Residuos del insomnio. Juanjo Fernández

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Название Residuos del insomnio
Автор произведения Juanjo Fernández
Жанр Книги для детей: прочее
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Издательство Книги для детей: прочее
Год выпуска 0
isbn 9789972404641



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España. Mal, les digo, se reaccionó tarde y la población no lo tomo en serio. El técnico mira a sus hombres como diciendo «¿veis?». «¿Y cómo ve el Perú?», me pregunta de nuevo. «Las medidas me parecen las correctas y bien ejecutadas, pero me da miedo que en un país donde, por ejemplo, casi un millón de personas en Lima no tiene agua en sus casas, y sabe dios a cuántas otras se les está abasteciendo con camiones cisterna en los cerros, se pueda vencer al virus en tan solo quince días o un mes». De nuevo mira y asiente.

      Atravieso Surco Viejo. Sigo por Ayacucho hasta Aviación, miro el tren que construyó Alan García en sus dos mandatos separados por ¿veinte años? Todo normal, en la normalidad del aislamiento. Sigo por Aviación tratando de aprovechar la sombra de la obra del autodesaparecido. Encuentro al alcalde de la Municipalidad de Surquillo, Giancarlo Casassa, quien dirige un grupo de desinfección y, parlante en mano, pide a los vecinos que no bajen en dos horas. Intercambiamos unas palabras, me intereso por la gestión de la municipalidad hacia los mayores y personas vulnerables. Me dice que cada siete días pasa personal del serenazgo para ver que todo vaya bien por sus domicilios y que hay un grupo de WhatsApp de la municipalidad, para el envío de avisos. Nos damos ánimos y nos despedimos. Cuando pase todo esto pienso ir a darle la mano que no le di hoy.

      Sigo, las piernas ya pesan como imagino os pesan ahora los ojos. Llego a la Javier Prado y veo el funcionamiento normal del corredor naranja, control de acceso con apoyo del ejército para garantizar la distancia entre los pasajeros y que nadie viaje de pie. Ojalá lo hagamos todo bien, que eso del «duelo de Pantojas» del 3 de abril me interesa. Miráis las fotos después de leer, ¿no? Con el cariño con que las hago.

      No llego a entrar en La Victoria, bajo por Javier Prado hacia San Isidro y encuentro en el límite entre ambos distritos a Rafael Celis, que vende mangos y papayas, a quince soles la caja de trece kilos de papaya. Rafael es colombiano y lleva en Perú ocho meses. Dice que esto está mucho más ordenado. Que aquello es muy movido por causa de la droga, que ya no lo aguantaba. Volveré a verle cualquier día de estos.

      «Duelo de Pantojas», en el paradero de la línea naranja de Javier Prado.

      Cruzada la Vía Expresa, que no tiene tránsito, sigo por Javier Prado y encuentro la embajada chilena. Unos pocos ciudadanos del país vecino esperan entrar. Me dicen que la embajada les ayuda con dinero, pero me lo dicen quejándose, que es poco, que a unos les da una cantidad y a otros otra, y siempre hay alguien más fregado. Dos mujeres peruanas que viven y trabajan allí desde hace años se encuentran en tierra de nadie, un país que es el suyo, donde no tienen nada, y sin poder volver a una vida en la que oficialmente no son reconocidas.

      El resto de la mañana ha sido pedalear y pensar cuán afortunado soy. Bueno, rocoto incluido.

      6

      martes 24 de marzo

      casos confirmados: 21

      muertes: 2

      Hoy no he salido, así que no sé yo ni sobre qué escribiré ni en qué acabará todo esto. Empezaré por ayer. Que los billetes soportan la lavadora ya lo sabía. Pero que los audífonos −auriculares, para los que leéis desde allá− recuperan el brillo en el sonido tras pasar por un lavado rápido con agua caliente ha sido todo un descubrimiento. Y como quiero que estas crónicas tengan un sentido de utilidad pública, ahí va el primer coronaconsejo: estad tranquilos, vaciad los bolsillos del todo y desvestíos con calma, que no hay nadie en el garaje mirándoos.

      Me cuesta trabajo concentrarme para leer, creo que voy a quitar la laptop de la mesa a ver si así el brillo de la pantalla deja de abducirme. A fin de cuenta, mis paseos virtuales por ella no me llevan a ningún sitio por esa falta de concentración. Quiero buscar datos que me ayuden a proyectar el futuro de esta situación en Perú. Es evidente que es imposible, esta crisis nos ha movido el suelo como ninguna otra, y lo ha hecho en todo el mundo sin excepción, literalmente. Pero sí quiero encontrar pistas que me ayuden a ver si el país está preparado para afrontar la guerra contra este virus coronado que tiene en jaque a toda la humanidad.

