Desde la Cruz. Warren Wiersbe

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Название Desde la Cruz
Автор произведения Warren Wiersbe
Жанр Документальная литература
Серия
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9789583381539



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la vida de toda criatura está en la sangre. Yo mismo se la he dado a ustedes sobre el altar, para que hagan propiciación por ustedes mismos, ya que la propiciación se hace por medio de la sangre.”

      En el “anuncio de su nacimiento,” Jesús declaró que su encarnación le dio un cuerpo que ofrecería como sacrificio por los pecados del mundo:

      “Por eso, al entrar en el mundo, Cristo dijo: «A Tí no te complacen sacrificios ni ofrendas; en su lugar, me preparaste un cuerpo; no te agradaron ni holocaustos ni sacrificios por el pecado. Por eso dije: Aquí me tienes –como el libro dice de mí-. He venido, Oh Dios, a hacer tu voluntad.»”

      Hebreos 10: 5-7

      Jesús se entregaría a sí mismo como holocausto por nuestros pecados, en rendición total a Dios, ofreciendo pagar el precio por nuestras ofensas contra Él. El término "sacrificio" se refiere a cualquier ofrenda animal e incluía las ofrendas por el pecado y de reconciliación (ver Levítico 1-7), mientras que la palabra “ofrenda” se refiere a las ofrendas de comida y bebida. En su muerte en la cruz, Jesús cumplió todo el sistema de sacrificios y le puso fin para siempre. Él logró ser una ofrenda que millones de animales en los altares judíos nunca lograrían, “ya que es imposible que la sangre de los toros y de los machos cabríos quite los pecados” (Hebreos 10:4).

      La muerte expiatoria de Cristo fue anunciada primero públicamente por Juan el Bautista, cuando vio a Jesús acercándose al río Jordán: “¡Aquí tienen al Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!” (Juan 1:29, 36). Juan estaba respondiendo a la pregunta de Isaac: “¿Dónde está el cordero para el holocausto?” (Génesis 22:7); y también estaba anunciando el cumplimiento de la promesa de Abraham: “El Cordero, hijo mío, lo proveerá Dios” (Génesis 22:8).

      Juan imaginó la muerte expiatoria de Jesús cuando lo bautizó en el río Jordán (Mateo 3:13-17; Marcos 1:9-11; Lucas 3:21-23; Juan 1:19-34), aunque sólo Jesús lo entendió en ese momento. Juan sabía que Jesús no era un pecador que necesitaba arrepentirse, y por eso dudó en bautizarlo; pero Jesús sabía que su bautismo era el deseo del Padre: “«Dejémoslo así por ahora, pues nos conviene cumplir con lo que es justo», respondió Jesús” (Mateo 3:15).

      Leemos estas palabras casualmente, pero ellas plantean algunos temas complejos. ¿A quien se refiere el pronombre “nosotros”? ¿Incluye a Juan? Si lo hace, entonces tenemos un problema explicando cómo un hombre pecador pudo ayudar al Dios santo a “cumplir con lo que es justo.” Una solución es olvidarnos de Juan y observar que toda la divinidad estaba involucrada en este importante evento. Dios Padre, que habló del cielo; Dios Hijo, que entró en el agua; y Dios Espíritu Santo que descendió sobre Jesús como una paloma. ¿Esto no sugiere acaso que “nosotros” se refiere a la Trinidad (Padre, Hijo y Espíritu Santo)? ¿No es Dios quien cumple con lo que es justo dando a su hijo como un sacrificio por los pecados del mundo?

      La Nueva Biblia Standard Americana traduce Mateo 3:15, así: “Porque de esta manera es conveniente para nosotros cumplir con lo que es justo.” ¿En qué manera? En la manera ilustrada por su bautismo: muerte, entierro y resurrección. De hecho, Jesús usó el bautismo como un cuadro de su pasión: “Pero tengo que pasar por la prueba de un bautismo, y ¡cuánta angustia siento hasta que se cumpla!” (Lucas 12:50). Él también se identifica con la experiencia de Jonás (Mateo 12:38-40; Lucas 11:30), en la que vemos de nuevo la imagen de la muerte, entierro y resurrección.

      En otras palabras, mientras Jesús empezaba su ministerio publico, daba testimonio del hecho de que Él había venido a morir por los pecados del mundo. La única señal que Él le daría a la nación judía era la misma señal que Dios había enviado a los malvados ninivitas: muerte, entierro, y resurrección.

