Название | Todo lo que somos |
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Автор произведения | M. E. Gómez |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9786078773169 |
—¿Me llevo tu coche?
Guillermo saca la llave del bolsillo y se la entrega junto con las recomendaciones habituales, las suyas y las de David. Julián los escucha sonriente, con paciencia.
—¡Solo la voy a llevar a su casa! Ya saben que no es tan lejos. Gracias.
Valeria se intimida con las demostraciones de los anfitriones. David le comenta que espera que a ella no le haya caído mal el salmón; lo dice sin dejar de ver a Guillermo con mirada severa; ella al escucharlo sonríe denegando con la cabeza.
—Todo exquisito, gracias y buenas noches.
En el trayecto, el joven comenta.
—La verdad, a veces se pasan, sobre todo David que insiste en que maneje con precaución, que no tarde tanto, ya escuchaste.
—Siempre serás su bebé.
Hace una mueca en un intento por sonreír. Solo a ella le permite comentarios sobre la relación de sus padres, ambos se han hecho confidencias que otros no entienden, es la única con quien puede exhibir sus sentimientos y quien lo ayuda a reflexionar.
—¿Te acuerdas cuando te pregunté si eras adoptado?
—Ajá.
—¿Y?
Espera la respuesta, no insiste porque puede quedarse sin ella. Por fin:
—Te contesté que no, que soy hijo de Guillermo, que no soy de probeta, que tengo mamá, que fue por accidente no subrogado, y ¡que no me gustaba hablar de eso!
La chica recoge las piernas y se acomoda en el asiento recargada en la puerta del carro para verlo de frente, él habla con la mirada pendiente del camino, ve por el espejo retrovisor, luego por el lateral. Se escucha su voz apagada.
—Fue un accidente.
Ella hace una mueca, repite casi gritando.
—¿Un accidente?
—Le pregunté un día en que no estaba David, como cualquier otra pregunta de algo que no fuera importante; aunque me sentía como con miedo, no sabía qué me iba a contestar: “¿Cómo estuvo la onda?” Su voz se oyó muy ronca. “¿A qué te refieres?” “Tú con ella”.
—. le tomó unos instantes empezar a explicarme. A su entender, de la mejor forma. Me dijo que convivieron mucho tiempo, que la quiso y la querrá toda la vida, la considerará siempre una gran amiga. Que ella lo inspiró a enseñarle lo que él sabía, que era una jovencita ávida de aprender, alegre, incansable y muy inteligente y que yo viví con ella hasta los tres años.
Llegan frente a la casa de Valeria, estaciona el coche.
—Y a esa edad me fue a dejar con mi papá, ¡así nomás!
La chica se mueve con lentitud, baja las piernas, sigue con la mirada a Julián quien pasa frente al automóvil para abrirle la portezuela, le ofrece la mano. Ella lo mira hacia arriba, lo cuestiona:
—Entonces, ¿cómo está la cosa?
Mientras sale del coche él le pregunta:
—¿Tú piensas sobre cómo hacen el amor tus mamás?
—No, ni quiero imaginarme.
Llegan a la casa, lo invita a pasar, quiere que continúe con la plática porque desea entenderlo mejor. Él accede: el ambiente en su hogar es cálido, lleno de plantas y muebles confortables que invitan a reposar. Hay tantos libros como tienen ellos, algunas esculturas contemporáneas.
—¿Estás sola?
—No, ya deben estar dormidas. Bueno, no creo, seguro esperaban mi llegada, pero ya no bajan.
Le ofrece algo de tomar, él no acepta. Se sientan juntos, le insiste y él continúa:
—Me dijo ese día: “Fue la única vez, algo inexplicable”, pero la verdad, cuando sale el tema, me incomoda, cada vez que hablamos de que tengo mamá pienso en David y me confundo porque me consta que su cara se transforma, le disgusta.
—¿Por qué quisiste verla? ¿Te ha hecho falta?
—No, la verdad no había pensado en ella hasta esta temporada que me surgió la curiosidad, ya nos vimos y quedamos tan extraños como somos.
Se incorpora del asiento, la toma de la mano para ayudarla a levantarse, ella lo sigue.
—¡Ya basta! Se acaba el tema. Me voy, quiero irme a dormir.
La besa, da las buenas noches y guiña un ojo antes de dirigirse a la salida.
David se siente satisfecho y alegre. El encuentro de Celia con Julián alivia el temor que desde hoy no sentirá, sabe que su hijo hará su vida y le gustaría que fuera con Valeria, no solo por los halagos que le hizo en la cena, sino porque ella siempre le demuestra interés. Su naturalidad y alegría es contagiosa, ya la siente parte de la familia.
Cuando termina de guardar le vajilla, contar los cubiertos y revisar que todo quede en orden, se dispone a ir a dormir; al subir las escaleras el recuerdo le llega como llegan los perros, cuando menos los esperas.
La atracción hacia Guillermo lo fulminó. No sabe si fue la atmósfera de Puerto Vallarta, la brisa del mar o los dos tintos; la secuencia de cada copa borró el gesto adusto del principio hasta quitarle la seriedad y lograr la sonrisa franca. El amanecer los encontró sentados en la terraza del hotel, animados por la conversación interminable. Vieron el sol que se movía poco a poco. A medida que iba creciendo, el brillo provocaba la pesadez en los párpados hasta que se quedaron dormidos. “¡Qué desperdicio!”
Al poco tiempo de conocerse decidieron vivir juntos, ambos sabían de sus relaciones inestables y dolorosas y se dieron la oportunidad. David ayudó a Guillermo a no reprimir sus sentimientos, le hizo saber y sentir que necesitaba enterrar el fantasma de su padre. Él, desinhibido y alegre, contagiaba pujanza, elemento que lo hace exitoso como decorador, muy reconocido en el medio exigente de la sociedad; perfecto complemento para Guillermo y su seriedad. Esto lo vuelve incansables en el trabajo. Se acusan uno a otro: ¡Eres perfeccionista! ¡Entiende! ¡Hay errores! Cuando asisten a eventos públicos llaman la atención: guapos, siempre elegantes, propios para cada ocasión. Hombres y mujeres se sienten atraídos, ellos saben cuándo es encanto y cuándo es morbo y especulación.
David se pregunta cuál ha sido el éxito de su relación; se estremece al recordar cuando supo todo y cómo le dijo:
—¡Perdóname! fue un momento irracional, ¡sin pensar!, me dejé llevar —gritó con rabia.
—¡No me digas que no sabías lo que hacías! ¿Eres pendejo o qué? ¡Todo tiene consecuencias!
Incluso recuerda su respuesta y que no le creyó:
—Lo sé, pero te juro que fui un animal.
—¿Y ahora? ¿Nos vamos a convertir en las nanas de tu hijo?… ¡Tu hijo! Imbécil, ¡hijo de puta! ¿Por qué tengo que pagar yo las consecuencias?
—Escúchame, David, ¡no te tapes los oídos!
Le toma las manos y las separa con fuerza. Lo avergüenza recordar su propia voz chillona:
—¡Suéltame! ¡Me lastimas!
—¡Necesito que me escuches! Es una realidad, el niño existe, no lo sabía, Celia no se hará cargo de él, y ¿sabes? Estoy feliz de saber que tengo un hijo.
Revive la torpeza de repetir con necedad que lo traicionó, que sí sabía que tenía un hijo y que no le había dicho. Las explicaciones de Guillermo. Nada lo convence, hasta que el enojo lo hace reaccionar a