Manual de Escapología. Antonio Pau

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Название Manual de Escapología
Автор произведения Antonio Pau
Жанр Философия
Серия La Dicha de Enmudecer
Издательство Философия
Год выпуска 0
isbn 9788498798975



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se designa con un nombre distinto: la quietud. La quietud es dejar la mente inactiva. Es la total pasividad. En su Guía espiritual (1675) aconseja Miguel de Molinos «abandonar la meditación por la quietud de la contemplación». «El santo ocio de la contemplación», la llama en algún momento. Porque la quietud a que se ha de aspirar consiste en eso: inactividad total. «Lo que tú has de hacer será no hacer nada», escribe Molinos.

      La quietud desemboca en «la verdadera y perfecta aniquilación». La aniquilación es «pasar al estado de la nada». La Guía recomienda: «Aniquila hasta la última sustancia tu juicio y tu voluntad». «El perfecto y dichoso estado de la aniquilación» se da «cuando ya el alma está muerta a su querer y entender».

      El proceso inquisitorial contra Molinos fue largo y complejo. La quietud de Molinos era difícil de deslindar del desasimiento preconizado por santa Teresa, a quien Molinos cita continuamente. De todos modos, acabó quedando clara una diferencia: el desasimiento teresiano era un medio, pero la quietud moliniana era un fin en sí mismo, que hacía innecesarias e inútiles las obras y los sacramentos. La quietud moliniana estaba muy cerca de la sola fides del luteranismo. Molinos confesó además, bajo tortura, todos los errores y vicios que quisieron imputarle, y fue condenado a vestir hábito penitencial mientras durara su reclusión perpetua, es decir, el resto de su vida.

      GIMNOSOFISTAS, CÁTOCOS, ESENIOS

      Hubo unos hombres espirituales de distintas latitudes y credos que huyeron del mundo antes de la fuga saeculi de los monjes cristianos.

      Ese ascetismo precristiano es difícil de interpretar sin aplicar categorías cristianas. Sin embargo, la propia definición actual de ascetismo que da el diccionario —«un estilo de vida austero y de renuncia a placeres materiales con el fin de adquirir unos hábitos que conduzcan a la perfección moral y espiritual»— es aplicable también a la conducta de ciertos sabios anteriores a nuestra era y que, ordenados cronológicamente, son los gimnosofistas indios, los cátocos egipcios y los esenios qumránicos.

      A los gimnosofistas o sabios desnudos (sophistái, sabios, gymnói, desnudos) los encontró el ejército macedonio cuando Alejandro Magno llegó a la India. Como tales sabios aparecen en la enumeración que hace Giordano Bruno en De Magia (1590) —«Gymnosophistae apud Indos, Cabalistae apud Hebraeos, Magi apud Persas, Sophi apud Graecos, Sapientes apud Latinos»— y aparecen también en la Primera Parte del Quijote (1605), en la que el ingenioso hidalgo, en conversación con el cura, le dice: «Caballero andante soy, y no de aquellos de cuyos nombres jamás la Fama se acordó para eternizarlos en su memoria, sino de aquellos que, a despecho y pesar de la mesma envidia, y de cuantos magos crió Persia, bracmanes la India, ginosofistas la Etiopía, ha de poner su nombre en el templo de la inmortalidad para que sirva de ejemplo y dechado en los venideros siglos, donde los caballeros andantes vean los pasos que han de seguir, si quisieren llegar a la cumbre y alteza honrosa de las armas». Y no andaba desencaminado geográficamente don Quijote, porque los gimnosofistas, aunque originarios de la India, se establecieron en el curso alto del Nilo, es decir, en Etiopía.

      Si el propio Alejandro Magno llegó a tener un encuentro personal con los gimnosofistas no puede afirmarse con seguridad, aunque existen diversos textos antiguos en los que se reproduce —de un modo no absolutamente coincidente— un pretendido diálogo del rey con diez de estos sabios indios. Lo que sí es cierto es que Alejandro envió a Onesícrito, escritor y filósofo cínico discípulo de Diógenes que le acompañó en sus campañas de Asia, para que se enterara de quiénes eran aquellos extraños personajes.

      Onesícrito, condicionado por su filiación intelectual, trata de explicar la mentalidad de los gimnosofistas en comparación con la de los cínicos: si los cínicos rechazaban el placer, los gimnosofistas buscaban el dolor; si Diógenes vivía en un tonel, los gimnosofistas vivían al raso en mitad del campo; si los cínicos vestían con harapos, los gimnosofistas iban desnudos y llevaban largas barbas; si los cínicos comían y bebían sobriamente, los gimnosofistas solo comían granos y solo bebían agua.

