Manual de Escapología. Antonio Pau

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Название Manual de Escapología
Автор произведения Antonio Pau
Жанр Философия
Серия La Dicha de Enmudecer
Издательство Философия
Год выпуска 0
isbn 9788498798975



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ha confundido el destino.

      La obra de Jean-Marie Gustave Le Clézio El libro de las huidas (Le Livre des Fuites, 1969) es el relato de una huida perpetua. El propio autor alerta del peligro de «la avidez de huir». Es el peligro en el que cae el personaje central de la novela, al que llama Jeune Homme Hogan, o simplemente Jeune Homme, para darle un valor universal. En realidad, no se trata propiamente de una novela, sino de doscientas noventa y cuatro páginas de excelente prosa.

      El Joven huye de una sociedad que no le gusta. Pero cae en el divertissement pascaliano. Emprende una huida que no tiene fin. Se refugia en su propio aturdimiento. «Huir, huir siempre. Partir, abandonar este lugar, este tiempo, esta piel, este pensamiento. Sacarme del mundo, abandonar mis propiedades, desechar mis palabras y mis ideas, e irme».

      El personaje de Le Clézio es la encarnación de la huida perpetua, una huida cuya insatisfacción trata de saciarse con otra huida, cada vez emprendida con más avidez, cada vez con más voracidad. «Huir, es decir, traicionar todo lo que os ha sido dado, vomitar lo que hemos tragado a lo largo de los siglos. Huir: huir de la huida misma, negar hasta el último placer de la negación. Entrar en sí mismo, disolverse, evaporarse, hacerse cenizas, con entusiasmo, sin darse un respiro».

      Con independencia de los motivos individuales de huida, hay tiempos reacios y tiempos proclives a la huida. Se trata, en el plano social, de un fenómeno parecido a las mareas: hay horas en que el mar se retira y retira los despojos que flotan sobre el agua, y horas en que el mar se encrespa y arroja los despojos a la orilla. El mundo que nos ha tocado vivir es de marea alta: arroja a los individuos a la huida.

      La razón se podría llamar neomilenarismo. Hay una sensación generalizada de degradación medioambiental, de burbujas que se pinchan (sin que nadie entienda lo que son las burbujas ni las razones por las que se pinchan, pero la metáfora es tan expresiva que todos la aceptan), de inoculación de virus (biológicos e informáticos), de aumento de la violencia (de la doméstica a la planetaria), de evolución desbocada de la tecnología, de tambaleo de la estructura política de la sociedad. En definitiva: se percibe confusamente el fin de una era.

      Además, el hombre de hoy, conozca o no el mito de Sísifo, tiene la sensación de que vive levantando sudorosamente una gran roca redonda que vuelve a caer indefinidamente. Su vida gira en torno a la devolución de un préstamo (para pagar la vivienda), y luego de otro (para pagar el coche), y luego de otro (para pagar un apartamento raquítico en la playa), y luego de otro (para pagar las vacaciones), y luego de otro..., y siempre con el riesgo de perder las cuatro paredes que cobijan su existencia en caso de que incumpla y se ejecute la hipoteca. Y tiene la vaga pero firme convicción de que eso no es vida, que vivir no es amortizar, sino otra cosa con mayor sentido.

      No siempre ha sido así. Ha habido épocas en que la sociedad estaba en calma y el hombre estaba satisfecho con su vida. Cuando Ortega escribió La rebelión de las masas, en 1930, describía al «hombre medio» como un individuo que vivía «con facilidad y seguridad económica», que gozaba de «confort y orden público», y añadía: «La vida va sobre cómodos raíles, y no hay verosimilitud de que intervenga en ella nada violento y peligroso».

      Como diría Azorín, «hay tiempos de bonanza y tiempos de procela». Los primeros no inducen a la huida, y los segundos, sí. El nuestro es tiempo de huida. Luego huirá el que quiera, pero el ambiente es propicio. La propia palabra huida, que podría sonar indiferente a los oídos del hombre de otras épocas, hoy suena bien. Huida evoca, en nuestros días, liberación de una sociedad opresora y de una vida incómoda. Huida suena hoy —primeras décadas del siglo XXI— a felicidad.

      No se puede ignorar que hay una patología de la huida. El hombre puede sufrir un mal, sus afectos pueden sufrir un mal, su conducta, en cualquier orden, puede sufrir un mal. El mal de la huida es la elusión.

