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Fragmentos de la comedia media

Varios autores

La edición de estos fragmentos de la prácticamente perdida Comedia Media –transición y puente entre las épocas de Aristófanes y de Menandro– tiene un excepcional interés para trazar la línea evolutiva de las formas teatrales griegas. El término de Comedia Media se emplea para designar la comedia ateniense del período 400-323 a.C., el que sigue a la época marcada por la gran figura de Aristófanes. Las obras de la Comedia Media se han perdido prácticamente en su totalidad y no nos quedan más que fragmentos de ellas, que se han reunido en esta cuidada edición. Fue este periodo un momento de experimentación con nuevas fórmulas, y con aspectos novedosos como la reducción drástica del papel del coro; se redujo el tratamiento de asuntos políticos y se acrecentó la importancia de personajes prototípicos, como por ejemplo el militar. Los comediógrafos de esta etapa (conocemos el nombre de una cincuentena de ellos: Aristofonte, Calicles, Timocles, Mnesímaco, Jenarco, Sótades, Alexis, etc.) constituyen una transición del género de la comedia desde las cotas alcanzadas por la Comedia Antigua hasta la aparición de la Nueva, representada en la figura de Menandro; es por eso por lo que la edición de estos fragmentos tiene un excepcional interés para trazar la línea evolutiva de las formas teatrales griegas, que llega hasta autores como los latinos Plauto y Terencio, quienes, a su vez, con el paso de los siglos, serán los modelos de clásicos como Molière y Lope de Vega.

La violencia justa

Andreu Martin

"Quiero tranquilizarme diciéndome que fue en defensa propia.Que usé la violencia justa, ni más ni menos que la necesaria".Todo el mundo sabe que Alexis Rodón es bueno, muy bueno. El mejor. Precisamente, el hombre que Teresa Olivella necesita para llevar a cabo sus planes…Violencia de género, brutalidad policial y crimen organizado en un thriller de considerable dureza y depurado realismo.

Dios salve al primo

Donald E. Westlake

¿Qué es un primo? El candidato perfecto para ser estafado. ¿Y quién es el rey de los primos? Fred Fitch, al que han estafado de todas las maneras posibles. Pero nada comparado con lo que le sucederá cuando se entere de la muerte de un pariente, el misterioso tío Matt, cuya existencia ignoraba y que le lega la nada despreciable cantidad de 300.000 dólares. Un botín muy apetitoso para todos los estafadores, embaucadores, farsantes, fulleros, bribones y truhanes de la ciudad de Nueva York, y también para los que se han cargado al tío Matt. Mientras trata de no perder el dinero, Fred Fitch se irá topando con una serie de singulares y picarescos personajes, cuyas intenciones no siempre están claras: una stripper, un abogado, un par de policías, un peculiar médico y un antiguo socio de su tío…*Galardonada con el premio Edgar Allan Poe a la mejor novela de misterio en 1967, Dios salve al primo combina con maestría situaciones hilarantes, vibrantes persecuciones y una creciente tensión."El tipo de libro en el que Donald Westlake es imbatible", Bill Pronzini.

Mitógrafos griegos

Varios autores

Estos cinco opúsculos ejemplifican a la perfección las distintas modalidades de los estudios de mitografía en la Grecia antigua. Los cinco escritos que se recogen aquí forman una unidad (pese a su diversidad aparente) por cuanto ilustran de forma impecable tres de las modalidades en que los griegos de la Antigüedad practicaron la mitografía. Los tres primeros opúsculos (las «Historias increíbles» de Paléfato, Heráclito y el Anónimo Vaticano) son básicamente representativos de la exégesis racionalista del mito. Con la obra de Eratóstenes («Catasterismos») volvemos, del tiempo impreciso del Anónimo, a la época helenística, momento en que se debió de componer esta suerte de astronomía mitológica que narra las conversiones en estrellas de personajes famosos del mito. Por último, el «Repaso de las tradiciones teológicas de los griegos» de Aneo Cornuto (obra que se traduce aquí por vez primera al castellano) ejemplifica la corriente alegórica de análisis del mito.

Apología. Flórida.

