Pienso, luego molesto. Siento, luego existo. Manuel Riesco González

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Название Pienso, luego molesto. Siento, luego existo
Автор произведения Manuel Riesco González
Жанр Сделай Сам
Серия
Издательство Сделай Сам
Год выпуска 0
isbn 9788418730450



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le hice esta pregunta: «¿Qué le parece la congruencia entre su discurso y el caso que le voy a contar?». Y referí el caso aludido. Al parecer se dio por enterado, pues se puso rojo, rojo como un tomate, pero no contestó y dio paso a otra pregunta. Yo me di por bien pagado.

      Superada la Revolución Industrial, en la sociedad de la información hemos pasado rápidamente de una sociedad tradicional y estática a una sociedad estresada en la que, bombardeados por las nuevas tecnologías, pasamos los días corriendo en todos los sentidos, unos sin saber hacia dónde y otros a saciar sus ansias en las catedrales siglo XXI: los hipermercados y las fashion stores. Construimos edificios, creamos nuevas tecnologías, pero luego los edificios y las tecnologías construyen, sin darnos cuenta, nuestras relaciones y nuestras vidas.

      La investigación y la innovación, desarrolladas en nuevos productos, han superado la capacidad humana de integrarlos en nuestras vidas.

      En el mercado laboral ya no se reconoce tanto al más competente y comprometido cuanto al más eficaz a corto plazo, al que busca el éxito. Se premian las apariencias y el bien decir y no el buen hacer. Los jóvenes, atiborrados de títulos, no encuentran trabajo; los mayores de cincuenta lo pierden sin posibilidad de recuperarlo; los jubilados a los 55 son retirados de la circulación. ¿Por qué? ¿Dónde reside el criterio para valorar el conocimiento valioso? ¿En la economía, las finanzas, el poder, el progreso sostenible, el desarrollo humano, la experiencia?

      Cuando el progreso humano, reducido al avance material, es mucho más veloz que el progreso integral de la persona, incluido el progreso de la conciencia interior, se producen un desajuste y un malestar emocional profundos. Entonces nos volvemos dependientes de factores externos, perdiendo el sentido de la dirección en nuestras vidas.

      Cuentan que Arquímedes, quizás arrastrado por el entusiasmo ante su descubrimiento de la ley de la palanca, exclamó: «Dadme un punto de apoyo y moveré al mundo». Creo que la palanca principal que ha movido al mundo son las ideas nacidas de la mente humana, aplicadas a la ciencia, la cultura, la estética. En las disciplinas científicas como la física teórica, las matemáticas o la neurociencia se estudia el objeto «puro» en sí mismo, llevados por la curiosidad y con el único fin de descubrir. El resultado exitoso suele llevar a la admiración y la contemplación de la belleza. En cambio, el conocimiento tecnológico es de naturaleza distinta. Los tecnólogos suelen ser optimistas de raíz (un optimismo pragmático y presentista): creen que están colaborando en el presente y en un futuro mejor, tipo Star Trek, y que los efectos negativos de la tecnología serán mínimos. Pero a esta visión le falta el horizonte de la meta. Más allá de la tecnología, en el centro de la aventura en los libros y películas de ficción optimista con resultados exitosos siempre suele haber un ser humano, que es el que marca los objetivos y el sentido de la dirección.

      La sociedad está en peligro de infarto, sus venas están saturadas de colesterol malo propiciado en gran parte por las tecnologías y el exceso de consumo (V. Fuster)

      H. G. Wells, padre de la literatura fantástica, publicó en 1895 La máquina del tiempo. En ella prevé un futuro de la humanidad dividido en dos especies: los Eloi, descendientes de los pobres, débiles, dóciles y sin inteligencia; y los Marlock, descendientes de los ricos, decadentes, habituados a vivir en las tinieblas, que se alimentan de los Eloi. En nuestro tiempo los primeros serían los pobres consumistas que no piensan y los segundos, los propietarios de conocimiento, de tecnología, pero igualmente débiles e indignos. No siempre la ciencia ficción acaba bien como en el libro citado. Esto sucede porque la tecnología ha ocupado un lugar que no le corresponde. De ser medio se ha convertido en un fin, robando el sentido a las ideas, a la vida y al comportamiento humano.

