Название | Desde la Cruz |
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Автор произведения | Warren Wiersbe |
Жанр | Документальная литература |
Серия | |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789583381539 |
Notas
1 Mi referencia sobre estos dos vecindarios son simplemente generalizaciones. Ciertamente había gente vulgar viviendo entre la multitud culta de la “Costa Dorada” y gente culta viviendo en la “Ciudad Vieja.” Cada gran ciudad tiene estos típicos vecindarios.
Capítulo 3
Para que Vivamos para Él
“El amor de Cristo nos obliga, porque estamos convencidos de que uno murió por todos, y por consiguiente todos murieron. Y Él murió por todos, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para el que murió por ellos y fue resucitado.”
2 Corintios 5:14-15
A pesar de la bondad, el altruismo, y la filantropía demostrada por muchos no cristianos, quien está sin Cristo es básicamente egoísta en todo lo que hace, como lo es quien conoce a Cristo, pero no vive para Él. “En otro tiempo también nosotros éramos necios y desobedientes. Estábamos descarriados y éramos esclavos de todo género de pasiones y placeres. Vivíamos en la malicia y en la envidia. Éramos detestables y nos odiábamos unos a otros” (Tito 3:3). Incluso nuestros actos vistos “tan bondadosos” hacia otros, se tiñen de egoísmo y auto gratificación, así que nada de lo que hemos hecho puede igualar el alto estándar de rectitud de Dios. Admitámoslo o no, nuestro deseo fue complacernos a nosotros mismos, no glorificar al Señor.
La razón, naturalmente, es que fuimos vencidos por el mundo, la carne y el diablo (Efesios 2:1-3). Vivimos “según los criterios del tiempo presente,” en ese sistema invisible alrededor nuestro que odia a Cristo y que quiere llevarnos a toda costa a la conformidad con sus artimañas (Romanos 12:2 DHH). Fuimos sutilmente energizados por “el príncipe del poder del aire.” Fuimos desobedientes a Dios e incluso pensábamos que éramos libres de hacer lo que quisiéramos. Nuestro deseo era gratificar “la lujuria de nuestra carne,” olvidando que el pecado tiene consecuencias terribles.
I
Un Nuevo Señor
¡Pero ahora tenemos un nuevo amo! No vivimos tanto para nosotros mismos sino para el Salvador que se entregó a sí mismo por nosotros en la cruz. Al acercarnos a la cruz y confiar en Jesucristo, hemos sido puestos en libertad y redimidos de la esclavitud de la vieja vida. Cuando Jesús murió en la cruz, derrotó a cualquier demonio que controlaba nuestra vida: el mundo, la carne y el diablo.
Empecemos con “el mundo,” ese sistema de cosas dirigido por Satanás que se opone a Dios y a su pueblo. “En cuanto a mí, jamás se me ocurra jactarme de otra cosa sino de la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo ha sido crucificado para mí, y yo para el mundo” (Gálatas 6:14). En su gran victoria en el Calvario, Jesús derrotó al mundo para que el mundo ya no nos dominara más. Si, como Demas (2 Timoteo 4:10), nosotros amamos el mundo presente, poco a poco volveremos a la esclavitud; pero si somos cuidadosos en obedecer 1 Juan 2:15-17, experimentaremos la victoria.
En la cruz, Jesús también derrotó a la carne. “Los que son de Cristo Jesús han crucificado la naturaleza pecaminosa, con sus pasiones y deseos” (Gálatas 5:24). ¿Cómo aplicamos esta victoria a nuestras propias vidas? El siguiente versículo nos lo dice: “Si el Espíritu nos da vida, andemos guiados por el Espíritu” (Gálatas 5:25). Sólo a través del Espíritu Santo podemos identificarnos personalmente con la victoria de Cristo en la cruz y apropiarnos de ella como si fuera nuestra.
Finalmente, en la cruz, Jesús derrotó al diablo. “El juicio de este mundo ha llegado ya, y el príncipe de este mundo va a ser expulsado. Pero yo, cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos a mí mismo” (Juan 12:31-32). “Desarmó a los poderes y a las potestades, y por medio de Cristo los humilló en público al exhibirlos en su desfile triunfal” (Colosenses 2:15). La batalla que Jesús peleó en la cruz contra los poderes del infierno no fue una escaramuza sin importancia; fue un ataque contundente que terminó en la completa victoria del Salvador.
