Manual de Escapología. Antonio Pau

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Название Manual de Escapología
Автор произведения Antonio Pau
Жанр Философия
Серия La Dicha de Enmudecer
Издательство Философия
Год выпуска 0
isbn 9788498798975



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de su relación con la divinidad. Una divinidad que no se considerará ya solo omnipotente, sino también amorosa y compasiva.

      Más próxima aún al monacato cristiano está la comunidad de esenios de Qumrán. Más próxima, no solo por su austeridad y sus prácticas litúrgicas en común, sino también porque esa comunidad, que se mantuvo unida desde el año 130 a.C. hasta el año 68, parece vivir en una tensa espera a la venida del Mesías, acentuada por las visiones del Maestro de Justicia que la encabeza.

      La comunidad de Qumrán se considera a sí misma el grupo más fiel del judaísmo, y por eso aparece designada como yahad ha-Berit, como Comunidad de Salvación. La comunidad se ve como la auténtica y única representación del verdadero pueblo de Dios. Por eso, quien quiera salvarse por su fidelidad a la Alianza será admitido en Qumrán, sometiéndose primero a un periodo de prueba y sujetándose luego a una rigurosa regla cuyo incumplimiento acarrea en muchos casos la expulsión. La concepción elitista de sí misma dará lugar a graves tensiones de la comunidad qumránica con el judaísmo mayoritario.

      Es muy revelador que en los textos de Qumrán se use la expresión Alianza nueva para referirse al compromiso que asumen quienes ingresan en la comunidad. Da idea de que se trata de una vinculación distinta y más intensa que la que suponía la vieja Alianza, la Alianza mosaica. La Alianza de Dios con el pueblo de Israel se convierte ahora en una Alianza de Dios con la comunidad qumránica. Además, hay cosas «escondidas» y «reveladas» que solo la comunidad conoce —no la generalidad del Pueblo de Israel—, y que justifica, además de la especial fidelidad de sus miembros, que solo a ellos esté reservada la salvación. La Alianza ha dejado de ser étnica y se ha convertido en una alianza con la comunidad. Al resto de los judíos se les llama los hijos de la fosa o hijos de las tinieblas. Los miembros de Qumrán son llamados, en sus propios textos, hijos de la luz.

      Qumrán tenía sus propios actos de culto. No solo vivía al margen del culto oficial, el que giraba en torno al Templo de Jerusalén, sino que tenía su propio calendario de culto. Al regirse la comunidad por el calendario solar, las grandes festividades de la religión judía no coincidían con las del Templo. Esta diferencia, aparentemente menor, fue decisiva para ahondar en el aislamiento y la autonomía de la comunidad de Qumrán respecto del resto del judaísmo.

      La concepción de Dios que tienen los miembros de Qumrán se acerca más al Dios neotestamentario que la que tenía (y tiene) el resto de los judíos. En los textos de Qumrán aparece una imagen paternal de Dios, la imagen un ser afable y capaz de comprender la actitud de los miembros de la comunidad. Se dice que Dios ama (1QS 3,26), y que siendo, justo, dispensará sus gracias misericordiosas (1QS 1,22). Es una imagen muy distinta de la del Dios creador del Génesis, infinitamente alejado de las criaturas. Aunque en los textos de Qumrán se habla de la ira abrasadora del Dios de la venganza (1QS 4,12), frase de rotunda resonancia veterotestamentaria, se habla también del Dios de la salvación (1QS 1,19), y se recoge esta oración de tonalidad poética: «A Dios le diré: ‘Mi justicia’, y al Altísimo: ‘Cimiento de mi bien’, ‘manantial de saber’, ‘fuente de santidad’, ‘cima de la gloria’, ‘todopoderoso de majestad eterna’». Pero lo más sorprendente es que en dos textos qumránicos aparezca Dios como Padre (4Q372 1,16 y el 4Q460 5,6).

      Sobre el modo en que se desarrollaba la vida diaria de los hombres de Qumrán no hay un documento narrativo, pero sí lo hay normativo: la Regla de la Comunidad. De las conductas proscritas cabe deducir las conductas habituales, teniendo en cuenta sobre todo que del incumplimiento de las normas derivaban graves sanciones, que iban desde una semana hasta varios años de separación de la comunidad —lo que no significaba un alejamiento del recinto monacal, sino una vida separada de los actos realizados en común—. Como sanción más grave se prevé la expulsión y la consiguiente ruptura con la Alianza nueva.

