Manual de Escapología. Antonio Pau

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Название Manual de Escapología
Автор произведения Antonio Pau
Жанр Философия
Серия La Dicha de Enmudecer
Издательство Философия
Год выпуска 0
isbn 9788498798975



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a un lado y no le quitara al sol, que tiró su escudilla por inútil al ver que un niño bebía con las manos, que apaciguaba sus impulsos masturbándose en público— y de su posteridad ha quedado una inmensa iconografía que le representa metido en un tonel.

      Hubo un segundo cinismo, ya en la época romana, que se dedicó a criticar duramente a la sociedad —siempre desde la pretendida autoridad que le daba su vida menesterosa—. Uno de los emperadores más cultos del Imperio, Juliano, al que la Historia llamó más tarde el Apóstata, dirigió a los cínicos de su tiempo un mesurado discurso —Contra los perros incultos (362)—, en el que comparaba el respetable cinismo originario con este cinismo tardío que se había quedado en pelos largos, hatillo y asco a los convencionalismos sociales. Puede que tenga razón Marcuse cuando relaciona este cinismo tardío con los jóvenes franceses de mayo del 68.

      WU, XU, ARUPAJHANAS, PRATIBHASIKA, SIGÊ, CHAKHMAH, DESASIMIENTO, QUIETUD: LA HUIDA HACIA LA NADA O EL VACÍO

      Hay ocasiones en que la fuga no es tanto del mundo o de la sociedad como de uno mismo. El dolor, en sus múltiples variantes, la preocupación y la angustia hacen que uno quiera huir de sí y entrar en el vacío más despersonalizado: en la nada. Uno quisiera, como en el poema de Rubén Darío, convertirse en piedra, «porque esa ya no siente»:

      Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo,

      y más la piedra dura porque esa ya no siente,

      pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,

      ni mayor pesadumbre que la vida consciente.

      .............

      La necesidad de liberarse de toda inquietud para alcanzar la serenidad (ataraxia), la ausencia de pasiones (apatheia), el dominio de uno mismo (enkrateia), la felicidad (eudaimonía) o la paz espiritual (animi concordia) recorre toda la filosofía grecolatina. Las religiones y filosofías orientales propugnan igualmente una elevación del espíritu que aleje del dolor que conlleva toda existencia. Pero hay una diferencia esencial: en estas últimas no se trata de alcanzar un estado anímico superior, sino de que la individualidad se diluya en la nada o en el vacío. La fuga no es tanto una liberación como un vaciamiento.

      El taoísmo está centrado en la nada (wu), en el vacío (xu). «El Tao es vacío», dice un fragmento del Tao Te Ching (siglo VI a.C.), el libro sagrado del taoísmo, atribuido al mítico Lao Tsé. Tao es el camino, la senda espiritual, de manera que la meta del Tao es el vacío. «Hay que tomar como norma invariable acomodarnos a la Vacuidad», dice el libro sagrado. «Lleva tu mente al estado de quietud. Entonces tu mente habrá alcanzado el estado de Luminosa Vacuidad», dice también el libro. «Estando sosegado, verás con claridad; viendo claramente, alcanzarás la Vacuidad; en la Vacuidad no actuarás».

      En el taoísmo la norma moral suprema es no actuar.

      El sabio vive en el mundo

      en un sobrio no-actuar.

      La tentación de actuar, de hacer, de poseer y de ambicionar son trampas que nos tiende nuestra propia naturaleza:

      El que actúa fracasa.

      El que se aferra a algo lo pierde.

      Por eso el sabio no actúa

      y de este modo no fracasa.

      A nada se aferra

      y de ese modo nada pierde.

      El sabio no osa actuar.

      El hombre debe permanecer, por tanto, en la quietud del vacío. Eso exige una lucha constante contra los deseos, hasta lograr anularlos.

      Alcanzar la Vacuidad es el principio supremo,

      conservar la quietud es la norma capital.

      No hay peor mal

      que dejarse arrastrar por los deseos.