Desde que Jesucristo es muestro nuevo Señor, “nos empeñamos en agradarle” (2 Corintios 5:9). Sabemos que algún día daremos cuenta de nuestro servicio cuando estemos en la silla del juicio de Cristo, y queremos que esa cuenta lo glorifique (2 Corintios 5:10-11) y poder decir lo que Jesús le dijo a su Padre: “Yo te he glorificado en la tierra, y he llevado a cabo la obra que me encomendaste” (Juan 17:4).
II
Un Nuevo Motivo
Pero no sólo tenemos un nuevo Señor, sino que también tenemos un nuevo motivo: “El amor de Cristo nos obliga” (2 Corintios 5:14).
Fue el amor lo que motivó al Padre a dar su Hijo para ser el Salvador del mundo (Juan 3:16; Romanos 5:8; 1 Juan 4:9-10), y fue el amor lo que motivó al Hijo a entregar su vida por los pecados del mundo (Juan 15:13). Pablo exclamó: “[Él] me amó y dio su vida por mí” (Gálatas 2:20). No nos asombra que Juan haya escrito: “¡Fíjense qué gran amor nos ha dado el Padre, que se nos llame hijos de Dios!” (1 Juan 3:1).
Sin embargo, tenga presente que Dios no sólo amó al mundo perdido, sino que también amó a su Hijo. La primera vez que usted lee la palabra “amor” en el Nuevo Testamento, es cuando el Padre declara desde el cielo: “Éste es mi Hijo amado” (Mateo 3:17). De hecho, la primera vez que se lee la palabra “amor” en la Biblia, es cuando Dios habla del amor de Abraham por su único hijo y luego le pide sacrificarlo en el altar (Gen. 22). “El Padre ama al Hijo” (Juan 3:35; 5:20), y aun así, el Padre estaba dispuesto a dar a su Hijo amado como sacrificio por nuestros pecados en la cruz.
“¡Sorprendente amor! ¿Cómo puede ser?
¡Que Tú, mi Dios murieras por mí!”
Charles Wesley
Pero el amor que motiva nuestras vidas no es algo que surja de nosotros por nuestra propia fuerza. Más bien, es el regalo que Dios nos da a través de su Espíritu: “Dios ha derramado su amor en nuestro corazón por el Espíritu Santo que nos ha dado” (Romanos 5:5). Mientras nosotros “llevemos el paso del Espíritu Santo,” Él produce el fruto del Espíritu en nuestras vidas, y el primer fruto mencionado en esa lista es el “amor” (Gálatas 5:22). Esto incluye el amor a Dios, el amor al pueblo de Dios, el amor a un mundo perdido, e incluso el amor por nuestros enemigos.
Nunca debemos subestimar el poder del amor de Dios en la vida de un creyente consagrado. Es el secreto para llevar cargas, pelear batallas y superar obstáculos para llevar a cabo la labor que Dios nos ha encomendado. Ninguna cantidad de dinero o de cualquier otra recompensa terrenal, tentaría a los sirvientes de Dios para hacer lo que el amor los obliga a hacer. “Si Jesucristo es Dios y murió por mí,” dijo el misionero C. T. Studd mientras se dirigía a África, aunque estaba enfermo y se le había advertido que no fuera, “entonces ningún sacrificio puede ser demasiado grande para mí si lo hago para Él.”
III
Una Nueva Dimensión
Debido a la cruz de Cristo, nosotros vivimos en una nueva dimensión. No miramos a otras personas de la manera en que lo hacíamos cuando estábamos perdidos, pues “de ahora en adelante no consideramos a nadie según criterios meramente humanos” (2 Corintios 5:16).
¿Cómo ve usted a un mundo perdido? ¿Qué ve en su corazón cuando observa el comportamiento de los no cristianos? ¿Le irritan, los rechaza, lo enfadan? Cuando Jesús mira a los perdidos, Él los ve como ovejas atormentadas y desvalidas, vagando desesperadamente sin un pastor. Él fue movido por la compasión ante lo que veía (Mateo 9:36). Pero Él también ve una cosecha que podría perderse si nadie trae las hoces (Mateo 9:37-38; Juan 4:35-38). Él ve a los pecadores como pacientes enfermos, que necesitaban un remedio para el pecado que sólo el Gran Médico podía darles (Mateo 9:9-13).
Llenos de orgullo y desprecio, los fariseos condenaron a los pecadores y criticaron a Jesús por prestarles atención (Lucas 15:1-2), pero