      Busco en mi memoria ya que no me concentro para buscar en la hemeroteca y pienso en la última gran crisis que azotó el país, los huaicos que lo asolaron entre diciembre de 2016 y abril de 2017. Las cifras fueron sobrecogedoras, más de cien mil damnificados y seiscientos mil afectados, 75 fallecidos y 20 desaparecidos −igual la cifra final fue otra−, más de diez mil viviendas colapsadas, otras tantas inhabitables y casi ciento cincuenta mil afectadas. Y en infraestructuras las cifras no se quedaron atrás: mil novecientos kilómetros de carreteras afectadas y ciento cincuenta y nueve puentes colapsados. El norte del país fue el más afectado, especialmente las regiones de Piura, Trujillo y Lambayeque, donde las lluvias torrenciales alagaron tierras y viviendas con la furia de la avalancha. ¿Cómo se enfrentó Perú al desastre? Sé que me leéis por las tonterías que digo, pero qué trabajo me cuesta encontrar un enfoque desenfadado frente a todo esto.

      El recuerdo que tengo de aquellos días, hace tan solo tres años, era mi estupefacción por el grado de destrucción que las lluvias causaron. ¿Cómo podían plegarse las carreteras como si fueran masa de pizza napolitana? Y tantas, y la Panamericana Norte, el eje vial principal, de carácter internacional que se vio cortada por el colapso de puente Virú. ¿Cómo es que dijo el subalterno del alcalde Castañeda cuando, ante la vista de todos, se derrumbó el Puente de la Solidaridad, en Lima? Ah, sí, «se desplomó», fue lo que dijo el edil. Cuando dejó de caer el agua del cielo, no mucho después, empezaron a precipitar papeles, declaraciones, acusaciones... que nos permitieron entender. El resumen se hace fácil: Odebrecht, el gigante de la construcción brasileño, tenía comprados a todos. Todo el mundo se llevaba su parte. Más de treinta años de orgullosa historia democrática del país reducida a prisión preventiva. Todos los que ocuparon la presidencia de la República tras Belaunde −excepto el presidente Paniagua− están ahora en el penal, arresto domiciliario, huidos de la justicia o suicidados; también están presos los dos últimos alcaldes de Lima, gobernadores regionales... y si en los despachos se mueven los maletines con dólares, en la obra lo mismo sucede con los sacos con material, a ver si va a robar el presidente y yo que soy el capataz, y tengo no sé cuántos hijos, no voy a poder llevarme un pequeño apoyo para darles techo, ¿y yo, papi, que ya solo me falta el suelo de la cocina? Dale nomás, pero que no te vean, no seas cojudo. Y ahí está la foto del desastre, aquí no, que hoy no voy a poner ninguna foto, que me da roche fotografiar a la vecina de enfrente, que limpia la planta con mucho amor; o al vecino de arriba, que a veces se asoma y también alegra algo la vista; pero no es cuestión, que estas son crónicas muy serias.

      Las fotos del desastre las podéis ver poniendo en el buscador de vuestros navegadores «huaicos 2017». Pero mucho más preocupante que el desastre y sus antecedentes, de cara al análisis que quisiera hacer ahora, ha sido todo lo posterior. Kuczynski fue alabado en su momento por su rápida reacción, y nadie lo discutió. Mandó a un ministro a coordinar las labores de reconstrucción en cada zona de crisis. Los funcionarios públicos se arremangaron para ponerse a trabajar. Llovía y llovía, pasaban los días y la destrucción aumentaba, pasaban los meses y a las precipitaciones se sumaron las voces que preguntaban por qué no se decretaba ya el estado de emergencia. El Ejército se hacía cargo de la asistencia de la población y la reparación de vías y puentes, «con más corazón que medios», según dijo un jefe militar. Se habilitó un hashtag, #UnaSolaFuerza, para centralizar todas las ayudas y donaciones. Pero no se declaraba el estado de emergencia. Desde Palacio se anuncian partidas milmillonarias para la reconstrucción, ordinarias, extraordinarias, nacionales, regionales. Anuncios de dinero, pero no llegaba el estado de emergencia y Kuczynski afirmaba, en marzo, que no había condiciones aún. ¿Qué estaba pasando? El estado de emergencia lo declara el Poder Ejecutivo a través de un decreto supremo. Con ello libera fondos a las autoridades locales para adquirir productos sin concurso público, ese laberinto administrativo ideado para proteger los dineros del Estado gestionados por el MEF (Ministerio de Economía y Finanzas) de las garras de la corrupción. El antecedente del terremoto de Ica de 15 de agosto de 2007, que se resume en un titular del diario El Comercio: «A cinco años del terremoto en Ica: desidia, precariedad y corrupción», hace que Palacio sea