      Estas ideas del Tao inspiraron, un siglo después, el budismo (el Buda Gautama, o simplemente Buda, difunde su doctrina en el siglo V a.C.). El budismo proclama la necesidad de meditación (samādhi), puesto que la meditación es necesaria para alcanzar el nirvana. El nirvana es el estado de liberación de los deseos y los sufrimientos, y a la vez de eliminación de la conciencia individual o conciencia refleja. El verbo nirvâ significa apagarse o consumirse, y nirvana es el participio: apagado.

      La meditación o samādhi consiste en la concentración del espíritu. Hay tres niveles de concentración: la concentración primaria (parikamma samādhi), que supone concentrar la atención en un objeto o motivo concreto (nimitta), como por ejemplo, la respiración; la concentración próxima (upacāra samādhi), que supone concentrar la atención en un signo de ese objeto o motivo concreto (patibhaganimitta), como por ejemplo, en el caso de la respiración, concentrarse en el alimento que el aire supone para la vida del cuerpo, o el calor que el aire adquiere al quedar encerrado en los pulmones; y la concentración absorta (appana samādhi), que supone la concentración absoluta, en que se medita sobre objetos sin forma, los arupajhanas, que son cuatro: la infinitud del espacio, la infinitud de la consciencia, la nada y la ausencia de percepción.

      La moderna terapia psicológica del mindfulness («atención plena») utiliza con frecuencia el término absorción, tomado de la expresión appana samādhi, el tercer y último nivel de concentración de la meditación budista.

      La escuela budista del zen arraiga en Occidente a mediados del siglo XX, adquiriendo entonces una relevancia muy superior a la que tenía en Oriente. El budismo zen se ha convertido, desde entonces, en la única práctica budista occidental. Este fenómeno de que un movimiento espiritual o filosófico adquiera en un determinado espacio geográfico una relevancia superior a la de su lugar de origen no es un fenómeno insólito (otro caso, muy distante en el tiempo, es el de la filosofía krausista, a la que se adhirieron y que reelaboraron grandes pensadores españoles de los dos pasados siglos y que pasó prácticamente inadvertida en Alemania). La escuela budista del zen pone especial acento en el aspecto físico de la meditación, centrado en la postura zazen (za, sentado, zen, meditación) y minuciosamente reglamentado en cuanto al tiempo y el ritual de la meditación.

      El injerto del budismo zen en el cristianismo dio lugar en el siglo IV al hesicasmo (de hesychia, paz interior) de los monjes griegos. La práctica cristiana de la meditación tomó diversos rasgos del zen: las posturas corporales, el dominio de la respiración, el cultivo del silencio, la recitación continua del mantra, el vaciamiento interior. Pero la meta del hesicasmo va más allá: es la théosis, o participación del hombre en las fuerzas sobrenaturales (enérgeiai) de la divinidad.

      El hesicasmo presenta una gran novedad: ya no se trata solo de la unión del alma y Dios. También el cuerpo se integra en esa unión. El cuerpo se dignifica, al hacerle participar en la meditación. Car capax Salutis, escribió san Ireneo: «La carne es capaz de salvación». También el cuerpo se salva. Esto es puro evangelio: Cristo, al hacerse hombre, ha divinizado el cuerpo. Y a la katábasis, de sentido descendente (Dios baja a hacerse hombre total, alma y cuerpo), debe responderse con la anábasis, de sentido ascendente (el hombre íntegro, alma y cuerpo, sube a hacerse Dios). Esa es la gran tarea del hesicasmo, la gran novedad que propone: elevar al hombre entero —alma y cuerpo, no solo alma— a Dios.

      En el siglo XX, el hesicasmo recibió un impulso decisivo por obra del jesuita alemán Hugo Lassalle (o Hugo Makibi Enomiya-Lassalle, como maestro zen), que fue misionero en Japón y volvió a Europa después de resultar herido por la bomba nuclear de Hiroshima. Fue el creador de los retiros zen, muy influenciados por los Ejercicios de san Ignacio. Lasalle expone la práctica de esos retiros en sus libros Zazen y los Ejercicios de san Ignacio. Práctica de la existencia verdadera (Zazen und die Exerzitien des heiligen Ignatius. Einübung in das wahre Dasein, 1975) y Zen, camino hacia la iluminación. Ayuda a la comprensión. Introducción a la meditación (Zen, Weg zur Erleuchtung.