Cita con el arte. Martin Gayford

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Название Cita con el arte
Автор произведения Martin Gayford
Жанр Документальная литература
Серия
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9788432159664



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en su día en forma de sofá surrealista. A su manera, es tan enigmática como la Mona Lisa; no sonríe, únicamente se ve una expresión de la boca, como si los labios estuviesen a punto de abrirse.

      Este resto astillado muestra la cara de una mujer egipcia que vivió en un palacio del Nilo Medio en el siglo XVI a. C. Pudo ser Nefertiti o no. Lo ignoramos, y es extraordinariamente distinta de cualquier otra que pueda hallarse. La única forma de descubrirlo sería encontrar el resto de la escultura, posiblemente rota y desechada hace miles de años.

      Fragmento de la cara de una reina, periodo del Nuevo Reino, periodo amarniense, dinastía 18, reinado de Akenatón, c. 1353-1336 a. C., Egipto Medio, probablemente Amarna (Aketatón), jaspe amarillo, 13 x 12,5 x 12,5. Museo Metropolitano de Arte, compra, donación de Edward S. Harkness, 1926 (26.7.1396). Fotografía de Bruce White. Imagen del Museo Metropolitano de Arte.

      «Si me dijeses que has encontrado la parte de arriba —sigue Phi­lippe—, no creo que me emocionase, porque estoy demasiado centrado, demasiado absorto y cautivado por la perfección de lo que hay aquí: lo que me complace —y es un placer intenso— es maravillarme con lo que ven mis ojos, no con una cierta abstracción que, de una forma más artísticamente histórica, sería capaz de figurarme. Se parece a un libro que te encanta, y del que no quieres ver la película. Ya te has imaginado al héroe o heroína de un modo determinado. En realidad, en el caso de estos labios de jaspe amarillos, jamás he tratado de imaginarme lo que falta».

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      Lo importante con respecto a la boca de esta reina (o tal vez princesa) egipcia anónima es que se trata de un fragmento. Por eso es fascinante. En cierto modo, todo lo que nos rodea en el Met es un fragmento: igual que la escultura de jaspe amarillo, hay trozos de edificios, partes de piezas esculturales, habitaciones de casas y cuadros que se han descolgado de villas y palacios.

      Lo que vemos en el Met —o en cualquier otro museo o colección— son elementos separados de un todo mayor. Los labios de la egipcia son parte de su rostro, pero también se han desgajado de su contexto, que ignoramos en gran medida, y que tenía su sentido durante el reinado del faraón Akenatón. Y esa época, con sus estilos y creencias particulares, fue solo un momento pasajero en el periodo del Nuevo Reino, que forma una subsección de la larga, larga historia del arte y la civilización egipcias, que a su vez se inscribe en la narración, más amplia, del antiguo Oriente Próximo y el Mediterráneo. Y así continúa, como un juego de muñecas rusas, en la que cada una encaja en otra mayor.

      MG Un día, mientras posaba para un retrato de Lucian Freud, le pregunté qué faceta de una pintura así le resultaba más difícil. Su respuesta me sorprendió: me dijo que cambiaba de continuo. «Me siento tan distinto de un día para otro que es desconcertante incluso que mis cuadros funcionen». Pocos días después descubrimos que yo —el sujeto— también sufría continuas alteraciones. Por lo tanto, su esfuerzo por fijar una imagen suponía también el de seguir la pista de dos objetivos móviles: el artista y el modelo.

      Esto, que era cierto para Lucien en 2004, puede aplicarse hasta cierto punto al arte y a la vida. Si nos detenemos frente a una obra en dos ocasiones, al menos uno de los elementos —el observador o el objeto— se habrá transformado de algún modo en la segunda. Las obras de arte mutan con el tiempo, aunque con lentitud, como si las limpiasen o «conservasen», o como si los materiales que las componen envejeciesen. Incluso aunque persistan visualmente idénticas, causan una impresión distinta según quién las acompañe. Cerca de Salvador Dalí esta reina egipcia no sería la misma, desde luego.

      Sin embargo, nosotros, los observadores, fluctuamos aún más. Si ese luminoso día de otoño no hubiese paseado en compañía de Philippe, puede que no me hubiese detenido frente a los labios de jaspe amarillo: desde luego, no los habría visto como él, porque lo que yo miraba era la compañía. La siguiente vez que los viese estaría influido, entre otros factores, por mi recuerdo de la primera. Por su parte, Philippe había contemplado ese fragmento cientos de veces, lo que sin duda teñía su reacción, como lo hacía el hecho de que, en esa ocasión, estuviese conmigo, atendiendo a mi respuesta a sus comentarios. Así ocurre con todo.