      La conducta que deben mantener unos miembros de la comunidad con otros está minuciosamente regulada, y resulta llamativo que, frente a obligaciones más elementales, hay otras más sutiles que revelan una especial delicadeza en el trato. La primera obligación es la puesta en común de obras y bienes: «Los voluntarios traerán todo su conocimiento, sus fuerzas y sus riquezas a la comunidad». Las que siguen están redactadas al modo de la tipificación penal de las conductas: «Quien hable de su hermano con ira o murmurando... Quien hable en medio del discurso de su prójimo, antes de que su hermano haya terminado de hablar... Quien replica a su prójimo con obstinación o le habla con impaciencia... Quien miente a sabiendas... Quien insulta a su prójimo... Quien guarda rencor a su prójimo... Quien pronuncia con su boca palabras vanas... Quien se duerme en la reunión... Quien marcha ante su prójimo desnudo... Quien ríe estúpidamente... Quien gesticula con la mano izquierda...» (todas ellas en 1QS, 5 a 7).

      En el año 68, el emperador Vespasiano cruzó el río Jordán con la Legio X Fretensis, ocupó toda Transjordania —el este del río Jordán—, y en Cisjordania —el oeste del Jordán—, ocupó Jericó y destruyó el monasterio de Qumrán. La guerra entre romanos y judíos había empezado dos años antes, y es posible que el ocultamiento de los rollos de Qumrán se hiciera en unas cuevas próximas en ese tiempo inmediatamente anterior a la destrucción.

      En el invierno del año 1946 un pastor beduino encontró unas tinajas que guardaban los rollos. Durante un tiempo las tinajas sirvieron para usos domésticos y los rollos para hacer lumbre. Pero otros rollos se vendieron a un zapatero de Belén, que hizo con algunos de ellos suelas de zapatos, y otros se llevaron al arzobispo de Palestina y Transjordania Athanasius Yeshue Samuel, de la Iglesia sirio-ortodoxa, que los compró. Hasta el año 1956 no se descubrieron las once cuevas que contenían los textos de Qumrán. Esos textos están hoy en el Museo de Israel (los de la cueva primera), en Jerusalén, y en el Museo Rockefeller de la misma ciudad (los de las restantes cuevas). Los textos de Qumrán llenan el vacío que existía entre el Viejo y el Nuevo Testamento, explican la evolución del judaísmo y también cómo era la religión de Cristo precisamente en su tiempo.

      LA FUGA SAECULI

      La huida del mundo en cumplimiento del mandato de perfección espiritual entraña una contradicción que ya advirtió Karl Rahner en Ascética y mística en la patrística (Aszese und Mystik in der Väterzeit, 1939), porque el mundo es creación divina. De manera que la fuga saeculi ha de entenderse como huida de la corrupción del mundo —obra de los hombres—, y no del mundo mismo. Por ello, la fuga saeculi no puede considerase un camino exclusivo para el cumplimiento del mandato divino, sino que debe reconocerse que a la vez existe otro camino que discurre dentro del mundo. Es necesario sin embargo esperar a san Agustín (siglo IV) para que se reconozca que la vida monacal pueda existir en mitad de la sociedad urbana, y sin necesidad de huir de ella.

      Pero en los primeros tiempos solo se vio la antinomia cristianismo-mundo. Eso es lo que parecían expresar las palabras de Cristo «si quieres ser perfecto, vende cuanto tienes, dalo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo, y ven y sígueme» (Mateo 19,21). A la vista de ellas, los cristianos emprendieron la huida del mundo y se dirigieron a donde no había nada ni nadie: al desierto. Anacoretas masculinos y femeninos se dispersaron, a miles, por los yermos de Egipto, Siria y Palestina. La huida del mundo se reforzó cuando san Arsenio, anacoreta de Egipto, transmitió la revelación que había recibido, al preguntarle a Dios por el camino de perfección, y que consistía en un triple mandato: fuge, tace, quiesce —huye, guarda silencio, mantén la quietud—.

      Los primeros anacoretas (del griego anachóresis, separación) llevaron vidas muy distintas: los ermitaños se construían cabañas en el desierto, ocupaban grutas naturales, o incluso se alojaban en tumbas de viejas necrópolis abandonadas; los giróvagos deambulaban por el campo y entraban de cuando en cuando en las aldeas; los reclusos se encerraban entre cuatro paredes sin ventanas, y solo el techo abierto; los dendritas se subían a vivir a los árboles; los adamitas vivían desnudos sin buscar refugio alguno; los sideróforos iban siempre cargados con cadenas; los acémetas procuraban mantenerse en vigilia permanente; y los estilitas —los más extravagantes dentro de tanta extravagancia— se encaramaban a lo alto de columnas. Casi todos eran analfabetos y, por tanto,