      II

      El Templo Destruido

      El Cordero del sacrificio es el primero de varios cuadros vivos de la muerte de Cristo según el Evangelio de Juan. El segundo es el templo destruido: “Destruyan este templo y lo levantaré de nuevo en tres días” (Juan 2:19). Como sucedió con tantas de las metáforas usadas por el Señor, esta declaración fue mal entendida por quienes la oyeron. Ellos no comprendieron que “el templo al que se refería era su propio cuerpo” (Juan 2:21). En el juicio de nuestro Señor, algunos testigos mencionaron esta declaración como una prueba de que Jesús era un enemigo de la ley judía (Mateo 26:59-61; Marcos 14:57-59), pero este absurdo testimonio no logró nada.

      El cuerpo que Dios había preparado para su Hijo era el templo de Dios: “Y el Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros” (Juan 1:14). “Porque a Dios le agradó habitar en Él con toda su plenitud” (Colosenses 1:19). “Toda la plenitud de la divinidad habita en forma corporal en Cristo” (Colosenses 2:9). Aún así, las manos impías de hombres malvados fueron puestas sobre ese templo santo y le hicieron lo que quisieron. Ellos pensaron que podrían destruir al Príncipe de la Vida, pero sus esfuerzos fueron fútiles.

      Al contemplar el sufrimiento de Jesús y las horribles cosas que los pecadores le hicieron al templo de su cuerpo, nos asombra la maldad del hombre y la misericordia de Dios. En el espacio de algunas pocas horas, los funcionarios lo arrestaron, lo amarraron, lo llevaron (o empujaron) de un lugar a otro, lo azotaron, lo humillaron, le hicieron llevar una dolorosa corona de espinas y luego lo sacaron para clavarlo a una cruz. ¡Esto le fue hecho a un hombre que era completamente inocente! En toda la historia humana, nunca hubo semejante error de la justicia.

      Intentaron destruir este templo, pero fallaron. Dios cumplió la promesa del Salmo 16:10, que Pedro citó en su sermón de Pentecostés: “No dejarás que mi vida termine en el sepulcro; no permitirás que sufra corrupción tu siervo fiel” (ver Hechos 2:25-28). Jesús se levantó de la muerte al tercer día, y la señal de Jonás a Israel se cumplió.

      III

      La Serpiente Levantada

      La tercera imagen de Juan sobre la crucifixión es la elevación de la serpiente. Jesús le dijo a Nicodemo: “Como levantó Moisés la serpiente en el desierto, así también tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en Él tenga vida eterna” (Juan 3:14-15). Nicodemo estaba familiarizado con la historia registrada en Números 21:5-9, pero él se debió haber asustado de saber que el Mesías prometido tendría que soportar semejante muerte tan indigna. El rey David se comparó con un gusano (Salmo 22:6), pero ¿cómo podía compararse la obra milagrosa del Maestro enviado de Dios con una vil serpiente? ¡Era inconcebible!

      Que el Mesías debía ser “levantado” en una cruz también dejó perpleja a la gente común a la que se le había enseñado que su Redentor prometido “permanecería para siempre” (Juan 12:32-34). Ser colgado en un árbol era la última humillación; era igual que ponerse bajo una maldición, “porque cualquiera que es colgado de un árbol está bajo la maldición de Dios” (Deuteronomio 21:22-23). Pero en la cruz, Jesús se hizo maldición por nosotros y por eso, nos redimió de la maldición de la ley (Gálatas 3:13).

      IV

      El Buen Pastor

      Por sí mismas, las imágenes del cordero, el templo y la serpiente, podrían darnos una falsa impresión de que, en su muerte, Jesús fue una víctima en lugar del vencedor.

      Esta errónea interpretación es equilibrada por la cuarta imagen: el Buen Pastor (Juan 10:11-18), quien voluntariamente dio su vida por las ovejas. Nuestro Señor no fue asesinado contra su voluntad; Él se entregó voluntariamente a la muerte por nosotros. “Por eso me ama el Padre: porque entrego mi vida para volver a recibirla. Nadie me la arrebata, sino que Yo la entrego por mi propia voluntad” (Juan 10:17-18).

      Si usted estuviera conduciendo en la carretera y viera una oveja en el camino, se sentiría mal por el torpe animalito y trataría de evitarlo. Pero si al tratar de salvar al animal, usted ve que podría ocasionar un accidente y acabar con una vida humana, ciertamente optaría por salvar al humano y sacrificar el animal. Incluso Jesús admite que los humanos son más valiosos que los animales (Mateo 12:11). Pero Jesús, el Buen Pastor, ¡estuvo dispuesto a dar su vida por los pecadores que merecían morir! “Yo soy el Buen Pastor. El Buen Pastor da su vida por las ovejas” (Juan 10:11).

      Bajo