesión de las cinco primeras temporadas.
Pero el paralelo tenía que ir aun más lejos en la séptima temporada; había que agregar una medida de vodka. Y el tema de la presencia rusa en Estados Unidos, con sus nudos, su presencia en Twitter y sus idiotas funcionales al Senado apareció en las pantallas de la CIA. Poco importan los motivos del Kremlin: después de todo, sugiere Homeland, coronar a un Trump o destituir a una demócrata ficcional, es lo mismo para Rusia, que siempre está interesada –¿por qué?... nunca lo sabremos– en que la democracia estadounidense vacile… lo que hace que su seguridad interna (Homeland Security) se vuelva aún más necesaria.
Traducción: María Julia Zaparart
Contener, contener, siempre contener a Rusia
Paul-Marie de La Gorce
Tanto en Estados Unidos como en otras partes, el fin de la Guerra Fría tenía que suscitar una nueva reflexión sobre las orientaciones de la política exterior estadounidense y de la estrategia que debe sugerir ese ejercicio intelectual. Esta reflexión se dio en las universidades, en los dos grandes partidos y, sobre todo, como es natural, en los tres niveles en los que se ubican los centros de decisión del Poder Ejecutivo: el Departamento de Estado; el Pentágono y el Consejo Nacional de Seguridad; la Casa Blanca. Fue allí donde dicha reflexión se llevó a cabo con más profundidad y condujo a las conclusiones más precisas, al punto de que es posible discernir, sin riesgo de error, sus opciones esenciales.
En este sentido, dos documentos son los más reveladores. Uno emana del Pentágono y está compuesto de cuarenta y seis páginas (1). Fue preparado y redactado en colaboración con el Consejo Nacional de Seguridad y tras consultas con los asesores directos del presidente y del propio presidente. Sus redactores, entre los que se incluyen funcionarios del Departamento de Estado y del Departamento de Defensa, fueron dirigidos y presididos por el subsecretario de Defensa para Asuntos Políticos, Paul D. Wolfowitz. El otro documento también emana del Pentágono (2). Es un informe de setenta páginas, redactado por un grupo de expertos presididos por el almirante David E. Jeremiah, adjunto del presidente del Estado Mayor Conjunto, el general Colin Powell: su objeto es el examen detallado de los escenarios de conflicto considerados más probables tras el fin de la Guerra Fría y la Guerra del Golfo.
Señalemos claramente: no cabe ninguna duda de que estamos en presencia de documentos reveladores de las orientaciones fundamentales de la política exterior y de seguridad de Estados Unidos en el período posterior a la Guerra Fría y a la luz de la experiencia de la Guerra contra Irak.
Las primeras páginas del informe Wolfowitz no dejan ninguna incertidumbre sobre su finalidad: garantizar el mantenimiento del estatus de superpotencia única que Estados Unidos adquirió tras el derrumbe del ex bloque soviético. Esta posición hegemónica tiene que ser preservada contra cualquier intento de cuestionamiento por la aparición de otros centros importantes de poder en cualquier parte del mundo. El informe especifica que la política exterior estadounidense tiene que tener por objetivo “convencer a eventuales rivales de que no deberían aspirar a desempeñar un rol mayor”. Para lograrlo, se dice en el documento, hace falta que ese estatus de superpotencia única “sea perpetuado por un comportamiento constructivo y una fuerza militar suficiente como para disuadir a cualquier nación o grupo de naciones de desafiar la supremacía de Estados Unidos”. Y este último país “debe tener suficientemente en cuenta los intereses de las naciones industriales avanzadas como para desalentarlas de desafiar el liderazgo [estadounidense] o de intentar cuestionar el orden económico y político establecido”.
Por lo demás, la totalidad del informe Wolfowitz se destaca por la insistencia que pone en privilegiar el poderío militar como instrumento fundamental de la preponderancia internacional de Estados Unidos, que es lo que importa preservar. Un párrafo revelador en este sentido precisa que debe mantenerse un poderío militar dominante “para disuadir