      Leer una novela, un poema, un diario conecta no solo con el pensamiento del autor, sino también con las emociones, con la empatía y con el mundo. Nos permite viajar y dialogar con los otros. Cuando leemos activamos las neuronas y creamos nuevos circuitos cerebrales. Pero para que haya aprendizaje hay que poner atención, leer despacio. Esto hoy no es fácil debido al bombardeo informativo al que estamos sometidos y a la presión del tiempo. Ojeamos el texto, pero no lo analizamos. Los medios de comunicación, apoyados en las tecnologías de la información, están restando valor a la lectura profunda, a los contenidos, en pro de la forma, del icono o de la imagen más aparente. De este modo, un lenguaje superficial obliga a una lectura rápida y superficial, destierra la capacidad crítica y crea realidades superficiales o falsas. Nunca más que hoy han estado de actualidad las fake news: «calumnia, que algo queda». Este es un gran problema. El lenguaje digital está transformando y manipulando la realidad y creando ficciones (Wolf, 2020).

      La realidad descrita la conocen muy bien los políticos y los marketinianos. Los efectos los sufren especialmente los jóvenes. Estos no se comportan tanto por las ideas como por lo que ven y más les llama la atención. Ya lo anticipó McLuhan: «El medio es el mensaje». Las tecnologías, apoyadas por el marketing puro y duro, están transformando y están creando un nuevo orden del mundo1, cuando en verdad el marketing no tiene naturaleza propia. Es una disciplina que vive de otras, igual que la tecnología. «Las ideas no técnicas de los científicos influyen en las tendencias generales, pero las ideas de los tecnólogos se plasman en hechos tangibles» (Lanier, 2014: 179).

      Las tecnologías nos han cambiado nuestro modo de pensar y vivir para bien y para mal. Hay una anécdota de Nietzsche cuando este introdujo la máquina de escribir en su trabajo. «Tenéis razón», respondió a su amigo. «Nuestros útiles de escritura participan en la formación de nuestros pensamientos».

      Vivimos en la llamada sociedad de la información debido al impacto de las nuevas tecnologías. Pero información no es lo mismo que conocimiento. La información son datos que, organizados, analizados e interpretados, dan lugar al conocimiento, es decir, a un conjunto de ideas, creencias y experiencias contrastadas y asimiladas mediante la reflexión que sirven de guía para la acción (Riesco, 2012).

      Nuestra sociedad está saturada de información, pero tiene hambre de conocimiento.

      «Antes de que la humanidad estuviera madura para una ciencia que abarca toda la realidad, se necesitaba una segunda verdad fundamental… Todo el conocimiento de la realidad empieza a partir de la experiencia y termina en ella» (A. Einstein, Mi visión del mundo).

      Cuenta Platón que Sócrates y un discípulo paseaban por el campo. De pronto ven algo:

      —¿Qué es aquello? —pregunta Sócrates.

      —Una piedra o un hombre —responde el discípulo.

      —Entonces, si no es piedra ni hombre, no es nada —concluye Sócrates.

      Amamos el conocimiento y el saber porque amamos la vida (Aristóteles)

      Cuando una persona aplica el conocimiento a su vida de manera coherente puede decirse que se halla en camino hacia la sabiduría, que es estar y saber estar en el mundo. En momentos complicados de la vida, las personas sabias se preguntan: «¿Quién o qué está ahí, en mi mente o en mi sentimiento? ¿Qué es lo que me interpela? ¿Es algo dentro de mí mismo o viene de fuera?». Evidentemente, formo parte del universo, pero no me confundo con él.

      En línea con pensadores como Zubiri, Lledó, Kant o Wittgenstein, acepto que hay un mundo exterior a mí que está ahí, que es real, que se me escapa, que debo aceptar; y otro mundo interior que es mi interior, la consciencia y apropiación de mí mismo. El primero se conforma por un sinfín de estímulos que se me imponen y que yo percibo cuando oigo u observo. El lenguaje vincula ambos, dando sentido al mundo como sistema.

      ¿Cómo