Apuleyo

Estos discursos y conferencias del autor de El asno de oro reflejan su enorme capacidad oratoria y constituyen una buena muestra de la retórica en la Segunda Sofística. Lucio Apuleyo (Madaura, norte de África, siglo II d.C.) se inició en todo tipo de religiones y cultos mistéricos, escribió (en prosa y en verso, en griego y en latín) acerca de los más diversos asuntos y temas, ejerció como prestigioso abogado y conferenciante y acabó considerándose «filósofo platónico», entre la filosofía, el esoterismo y la magia. Y de magia se le acusó: de haberse servido de un encantamiento para seducir a una viuda rica, ya de cierta edad, y casarse con ella. La defensa que hizo de sí mismo nos ha llegado en la Apología, que es también el único discurso jurídico de la latinidad imperial que conservamos. En su primera parte, antes de refutar los cargos, Apuleyo emprende todo tipo de digresiones: sobre el dentífrico y la higiene bucal, el elogio filosófico de la pobreza, una teoría sobre la epilepsia…, lo cual debió de desconcertar no poco al auditorio. A continuación, como disciplinado abogado, examina los documentos y emprende su defensa propia. La Flórida, por su parte, es una colección de fragmentos de conferencias que pronunciara Apuleyo, en otra de sus vertientes, la de orador deslumbrante y preciosista. Estos textos ponen de manifiesto lo huero de la oratoria en el periodo denominado de la Segunda Sofística, capaz de desplegar su plumaje a raíz de cualquier pretexto: el relato de un viaje, la agudeza de la vista, las costumbres de los gimnosofistas, el encomio de un procónsul, la descripción de un papagayo… Todo trivial y anecdótico, frívolo y un tanto insustancial, pero aleccionador reflejo de la latinidad agónica y decadente, en la que Apuleyo es sin duda de lo más interesante.

Instituciones divinas. Libros I-III

Lactancio

Toda la obra conservada de Lactancio corresponde a la segunda fase de su vida, tras su conversión al cristianismo, en la que aspira a sustituir la sabiduría pagana por la nueva fe, partiendo de supuestos racionales. Su gran originalidad reside en conservar el legado romano junto a la afirmación de la nueva fe. Lucio Cecilio (o Celio) Firmiano Lactancio (245-325 d.C.), que ha sido llamado «el Cicerón cristiano», compuso las Institutiones divinae (denominadas a su vez por san Jerónimo «un río de elocuencia ciceroniana») para mostrar que la doctrina cristiana era un sistema lógico que se podía defender con la razón además de con la fe. Las dirigió a lectores paganos cultos y, más que a las Escrituras, recurre para ilustrar sus tesis a argumentos de escritores paganos. En efecto, Lactancio es (como Tertuliano, Ambrosio, Jerónimo, Paulino de Nola, Prudencio y san Agustín) un escritor cristiano de los primeros siglos, de formación clásica en retórica y cultura, en el que se cumple la paradoja de utilizar estos recursos literarios y conceptuales para extender la nueva doctrina frente, precisamente, a la literatura y la religión paganas. De los siete libros de las Instituciones divinas, los tres primeros son una crítica del politeísmo y de la filosofía romana; después, Lactancio procede a argumentar que sólo la fe cristiana es capaz de aunar filosofía y religión. A partir de esta concepción fundamental, Lactancio analiza la idea cristiana de justicia y moralidad y el culto, y trata cuestiones esenciales como el bien supremo y la inmortalidad del alma, para concluir instando a abrazar la nueva religión. Más argumentativo que polemista, Lactancio se dirige a la razón del lector, al que no pretende abrumar con principios de autoridad incontrovertibles.

Geografía. Libros V-VII

Estrabón

Estrabón fue un sincero admirador de la pacificación augústea, que a su juicio reportó bienestar a los heterogéneos pueblos sometidos en la inmensidad de los dominios romanos. Como el resto de griegos de su tiempo, Estrabón vivía en un mundo dominado por Roma. Nacido en la zona del Ponto (costa septentrional de Asia Menor), fue la suya la región que resistió con mayor tesón, hasta la victoria de Octavio sobre las tropas de Cleopatra y Marco Antonio en la batalla de Actio (31 a.C.). Al igual que tantos escritores helenos, Estrabón viajó a la capital cultural del mundo, sucesora de Atenas y Alejandría. Fue un sincero admirador de la pacificación augústea, que a su juicio reportó bienestar a los heterogéneos pueblos sometidos en la inmensidad de los dominios romanos. Precisamente gracias a esta paz pudo escribir historia para una nueva generación de griegos y romanos. En los libros V y VI describe la península Itálica y Sicilia; en el VII, el norte de la Europa que él conocía: Epiro, Macedonia y Tracia.