      El mismo filósofo se asombra del desprecio que los gimnosofistas tenían a la muerte (thanátu katafronéseos), desprecio del que fue testigo el propio Alejandro Magno cuando el gimnosofista Calano, sintiéndose enfermo, se inmoló en una pira en su presencia (episodio que recoge Cicerón en su tratado Sobre la adivinación; De divinatione, 44 a.C.).

      En algún momento, los gimnosofistas se trasladaron al valle del Nilo. Cuando Filóstrato cuenta la Vida de Apolonio de Tiana (h. 217), dice que este filósofo griego, que vivió en el siglo I, viajó a Egipto y Etiopía para conocer a los gimnosofistas. El relato aporta interesantes observaciones sobre la vida de estos sabios: «Los gimnosofistas habitan en una colina de escasa altura, a poca distancia de la ribera del Nilo y andan casi desnudos. En su territorio hay pocos árboles y un bosquecillo pequeño, en el que se reúnen para los asuntos de la comunidad, pero no erigen santuarios, sino que vive cada uno en un lugar de la colina. Rinden un culto especial al Nilo, pues consideran este río como tierra y agua a la vez. No necesitan ni chozas ni casas, viviendo como viven al aire libre. No obstante, para cobijar a los extranjeros han construido un albergue con un pórtico grande [...]».

      Tespesión, el más anciano de los gimnosofistas, le dice a Apolonio: «La tierra no tiende aquí ningún lecho, ni nos proporciona, como a las bacantes, leche o vino, ni el aire nos mantiene en levitación, sino que, usando como cama la propia tierra, vivimos compartiendo con ella lo que produce naturalmente, en la medida en que lo ofrezca alegremente y no se vea torturada en contra de su voluntad. Al sabio le es suficiente mantenerse puro de cuanto alimento hubiera tenido vida, de todo deseo que penetrara por los ojos y de la envidia que es maestra de todas las injusticias». Y añade: «La verdad no necesita de la realización de milagros ni de artes de magia [...]. La sencillez es maestra de la sabiduría y maestra de la verdad. La virtud se asemeja a una mujer muy trabajada, de mirada seca, que usa de sus arrugas como adorno. Descalza, es modesta en su vestimenta; incluso aparecería desnuda, si no conociera lo que es en las mujeres decoroso».

      La rigidez ascética de los gimnosofistas, con su prohibición de comer carne y beber vino, y su repulsa del matrimonio, influyó en los cristianos de la primera época y dio lugar a diversas sectas que fueron declaradas heréticas: la de los encratitas, los ebionitas, los hidropasianos y los sacóforos, que mantuvieron todos ellos el dualismo maniqueo, aunque con distintas peculiaridades.

      Los cátocos vivían recluidos en los templos erigidos para el culto a Serapis en Egipto. En algunos papiros se les llama los reclusos del dios (catejomenoi upo tou zeou). Serapis era un dios sincrético, creado por Ptolomeo I para unificar la fe de griegos y egipcios. El Serapeum de Alejandría, que fue el primero de los templos dedicados al nuevo dios, se construyó en el año 286 a.C. y se fue engrandeciendo hasta su destrucción en el año 391. De las dimensiones del templo dan idea las ruinas que aún se conservan. Al igual que la Acrópolis dominaba por su alto emplazamiento la ciudad de Atenas, el Serapeum dominaba Alejandría. Las representaciones escultóricas de Serapis revelan también su carácter sincrético: aparece como un hombre robusto de pelo largo y barba (Zeus) que lleva sobre la cabeza un modium o cesto sagrado de mimbre, símbolo de la abundancia (Osiris era el dios de la fertilidad y la agricultura).

      Aunque el espíritu de unos y otros era evidentemente distinto, se ha sostenido con insistencia que los cátocos son el antecedente inmediato e incluso el inspirador de los monjes cristianos. Desde luego, tienen muchos rasgos comunes: vivían en estricta clausura, renunciaban a toda propiedad y mantenían una castidad absoluta, practicaban la ascesis y se llamaban entre ellos hermanos, y al superior, padre.

      También es cierto que la actitud de los cátocos no era de simple ascetismo, sino que era de profunda religiosidad afectiva. Khatokós significa devoto.

      Una diferencia externa importante entre los cátocos y los posteriores monjes cristianos era el cuidado físico. En el caso de los cátocos no era cuidado, sino un descuido absoluto. Iban casi desnudos, andrajosos, con el pelo extraordinariamente largo. Lo que puede parecer anecdótico