Manual de Escapología. Antonio Pau

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Название Manual de Escapología
Автор произведения Antonio Pau
Жанр Философия
Серия La Dicha de Enmudecer
Издательство Философия
Год выпуска 0
isbn 9788498798975



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      No, nadie huye hacia a la ciudad. La ciudad no es destino, sino origen de la huida, porque el que huye busca siempre un lugar más personal y más cálido como refugio. Pero hay un caso en que sí lo es. Un caso en que la ciudad es origen y también destino. Se trata de la huida de Charles Benesteau, el personaje de la novela de Emmanuel Bove El Presentimiento (Le Pressentiment, 1935). Su conducta no llega a entenderse del todo. ¿Por qué un brillante abogado que vive en el distinguido bulevar Clichy con una hermosa mujer y unos hijos decide abandonarlo todo e irse a vivir a un piso del XIVe arrondissement, que es un barrio más modesto? Lo que no se entiende no es por qué se va —está harto de las falsedades y los fingimientos de la vida social—, sino por qué se va a otro barrio de la misma ciudad. Es una huida insólita. En su nuevo barrio, Benesteau vive una vida gris, indiferente, apacible. ¿Ha huido al interior de sí mismo, huye en busca de su propia intimidad? No, tampoco, Benesteau no busca nada, vive como si no existiera para la sociedad, como si hubiera desaparecido de la faz de la tierra. Solo cabe una interpretación: en una sociedad en la que tantos tienen un obsesivo afán de presencia, Charles Benesteau tiene (quizá por reacción) todo lo contrario, un decidido afán de ausencia. Es feliz viviendo fuera del mundo. Lo peculiar es que una ciudad sigue siendo mundo. Incluso su paradigma.

      La noción de punto de fuga pertenece al ámbito de la geometría y ha tenido una fecunda aplicación en el ámbito de la estética. El punto de fuga es el lugar donde las rectas paralelas se juntan de acuerdo con la perspectiva. El punto de fuga permite representar en una superficie plana —papel o lienzo— la sensación de profundidad de la escena que tiene un observador desde el lugar en que se encuentra.

      Pues bien, el punto de fuga es un concepto que puede aplicarse a la huida entendida desde el ámbito de la antropología, y puede aplicarse con especial adecuación terminológica, dado que fuga y huida son términos prácticamente sinónimos. El hombre que se encuentra en un entorno hostil está situado en un determinado punto de fuga, y desde ese punto surge una pluralidad de líneas que son paralelas, pero que él percibe como convergentes. Esas líneas son las diversas huidas posibles, que determinarán otras tantas trayectorias vitales.

      En este ámbito de la huida antropológica no hay dos puntos de fuga iguales. Cada persona —irrepetible en su concreta identidad y personalidad— está situada en un punto de fuga que es igualmente único y exclusivo de ella. La particularidad de su entorno —que es suyo solo y de nadie más— y la particularidad de la hostilidad que percibe en él —que es igualmente exclusiva, puesto que depende de su concreta percepción de la realidad y de su sensibilidad propia— hacen que dos personas no puedan estar situadas en un mismo punto de fuga.

      El punto de fuga y las diversas líneas convergentes que parten de él son el perfecto mapa mental de la huida, entendido ese mapa en el sentido anglosajón del mental map o mind map, es decir, como diagrama de una idea.

      Una persona está aún cautiva de un entorno que le resulta hostil. Está en la fase que hemos llamado de apetencia o impulso. Desea huir de él. Este deseo no suele vivirse como un vago propósito, sino como algo mucho más intenso: las palabras adecuadas para designarlo serían anhelo o afán. El diccionario define el anhelo como deseo vehemente, y el afán como deseo intenso. La vehemencia o la intensidad estarán evidentemente en relación directa con la hostilidad que perciba el sujeto.

      La consumación del impulso podrá llevarse a cabo, ordinariamente, de varias maneras. Habrá puntos de fuga de los que partan pocas líneas convergentes. En algún caso partirá solo una línea. En otros casos, las líneas convergentes serán muchas. Ahora le toca al sujeto decidir. Si la fase de apetencia o impulso es estática —el sujeto se encuentra en ella sin haber sido él quien la ha provocado—, la fase de consumación es dinámica, requiere una decisión y la consiguiente acción.

