El hijo inesperado. Gemma Vilanova

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Название El hijo inesperado
Автор произведения Gemma Vilanova
Жанр Сделай Сам
Серия
Издательство Сделай Сам
Год выпуска 0
isbn 9788418741074



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que quería explicarme algo. Hacía rato que debía estar valorando si contármelo o no. Al fin y al cabo, yo era una desconocida que no debía estar allí. Si los señores lo supiesen, seguro que le echarían una buena bronca. Le habían dejado muy claro, desde el primer día, que no querían a gente entrando y saliendo de la finca con la excusa de recuperar nada, por muy insistentes y perseverantes que fueran sus interlocutores. Pero a pesar de esa norma tan clara, conmigo había hecho una excepción. Algo que solamente ella sabía la había empujado a dejarme pasar, jugándose el empleo. Necesitaba compartir su secreto, pero no se había atrevido a contármelo de buenas a primeras. Me debió notar demasiado desesperada y poco centrada para escuchar nada que no estuviera relacionado con el juguete de mi hijo. Pero finalmente sacó fuerzas de flaqueza y me lo contó.

      Temblando, con los ojos empañados por las lágrimas, me dijo:

      —Yo también tengo hermano con autismo.

      Daba la impresión de haberse quitado un gran peso de encima, de haberse librado de una carga que no podía llevar sola, hasta me pareció que al decirlo su cuerpo languidecía un poco más.

      Me contó que su hermano vivía en Filipinas con su madre. Al parecer, su padre los había abandonado al darse cuenta de que el niño no era «normal» y ella había tenido que emigrar para trabajar. Estaba muy contenta con el trabajo y con el trato que recibía por parte de la familia que la había contratado, pero no podía dejar de pensar en su hermano.

      Me contó que su hermano prácticamente no hablaba; «como Josep», pensé. Le puse la mano en el hombro en un gesto que pretendía ser de empatía, pero ella se apartó. Me disculpé y le dije que estaba segura de que su hermano la recordaba cada vez que oía su voz a través del teléfono. En verdad yo no tenía ninguna certeza, pero me pareció que era precisamente eso lo que la chica necesitaba oír en ese momento. Al fin y al cabo, ninguno de nosotros sabemos qué pasa por la cabeza de las personas con un trastorno del espectro autista cuando no pueden expresar lo que piensan con palabras.

      Quise convencerme de que mi reflexión la reconfortaba, aunque ella no me dijo nada más y yo tampoco sabía qué más decirle. Su confesión me había pillado fuera de juego. No me la esperaba en absoluto. A veces, piensas que tú eres la única que se ha topado con grandes dificultades en la vida, que tus problemas son más graves y más importantes que los de los demás, pero entonces conoces historias como las de esta chica y te das cuenta de que no tienes la exclusiva del sufrimiento, que hay más gente como tú, que muchos debemos superar retos y obstáculos que nunca hubiéramos imaginado; sucesos que no formarían parte del libro de nuestra vida si fuésemos los únicos responsables de escribirlo.

      Continuamos avanzando hasta la puerta de entrada de la finca, que ahora era la de salida para mí. Me despedí de la chica agradeciéndole de nuevo su amabilidad y dándole la mano. Esta vez sí mostró sentirse cómoda con mi gesto, me la apretó con fuerza, mirándome a los ojos, conscientes las dos de que compartíamos muchas más cosas de las que parecía a simple vista.

      Antes de salir todavía me volví un momento para preguntarle:

      —Tu hermano, ¿tiene algún objeto preferido?

      —Sí, un pequeño coche rojo sin ruedas —me dijo esbozando una sonrisa nostálgica—. Siempre lo lleva en la mano.

      La puerta se cerró detrás de mí.

      De vuelta a casa con mi trofeo pensaba en lo sucedido. El azar y, por qué no decirlo, el pececito, me habían llevado a conocer a una chica del otro lado del mundo, con una cultura, una edad y unas vivencias muy distintas a las mías, pero con una experiencia vital potentísima que nos unía a través de un hilo invisible. El hilo que conecta a todos los que conocen la realidad del autismo y que luchan por convivir con ella. No dejaba de pensar que nuestra hija Jana se adentraba en el mundo de Josep exactamente del mismo modo como lo hacía esa chica con su hermano. Ambas se acercaban a él de una forma intuitiva, sin que nadie les hubiera indicado como hacerlo. Por otro lado, yo también le tarareaba canciones a Josep y estoy casi segura de que aquella chica había utilizado ese concepto y no el de cantar porque era precisamente eso lo que hacía. Entonar la melodía sin pronunciar palabra alguna: solo música y armonía. A doce mil quilómetros de distancia, un niño filipino se relacionaba con el mundo igual como lo hacía Josep con nosotros.

      Al llegar a casa corrí hasta su habitación para mostrarle el pececito. Lo encontré tirado en el suelo, boca arriba. Observando con mucha atención un pequeño tren metálico de color azul.

      —Josep! ¡El pececito! ¡Lo he recuperado! —le dije emocionada.

      Él me miró, miró el pez y continuó jugando con el trenecito, imperturbable, como si yo fuese transparente. Como si el pez rescatado nunca hubiese sido importante.

      Mientras subía las escaleras de casa, había imaginado una reacción completamente distinta. Mi fantasía había creado una historia en la que Josep corría hacia mí, feliz de verme llegar con su tesoro. Me lo arrebataba de las manos, me abrazaba y, mirándome con sus ojos marrones llenos de vida, me decía claramente que yo era su heroína, la que había salvado a su pez del abismo, la que entendía la importancia que tenía para él ese juguete, la persona del universo que más lo quería. Pero en vez de todo eso, Josep nos ignoró a los dos, al pez y a mí. Fue muy decepcionante. Después de toda la épica asociada al rescate, no hubo ningún reconocimiento visible por su parte.

      Dejé el pececito sobre la cama y me fui a faenar por casa.

      Por la noche, mientras Ferran y yo cenábamos en la cocina, vi pasar a Josep por el pasillo con el pez en la mano. Sonreí, pero no dije nada. Al cabo de un rato vino a abrazarme breve pero intensamente, estrechándome fuerte desde atrás, como él da los abrazos. El pez, que todavía llevaba en la mano, quedó a pocos centímetros de mi nariz. Ahora lo miraba con otros ojos. Se había creado un vínculo entre nosotros desde el incidente de esa tarde. El curioso incidente del pez a media tarde. Por un momento hasta me pareció que me guiñaba el ojo. «Quizás sí que era un pececito especial».

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