Название | La nueva guerra fría. Rusia desafía a Occidente |
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Автор произведения | Richard Helene |
Жанр | Социология |
Серия | |
Издательство | Социология |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789876145770 |
El triunfo de Boris Yeltsin fue decisivo y fulminante. Mientras que Gorbachov quería reformas, a veces profundas, pero siempre en el marco del sistema, Yeltsin aspiraba a destruirlo completamente. Como un verdadero emprendedor, logró hacerlo y, en ese aspecto, se vio magníficamente ayudado por el intento de golpe de Estado de agosto de 1991 (2). Al subrayar el fracaso del régimen, Yeltsin afirmaba entonces: “Gorbachov quería unir lo que no puede unirse: el comunismo con la economía de mercado, la propiedad privada con la propiedad pública, el Partido Comunista con el multipartidismo. La convivencia de estas contradicciones es imposible” (3).
La perestroika toma impulso
Valiéndose del hecho de que no estaba en el poder cuando la situación económica se volvió alarmante, Boris Yeltsin supo capitalizar el descontento de la población, más aun cuando Gorbachov se mostraba incapaz de sacar al país de la crisis. Él se presentaba, en cambio, como el hombre decidido a implementar las reformas necesarias.
La idea inicial de la perestroika –la democratización de la sociedad soviética– había sido recibida favorablemente en el país, pero los responsables que la implementaron no evaluaron bien la dimensión de la tarea que debía realizarse. Comenzaron por lo más fácil, la política, dejando de lado la economía. Introdujeron reformas en las instituciones, instauraron el multipartidismo y elecciones libres... pero, cuando el marasmo económico se agravó, todo escapó a su control.
El callejón sin salida de la economía favoreció el surgimiento de fuerzas políticas orientadas hacia Occidente, que sólo veían como solución el recurso a los métodos del capitalismo y la organización de la sociedad según ese modelo. El enfrentamiento entre Mijail Gorbachov y los movimientos que idealizaron la economía de mercado (basándose en las teorías de Milton Friedman, Friedrich Hayek y otros) fue muy mal conducido por el equipo en el poder. Dejaron que la economía se degradara en mayor medida, destruyendo precipitada y prematuramente el mecanismo que, a pesar de sus lagunas, funcionaba. La desintegración de todo el circuito económico, la explosión de todas las estructuras que existían a escala de la URSS no dieron origen a otro sistema: sólo se instaló un vacío.
¿Qué comprar?
La población esperó con temor el 2 de enero de 1992: ese día los precios se liberaron y triplicaron o quintuplicaron, según los productos. Los sectores más débiles de la sociedad –sobre todo las personas mayores y los jubilados–, que hasta entonces por precios irrisorios disponían de una vivienda, calefacción, medios de transporte, teléfono, electricidad, así como de algunos productos alimenticios, se encontraron en una situación alarmante. A comienzos de diciembre de 1991, durante una manifestación de ex combatientes, en ocasión del quincuagésimo aniversario de la contraofensiva del ejército soviético frente al asedio de Moscú por las tropas de Hitler, una pancarta expresaba toda su preocupación: “Después de haber sacrificado nuestras vidas durante la guerra, hoy tenemos que morirnos de hambre”. A fin de ese año, los ex combatientes tuvieron derecho, a modo de obsequio, a 500 gramos de arroz y un paquete de té...
Tras la disolución de la Unión Soviética, la inflación crecía entre 3% y 4% por semana [antes de explotar y alcanzar el 2.600% en el año 1992]. En noviembre de 1991, Izvestia titulaba en portada: “En los negocios, no hay nada para comprar; en cambio, se pueden comprar los negocios” (4).
Al deterioro de la economía se sumó una ausencia de poderes reales. El general Alexandr Rutskoi, vicepresidente de la Federación de Rusia, en las columnas del diario Nezavisimaya Gazeta, en diciembre de 1991, denunciaba: “En Rusia, no hay democracia, hay una total ausencia de poderes, caos y anarquía” (5). El general Rutskoi, quien representaba entonces una corriente populista, advertía sobre un restablecimiento de la economía de mercado en detrimento de vastos sectores de la población y se aseguraba de que los militares no fuesen olvidados. Del otro lado, en el equipo de Boris Yeltsin, se encontraban tecnócratas que querían poner en marcha la economía liberal a cualquier precio, como Gavriil Popov, Yegor Gaidar, viceprimer ministro y ministro de Economía de Rusia, y Guennadi Burbulis, el primer viceprimer ministro del gobierno ruso.
Sin duda, la rapidez con la que hombres de Estado e intelectuales soviéticos comunistas cambiaron de convicciones políticas dejó una sensación muy desagradable. No se trataba de simples miembros del Partido que habían gestionado su carnet para acceder a un puesto determinado, sino de dirigentes de primera línea, como Alexandre Yakovlev, miembro del buró político del PCUS durante varios años, que esperó la caída del Partido para sostener, en una conferencia de prensa: “Los bolcheviques no resolvieron un solo problema en este país”.
Traducción: Gustavo Recalde
1. TASS, Moscú, 16-12-91.
2. N. de la R.: El 19 de agosto de 1991, un autoproclamado Comité Estatal para el Estado de Emergencia, que agrupaba a los defensores de una línea dura en el seno del Partido Comunista de la Unión Soviética, ordenó el arresto domiciliario de Mijail Gorbachov en Crimea. El Comité estimaba que su proyecto de Tratado de la Unión amenazaba “la soberanía y la integridad territorial de la URSS”, otorgando una autonomía demasiado amplia a las repúblicas. Los golpistas fueron detenidos el 22 de agosto.
3. Izvestia, Moscú, 19-12-91.
4. Izvestia, Moscú, 19-11-91.
5. Nezavisimaya Gazeta, Moscú, 19-12-91.
Tratamiento de rejuvenecimiento para el neoliberalismo en Europa del Este
Ibrahim Warde
“Las reformas revolucionarias son más fáciles y más divertidas cuando se hacen en otro lado” (1). El profesor Edwin Reischauer, que fue embajador estadounidense en Tokio, describía con estas palabras el ahínco de los funcionarios de su país de la segunda posguerra que querían “reconstruir” Japón con la ayuda de dirigentes dóciles que seguían afectados por la derrota de su nación.
Después de 1989, una nueva generación de hacedores de revolución intentó transformar Europa del Este y la ex Unión Soviética. Estos países se encontraban desprovistos de instituciones y de recursos y con sociedades civiles embrionarias. No tenían más opción que la de acoplarse a un sistema que prometía combinar libertad y prosperidad. Sus élites, compuestas por disidentes sin experiencia gubernamental o por reformadores de última hora, formados en las altas esferas comunistas, estaban a merced de expertos y burócratas que venían de afuera, a la vez guías, gendarmes y proveedores de fondos.
La caída del comunismo, que sorprendió por su carácter repentino y su amplitud, no estuvo acompañada por ningún modelo de recambio o programa de gobierno. En aquella época, el pedido de auxilio lanzado al otro campo coincidió, lamentablemente, con una crisis de liquidez sin precedentes en los países capitalistas (2). Y la paradoja es que fue precisamente la incapacidad de financiar verdaderamente