Manual de Escapología. Antonio Pau

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Название Manual de Escapología
Автор произведения Antonio Pau
Жанр Философия
Серия La Dicha de Enmudecer
Издательство Философия
Год выпуска 0
isbn 9788498798975



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del Desierto, «red de meditadores» creada por el sacerdote y escritor Pablo d’Ors, cuyo camino mistagógico (o proceso que conduce al misterio) tiene cuatro fases: conversión, purificación, iluminación y unificación. Se consideran herederos de los Padres y Madres del desierto, buscan la experiencia del silencio y la quietud, y se recluyen periódicamente en espacios y tiempos de distanciamiento y entrega. Su mantra es el arameo Maranatha, y su oración predilecta la Plegaria de Abandono de quien fue sacerdote en el desierto argelino Charles de Foucauld.

      Por otro lado, está la Fundación Zendo Betania, dirigida por la teóloga Ana María Schlüter, discípula de Enomiya-Lassalle, S.J. Sus miembros buscan alcanzar, con la práctica del zen, el satori y el karuna, el despertar y la compasión. El despertar entronca con la enseñanza del Buda Shakyamuni, que enseñó el camino para que el hombre adquiriera consciencia de que es un ser iluminado y dotado de virtud.

      Fuera de España, el hesicasmo contemporáneo tiene un destacado representante en Willigis Jäger, monje benedictino y maestro zen, que vive en el Benediktushof-Zentrum für Meditation und Achtsamkeit (Residencia Benedictina-Centro para la meditación y la concentración), situado en el pueblo Holzkirchen bei Würzburg. Se trata de un monasterio medieval que con la Reforma protestante se cerró. El viejo recinto se fue desmoronando, y las ruinas las compró una empresaria alemana, Gertraud Gruber, para reconstruir el viejo monasterio benedictino y ponerlo en manos de Willigis Jäger, con el fin de que impartiera allí sus enseñanzas. En 2015 Jäger cumplió noventa años, y la enseñanza la ejercen ahora, mayoritariamente, discípulos suyos. En su fusión de cristianismo y budismo zen, Jäger ha llegado a lo que él llama una espiritualidad transconfesional (konfessionsübergreifende Spiritualität) o sabiduría occidental-oriental (West-Östlichen Weisheit).

      Jäger considera que las diversas teologías dividen y enfrentan a los hombres, mientras que la mística los aúna. Y a la mística se llega por la contemplación, que es lo que enseña Jäger. La contemplación es, ante todo, quietud, pero no una quietud catafática (de katá, fuera, y phanai, hablar), que se basa en palabras, imágenes, símbolos, ideas, conceptos, sino una quietud apofática (de apo, conforme, según, y phanai, hablar), alcanzada por el camino del silencio y el vacío. Quietud apofática es, para Jäger, la de san Juan de la Cruz, la del Maestro Eckhart, la del budismo zen, la del sufismo y la del yoga.

      Según Jäger, todas las religiones tienen sus sagradas escrituras, sus dogmas, sus oraciones, sus ritos, sus liturgias, y todo ello, para el hombre religioso, es un mundo exotérico, es decir, que le viene de fuera. El hombre tiene que buscar lo contrario, lo que viene de dentro, lo esotérico: Dios solo se manifestará dentro de él, si él sosiega toda actividad mental, todas las potencias psíquicas, guarda silencio y contempla, es decir, alcanza la quietud. Solo en ese silencio y en esa quietud irrumpirá Dios.

      La más profunda de las antiguas filosofías indias es la escuela del Vedanta Advaita, aunque la más popularizada en Occidente es la escuela del Sāṃkhya Yoga (porque el yoga, occidentalizado, se ha convertido en una práctica de la elasticidad y la relajación corporal y, a la vez, en una meditación unitiva del individuo con el cosmos. Yoga significa yugo y, en sentido figurado, unión).

      El Vedanta Advaita persigue la eliminación del yo a través de la concienciación de que el yo no existe. La individualidad es un concepto equivocado. El Vedanta Advaita es esencialmente monista o no dualista: rechaza todas esas dualidades que se manifiestan ordinariamente en contraposiciones —yo y Dios, Creación y Creador, cuerpo y mente, presente y futuro...—, solo existe la Nada (pratibhasika). La meditación consiste precisamente en eliminar todo lo que nos individualiza: las percepciones sensoriales, los pensamientos, los deseos, las inquietudes, las pasiones. Pero la meditación no debe llevar a la conclusión yo soy nada, porque ese es también un razonamiento dualista, al contraponer yo y nada. La meta de la meditación es fundirse mentalmente en la Nada, que es incomprensible, impensable e indescriptible. La metáfora preferida por el Vedanta Advaita es el sueño profundo. En el sueño profundo no hay consciencia individual, sino solo existencia. El despertar del sueño profundo, como el acceder a la Nada, conduce a un estado de felicidad.