      Habitamos, inevitablemente, en un mundo de perspectivas que se disuelven, en un presente que no deja de cambiar. El hoy siempre se mueve y, desde esa atalaya, el pasado, en apariencia, cambia de continuo. Esto ocurre en una escala amplia, histórica, pero también en nuestros encuentros personales con el arte, de un día para otro. Puedes detenerte ante Las Meninas de Velázquez mil veces, y cada una será distinta, porque tú has cambiado: cansado o lleno de energía, o distinto de tu yo previo de múltiples formas.

      Philippe y yo nos habíamos embarcado en un proyecto conjunto: reunirnos en distintos lugares, según las oportunidades que surgiesen durante nuestros viajes. Nuestra idea consistía en escribir un libro que no fuese ni de historia del arte ni de crítica, sino un experimento sobre la contemplación compartida. En otras palabras, tratamos de acercarnos, no a la historia o a la teoría, sino a la misma experiencia de contemplar el arte, a lo que se siente en un momento concreto, que es, por supuesto, la única forma en la que cualquiera de nosotros puede mirar algo.

      En el resultado han influido hechos casuales —espaldas doloridas, horas de cierre, deseos pasajeros—, como suele suceder. También está cargado de una emoción que normalmente se deja de lado al escribir sobre arte, o bien se reduce a un estereotipo: el amor.

      La antigua palabra francesa «amateur» ha adoptado múltiples significados. En su origen quería decir «el que ama». En el inglés actual se refiere a lo no profesional. Tanto Philippe como yo hemos dedicado nuestra vida profesional, de un modo u otro, al arte, pero en su sentido original ambos somos amateurs: amamos el arte. Igor Stravinski escribió que su primer destino cuando visitaba una ciudad nueva era su galería de arte. Así nos sentimos Philippe y yo: para nosotros, una nueva colección, una iglesia, una mezquita o un templo desconocidos ofrecen una posibilidad emocionante. Verlas supone al menos la mitad del atractivo de viajar, y por eso este es, también, un infrecuente libro de viajes.

      MG Philippe, ¿ha habido un momento único, una experiencia concreta, que pudo hacer que te dedicases al arte?

      PdM Esa es la pregunta más difícil, y a la que más me gustaría responder inventándome algo, o con una media verdad. Pero ya que se me presenta un episodio en concreto, vamos a ello. En realidad, fue mi primer amor, una mujer en un libro.

      Se trataba de la marquesa Uta de la catedral de Naumburgo, y la amé como a una mujer. Cuando tenía unos quince años mi padre trajo a casa un libro titulado Las voces del silencio, de André Malraux. Lo hojeé observando sus magníficas ilustraciones en blanco y negro, de cuatro tonos. Y de pronto allí estaba Uta, con su maravilloso collar y sus párpados entrecerrados, como si acabase de pasar una noche de amor. Se alza a unos siete metros en el coro oeste del edificio, así que no se puede ver tan de cerca. Pero ahí estaba yo, mirándola en un libro que sostenía en la mano. Sigo pensando que es la mujer más hermosa del mundo. Desde entonces he descubierto, para mi leve desencanto, que se la puede ver en innumerables sitios en internet, porque al parecer no soy el único que pienso que es enormemente seductora.

      Detalle de la estatua votiva de Uta, en la catedral de San Pedro y San Pablo de Naumburgo, como aparece en Las voces del silencio de André Malraux (Gallimard, París, 1951). © Bildarchiv Foto Marburg.

      Lo que se puede leer aquí es la transcripción de nuestras reacciones ante diversas obras, colecciones y museos, tal y como se produjeron en seis países durante un periodo de dos años. No hemos tratado de abarcarlo todo. El artista contemporáneo Damien Hirst tituló una de sus obras I want to spend the rest of my life everywhere, with everyone, one to one, always, forever, now [Quiero pasarme el resto de mi vida en todas partes, con todos, uno a uno, siempre, para siempre, ahora]. Así son, en lo que respecta a las imágenes y los objetos, los amantes del arte concienzudos. Tratan de experimentar la totalidad de la creación visual global de todas las épocas a la vez y, siempre que se pueda, simultáneamente.

      PdM