Helénicas

Jenofonte

En las Helénicas Jenofonte continúa el relato de la Guerra del Peloponeso en el punto en el que lo dejó su maestro Tucídides. A la tarea de historiador añade la viveza descriptiva de quien fue testimonio directo de los hechos. Las Helénicas se plantean como una continuación de la narración histórica de Tucídides sobre la Guerra del Peloponeso, y ofrecen una crónica de las contiendas y las crisis políticas que sacudieron Grecia a comienzos del siglo IV a.C., desde 411 hasta 362, hechos todos ellos que Jenofonte vivió: fin de la Guerra del Peloponeso, gobierno y derrocamiento de los Treinta en Atenas, guerra espartana contra los persas (399-387), Guerra Corintia, rivalidad entre Esparta y Tebas, triunfo de Tebas en la batalla de Leuctra (371) y hegemonía de ésta bajo el general Epanimondas. Probablemente escritas en varias fases durante la larga vida de Jenofonte (h. 430-354 a.C.),las Helénicas siguen el modelo historiográfico de Tucídides: narran hechos políticos contemporáneos con un estilo sobrio y austero. Jenofonte se ciñe a este planteamiento político-militar, y excluye varios hechos que hubieran ocupado un lugar destacado en una historia general; él, sin embargo, prefiere reservarlos para otra otras obras, con lo que introduce una marcada diferenciación de formas literarias que dará lugar a otros escritos suyos: por ejemplo, las actividades de Sócrates, publicadas en otro volumen de esta misma colección.

Nombrar a los muertos

Ian Rankin

Cuando un diputado del Parlamento cae desde lo alto del castillo de Edimburgo, al inspector John Rebus le da igual que se trate de un caso incómodo. Nunca ha esquivado los problemas, así que se va a encargar del asunto. Aunque ese no sea el único desafío al que deba enfrentarse… «Ian Rankin es uno de los más grandes autores de novela policiaca de nuestros días» MICHAEL CONNELLY

Los gnósticos II

Varios autores

Una enriquecedora visión del gnosticismo del siglo II, a partir de los textos polémicos de los heresiólogos Ireneo de Lyón e Hipólito de Roma, con un estudio de las líneas generales de este movimiento teológico-filosófico que pugnó con la ortodoxia eclesiástica. a Gnosis fue un fenómeno intelectual y espiritual de enorme repercusión en el siglo ii d. C., un producto del cruce de la filosofía helénica con las nuevas corrientes religiosas de la época. Hay una Gnosis judía, al lado de una Gnosis cristiana, que mezclan los influjos del platonismo y neoplatonismo con temas bíblicos, y con una especial religiosidad muy propia de ese tiempo tan agitado espiritualmente, «una época de angustia y ansiedad», según dijera Dodds. Para el Gnosticismo, el hombre es un ser ambiguo, que contiene un principio divino, una chispa o centella inmortal que aspira a reintegrarse en su fuente original de donde ha caído en este mundo degradado y doliente. Tal es la creencia fundamental que enlaza a las diversas sectas de lo que llamamos Gnosticismo, uno de los capítulos últimos de la historia del espíritu griego. En esa larga contienda del mythos y el lógos la Gnosis representa un extraño momento de combinación de ambos, una especie un tanto bastarda de lo helénico y lo oriental, pero con muy claros ecos de la tradición platónica e incluso pitagórica. José Montserrat Torrens ha traducido dos textos fundamentales para una perspectiva de conjunto: el libro I de Contra las herejías de Ireneo de Lyon, y los V, VI, VII y VIII de la Refutación de todas las herejías de Hipólito de Roma, además de una selección de fragmentos de Basílides y los Valentinianos. Ha anotado muy docta y puntualmente todos esos difíciles textos y les ha antepuesto unas introducciones muy completas y documentadas. No hay, en la bibliografía española, otro libro semejante para una aproximación y conocimiento histórico directo de tan interesante movimiento espiritual.