      Cada huida posible es una trayectoria posible. Como escribió Marías, la vida humana es futuriza y el hombre es un ser proyectivo. Por eso el hombre piensa en el futuro y hace proyectos para él. Ante las diversas líneas convergentes, el hombre puede proyectar diversas huidas. Al final, elegirá una. Su vida emprenderá en una nueva trayectoria, que sumada a las anteriores formarán la completa biografía. Pero las trayectorias no tienen la rigidez de los raíles de sentido único. Para empezar, el sujeto podrá recorrer la trayectoria en sentido contrario. Cabe el arrepentimiento. Y, además, el recorrido de una trayectoria no es nunca absolutamente lineal: a cada paso se abren nuevas trayectorias menores que desvían —en mayor o menor medida— de la trayectoria inicial.

      La huida, como búsqueda de la felicidad, no puede ser nunca una trayectoria rígida. Eso iría en contra de su propia esencia felicitaria. La huida se puede interrumpir, abandonar y reorientar. La huida es esencialmente maleable.

      Los patrones de conducta son una conjunción de biología y cultura. La huida no es ajena a ese doble elemento. No se ha huido de igual manera en todo tiempo. La parte biológica de la huida da homogeneidad a ese comportamiento humano. La parte cultural introduce variaciones en el tiempo y en el espacio.

      Al estructurar este libro en treinta capítulos se ha tratado de reflejar esos dos elementos. La sucesión de los capítulos tiene un cierto componente histórico —es decir, cultural—, pero a la vez tiene presente la homogeneidad —y por tanto la relativa inmutabilidad— de todo comportamiento de huida. Los capítulos primero (Epicúreos, estoicos, cínicos), tercero (Gimnosofistas, cátocos, esenios), cuarto (La Fuga saeculi), sexto (Alabanza de aldea), octavo (El reducto íntimo), décimo segundo (Los Solitarios de Port-Royal), decimoséptimo a decimonoveno (Neonomadismo, Neorruralismo y Neotribalismo), vigésimo cuarto (Hippismo) y vigésimo octavo (Marginalismo digital) son los de mayor tinte histórico y cultural, pero ni siquiera esos capítulos excluyen el componente estable de ese comportamiento que es la huida. Porque ¿no siguen vigentes hoy el pensamiento estoico, la vocación religiosa de clausura, la realidad del refugio íntimo, la tendencia a agruparse con personas afines y el ansia de libertad frente a una sociedad opresora? Probablemente el Marginalismo digital sea el capítulo más circunscrito históricamente, pero la razón es evidente: se refiere a tecnologías que apenas tienen un par de décadas de existencia. De esta huida no puede decirse que haya sido una constante que haya aflorado en distintos momentos de la Historia.

      De manera que los treinta capítulos de este libro, incluyendo los más determinados por la Historia o la cultura, presentan treinta maneras de huida que están todas ellas vigentes a la vez.

      Ya hemos visto de qué se huye: de un entorno que resulta hostil. Con la particularidad de que ese entorno y esa hostilidad son los que el sujeto se representa, porque no cabe una captación rigurosamente objetiva de la realidad.

      En algunos capítulos de este libro se dice que hay huidas que no parten del entorno, sino del propio sujeto: de su yo, de su mismidad. Pero en el fondo no hay gran diferencia entre el yo y el entorno (y no hace falta recordar la famosa fórmula orteguiana). Si alguien está descontento de sí mismo, lo está por la relación con su circunstancia. A quien se siente feliz en el mundo que le rodea le da igual que su propia conducta sea auténtica o fingida: no huirá del mundo. Eso mismo fue lo que dijo Freud: «El hombre feliz jamás fantasea, solo el insatisfecho lo hace». Imaginar huidas es una manera de fantasear.

      Pero ¿cuál es el destino de la huida? Aquí sí que hay grandes variaciones, aunque probablemente tenga razón Else Lasker-Schüler en el poema que se cita al principio: en el fondo, toda huida acaba en uno mismo, que es el único «lugar sin fronteras». A veces se busca refugio en la soledad y a veces se busca refugio en la compañía. Pero la compañía —la afín, la grata, naturalmente— también refuerza la individualidad, porque el hombre se siente entendido y apreciado en ella.

      En algunos casos no se distingue bien la soledad de la compañía. Los monjes precristianos y cristianos, tanto en su variante anacorética