Desde la Cruz. Warren Wiersbe

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Название Desde la Cruz
Автор произведения Warren Wiersbe
Жанр Документальная литература
Серия
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9789583381539



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(2 Corintios 5:17). Si estamos realmente unidos por el amor, entonces veremos a todos los pecadores que encontremos, incluyendo a los que nos persiguen, como candidatos a ser una nueva creación. El Evangelio es la buena nueva de que no tenemos qué permanecer como somos. ¡Las personas pueden ser cambiadas y ser parte de la nueva creación!

      Es trágico que en este mundo seamos más apreciados por nuestro primer nacimiento que por el segundo. Las personas son juzgadas por su apariencia física, su raza, sus habilidades, sus riquezas, su nacionalidad o sus lazos familiares. Estas cosas crean orgullo, competición y división. “¡Todos los hombres son creados iguales!” Eso es verdad de acuerdo con la ley, pero no todas las personas son iguales en todo. Algunas son más inteligentes que otras, más fuertes que otras, más dotadas que otras. Medir a las personas desde la perspectiva humana en lugar de la que Dios establece en su Palabra, es incitar a la competición, el orgullo y la división.

      El amor ve el potencial en cada persona. Jesús le dijo a Simón: “Tú eres Simón, hijo de Juan. Serás llamado Cefas [una piedra]” (Juan 1:42). ¿Algún familiar o amigo de Simón Pedro creyó que él realmente era una piedra? Eso hizo la diferencia. ¡Jesús lo creyó y después probó que estaba en lo correcto!

      El amor siempre expone lo mejor de nosotros y de los demás. El amor nunca se rinde, porque el amor “todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1 Corintios 13:7). A pesar de las ocasionales faltas de fe de Pedro, Jesús continúo queriéndolo y desafiándolo a crecer. Pedro, finalmente entendió que su amor por Cristo era lo más importante en su vida. “Simón, hijo de Juan, ¿Me amas más que éstos?” (Juan 21:15).

      Cuando evaluamos a las personas, tendemos a fijarnos en la apariencia exterior, pero el Señor mira el corazón. Nosotros investigamos el pasado, mientras que Jesús anticipa el futuro. Tanto Moisés como Jeremías estaban seguros de que Dios se había equivocado cuando los llamó a su servicio, pero Dios hizo de ellos sirvientes efectivos y les probó a los dos que ellos eran los equivocados. Dios llamo a Gedeón un “guerrero valiente” cuando ése asustado granjero jamás había dirigido un ejercito (Jueces 6:12), y Gedeón llego a ser un “guerrero valiente.” Dios no se había equivocado en cuanto a Jeremías, Moisés y Gedeón, y no está equivocado en cuanto a ti y a mí.

      IV

      Un Nuevo Mandato

      Ya que pertenecemos a una nueva creación, vivimos también bajo un nuevo mandato. Dios nos ha dado “el ministerio de la reconciliación” (2 Corintios 5:18) y eso nos hace “embajadores de Cristo” (2 Corintios 5:20). Como hijos de Dios, estamos en este mundo para declarar la paz y no la guerra, y para hacer saber a la gente que Jesús es capaz de juntar todo lo que el pecado ha apartado. Dios, “por medio de Jesucristo nos reconcilió consigo mismo” (2 Corintios 5:18) para que podamos compartir su amor y tener paz en un mundo quebrantado lleno de personas destrozadas.

      Por causa de la cruz, Dios está reconciliando a los pecadores rebeldes consigo mismo a través de Jesucristo. A través de su pueblo, Él suplica “que se reconcilien con Dios” (2 Corintios 5:20). “El Espíritu y la novia dicen: ‘¡Ven!’ El que tenga sed, venga; y el que tenga sed, tome gratuitamente del agua de la vida” (Apocalipsis 22:17). El Espíritu, a través de la iglesia, está declarando al mundo culpable y llamando a los pecadores a volverse a Dios.

      Dios no sólo está reconciliando a los pecadores consigo mismo, sino que también está reconciliando a los creyentes unos con otros. Judíos, creyentes y paganos, son hechos uno en Cristo, miembros del mismo cuerpo, ciudadanos de la misma casa de fe, piedras vivientes en el mismo templo glorioso (Efesios 2:11-12). Las diferencias del “primer nacimiento,” las cuales traen división y competición en el mundo, no dividen a la iglesia en dos nacimientos, pues “ya no hay judío ni griego, esclavo ni libre, hombre ni mujer, sino que todos ustedes son uno solo en Cristo Jesús” (Gálatas 3:28).

      Es probable que las iglesias locales en los días de Pablo fueran las únicas asambleas en el Imperio Romano que recibían a cualquier persona sin importar raza, color, educación o condición social. Jefes ricos y esclavos pobres compartían la misma Cena del Señor, adoraban al mismo Dios y escuchaban las mismas Escrituras. Nadie era rechazado por quien estuviera verdaderamente en Jesucristo y fuera parte de la nueva creación. “Todos los creyentes estaban juntos y tenían todo en común” (Hechos 2:44).

      ¿Cómo continuamos nosotros este vital “ministerio de la reconciliación” en el astillado mundo de hoy? Empecemos con nuestro ejemplo de amor, porque si las personas no ven a los santos amándose entre sí, ¿cómo pueden creer que Dios ama a los pecadores? La unidad de la iglesia en el Espíritu y en amor es la herramienta evangelística más poderosa que tenemos.

      “No ruego sólo por estos. Ruego también por los que han de creer en mí por el mensaje de ellos, para que todos sean uno. Padre, así como Tú estás en Mí y Yo en Ti, permite que ellos también estén en nosotros, para que el mundo crea que Tú me has enviado. … Yo en ellos y Tú en Mí. Permite que alcancen la perfección en la unidad, y así el mundo reconozca que Tú me enviaste y que los has amado a ellos tal como me has amado a Mí.”

      Juan 17:20-21, 23

      Esta unidad espiritual por la que Jesús ora no es algo invisible o sólo vista por Dios. Es una unidad visible en la que el mundo puede ver cómo los cristianos se aman entre sí y demuestran así que son verdaderamente discípulos de Cristo (Juan 13:34-35). Jesús no estaba pidiéndole al Padre que pusiera juntas a todas las iglesias y denominaciones dentro de “la iglesia universal,” pero sí que uniera a todos los cristianos verdaderos en el amor, sin importar sus afiliaciones locales. No era una iglesia con una doctrina diluida o con convicciones comprometidas, pues “la unidad de la fe” es tan importante como nuestra unidad en el amor (Efesios 4:11-13). Se supone que nosotros amamos la verdad, así como nos amamos unos a otros (1 Corintios 13:6; 2 Tesalonicenses 2:10).

      Cuando vivimos en esta atmósfera de amor y unidad, es más fácil para nosotros compartir a Cristo con los perdidos, orar por ellos y hacer la clase de buenas obras que glorifican a Dios (Mateo 5:16). No podemos alcanzar y cambiar al mundo entero, pero podemos dar testimonio en donde Dios nos ha puesto. María de Betania dio lo mejor de sí a Jesús desde donde ella estaba, y por siglos, lo que ella hizo ha tocado a muchas personas alrededor de todo el mundo (Mateo 26:13; Marcos 14:9). Si usted quiere vivir para Jesús, no sueñe con lugares lejanos y nuevas y excitantes experiencias. Empiece donde usted está y permítale a Dios guiarlo por el resto del camino.

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