      Zygmunt Bauman ha profetizado el fin de la era del compromiso mutuo. El compromiso va a terminar y le va a suceder la huida, el escurrimiento (escape, slippage). Este es por tanto el mal que sufre, o puede sufrir, la huida: que sirva como elusión del compromiso. En nuestro tiempo se ha hipertrofiado lo que Bauman llama avoidance: la capacidad de eludir. El hombre de hoy se ha convertido, o se está convirtiendo, en un fugitivo tanto personal como social. Si antes eludía los compromisos discretamente, disimuladamente, incluso mesuradamente, ahora empieza a eludirlos descaradamente. Empieza a huir de ellos.

      Esta huida se produce de manera especial, según el pensador polaco-sajón, cuando se trata de relaciones de autoridad. La huida se ha convertido en una técnica de poder. Hay un viejo refrán que describía con bastante precisión esa conducta: «Tirar la piedra y esconder la mano». Se ejerce la autoridad, el poder, y, luego, quien lo ha ejercido se desentiende de las consecuencias, huye. Se lanzan por sorpresa misiles muy precisos, incluso inteligentes, de esos que saben perseguir sus objetivos, y luego los bombarderos se retiran a sus bases, a miles de quilómetros de distancia. La guerra ha terminado. Allá los oriundos con sus escombros.

      Pero este es un ejemplo extremo. No hace falta ir tan lejos. El ejercicio del poder se da también entre gobernantes y gobernados, entre empresarios y trabajadores, entre líderes y seguidores, entre padres e hijos. Los actos de autoridad no van seguidos de una asunción de sus consecuencias. Falta la parte constructiva, la fase de restablecimiento del orden y de estímulo para el futuro. La autoridad, en cualquiera de esas variantes, aparece, da un firme puñetazo en la mesa o un chillido estridente, y desaparece.

      ¿Qué tiene que ver esto con la sociedad líquida? Pues mucho. Como ha escrito Bauman, «los códigos y las conductas que uno podía elegir como puntos de orientación estables, y por los cuales era posible guiarse, escasean cada vez más en la actualidad». La levedad, la liviandad, se ha convertido en el mayor valor, en el mejor símbolo del poder. «Cargarse de compromisos mutuamente inquebrantables puede resultar positivamente perjudicial, porque nuevas oportunidades aparecen en cualquier otra parte». Las relaciones personales, y en especial las relaciones de autoridad, se ejercen ahora sin asumir compromisos: «El poder es cada vez más voluble, escurridizo, cambiante, evasivo y fugitivo». Ejercer el poder supone ejercitar «el arte de la huida» (the art of escape).

      Este es pues el mayor mal que hoy amenaza —o afecta ya— a la huida: ser una conducta inconsecuente e irresponsable. La modernidad líquida ha supuesto la pérdida de los anclajes que tenía la modernidad sólida. Y sin anclajes, sin valores ni reglas de conducta, el hombre se ha convertido en un ser que no se compromete con nada, y por tanto, cuando debería comprometerse, huye.

      Resulta llamativo que la huida, como patrón de conducta que se ha dado a lo largo de toda la evolución de la cultura, no haya sido objeto de estudio particular por los antropólogos.

      En este libro se pretende abrir —o al menos entreabrir— un capítulo nuevo en la Antropología, que habría que llamar Escapología, un campo del conocimiento (sería excesivo considerarlo una ciencia autónoma) que se centra en el estudio de la huida.

      La huida pertenece en concreto a la Etología, que aborda el estudio del comportamiento, y específicamente a la Etología humana, que estudia el comportamiento del hombre. El fundador de esta rama de la Antropología, el profesor austriaco Irenäus Eibl-Eibesfeldt, puso ya de relieven su libro Contra la sociedad de la desconfianza (Wider die Misstrauensgesellschaft, 1994) que el patrón de conducta huida (Verhaltensmuster Flucht) se forma en la edad más temprana del hombre, en la época de lactancia (Säuglingsalter), y que las experiencias iniciales de adversidad determinan la tendencia posterior a la huida.

      Según el mismo autor, los patrones de conducta responden a factores innatos y culturales. De ahí que considere que la Etología humana se inserte tanto en la Antropología como en un sector de la Biología que denomina Biología del comportamiento (Verhaltensbiologie). A su juicio, entre los factores culturales que son decisivos