      El hermetismo y la cábala persiguen también el anonadamiento: la transformación del yo en nada. Pero en estas doctrinas o escuelas de pensamiento, y a diferencia del budismo y el Vedanta Advaita, el anonadamiento no es un fin en sí mismo, sino un medio: un medio para dejar espacio a Dios. Las prácticas meditativas del hermetismo y la cábala conducen a metas distintas: en el caso del hermetismo, la meta es el silencio mental y oral (sigê), y en el caso de la cábala es el vacío de pensamiento (chakhmah).

      En todo el cristianismo —desde el primitivo de los Padres del Desierto hasta el de los individuos de hoy, integrados en la sociedad que les rodea— está presente la necesidad de vaciamiento (exterior, pero sobre todo interior), porque se trata de una exigencia evangélica: «Si alguien quiere ser mi discípulo, tiene que negarse a sí mismo» (Mateo 16,24). Pero el vaciamiento cristiano tiene un elemento positivo del que carecen los vaciamientos que propugnaban las corrientes anteriores a Cristo y las que discurren al margen de él, y es el amor a un Dios encarnado, un Dios hecho hombre. Es cierto que todo el monoteísmo abrahámico y, por tanto, el judaísmo, el islam y el cristianismo, concibe un Dios personal, pero el «seguir a Cristo» implica un elemento horizontal —Cristo fue tan persona como cualquiera de sus seguidores— que determina un tipo de afecto más cálido. Quien dice «sígueme» (Mateo 9,9) es una persona.

      El término que empieza a utilizarse por los autores cristianos es el de desasimiento. El desasimiento supone renuncia a las cosas y renuncia a sí mismo. En definitiva: prescindir de los pensamientos (sobre las cosas, sobre sí mismo) y dejar un vacío que sea un puro receptáculo para lo que pueda venir de Dios. Pero el desasimiento exige una técnica, porque «no pensar en nada» —expresión muy habitual en la tradición ascética— no es tarea fácil.

      San Juan de Ávila da el consejo táctico de «pensar qué érades antes que Dios os criase, y hallaréis ser un abismo de nada y privación de todos los bienes. Estaos un buen rato sintiendo este no ser, hasta que veáis y palpéis vuestra nada». Otros autores aconsejan repetir incesantemente una frase, o una breve oración —la que se sugiere con más frecuencia es «Señor, ten piedad de mí»—, de manera que pensando sin interrupción en ella no se deje resquicio para otros pensamientos. Los hesicastas primitivos, pendientes siempre de las posturas de la contemplación, recomendaban la onfaloscopia como método para ahuyentar los pensamientos: concentrar la mirada en el ombligo.

      Pero el gran exaltador cristiano del vacío y de la nada es el maestro Eckhart, místico alemán del siglo XIII. La reiterada utilización de las expresiones vacío (leer), vaciedad (Leersein), nada (Nichts), la pura nada (das reine Nichts) y la nadedad (die Nichtigkeit) ha llevado a hablar, equivocadamente, de su nihilismo o, lo que es ya un oxímoron, de un nihilismo religioso.

      Eckhart define al pobre de espíritu —modelo de cristiano— como «aquel que nada quiere, nada sabe y nada tiene» (nichts will und nichts weiß und nichts hat), y considera que ese radical anonadamiento, esa «pura nada» —«todas las criaturas son pura nada. No digo que sean insignificantes o que sean algo: son pura nada»—, excluye también la presencia divina: «Ruego a Dios que me vacíe de Dios» (Bitte ich Gott, daß er mich Gottes quitt mache). Porque si el alma contuviera a Dios, ya no sería nada. Y para Eckhart hay que pasar por la nada para llegar al todo y fundirse en Uno.

      Es indudable que Eckhart había leído el libro de la beguina Margarita Porete El espejo de las almas simples y anonadadas (Le miroir des âmes simples et anéanties, 1295), que fue traducido inmediatamente al latín, al inglés y al italiano. Aunque sostuvieron ideas muy semejantes, Margarita Porete fue quemada viva por la Inquisición (junto a su propio libro), no tanto por herejía, como por la osadía de que una mujer, pese a sus naturales limitaciones intelectuales, se atreviera a escribir sobre cuestiones teológicas, mientras que Eckhart no pasó de ser condenado por herejía. No hay que olvidar que el inquisidor Guillaume Humbert era dominico, como el