Todo lo que somos. M. E. Gómez

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Название Todo lo que somos
Автор произведения M. E. Gómez
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9786078773169



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dice “nunca quise lastimarte”. Sonríe con el recuerdo que toma formas y colores… “Quién iba a adivinar lo que ha pasado desde ese día”.

       La ráfaga de viento mueve la vegetación con violencia, la rama del árbol golpea en la ventana, se acerca para cerrarla. Al asomarse hacia la planta baja, ve a una muchacha que intenta bajar su falda, que se ha abierto como paracaídas por la corriente de aire; le da risa, palpa el cristal y parece que al tocarlo el viento se calma; sigue mirando, la chica se recompone, alisa el pelo y el vestido; con pasos tímidos llega a las escaleras de piedra porosa; la ve detenerse frente a los seis peldaños enmarcados por ambos lados con barandales de hierro y nota que dirige la mirada al portón de madera, tan pulida que parece recién barnizada. Ve que da un brinco cuando escucha:

      —¡Buenos días!

      Se vuelve para encontrar de dónde proviene la voz, pone la mano derecha sobre el pecho como para calmar los latidos. Desde arriba, Guillermo la ve sonreírle a Juanito, quien riega el jardín.

      Guillermo escucha su voz y le gusta.

      —No toqué la campana porque la reja está abierta. Soy Celia. Tengo una cita y siempre me anticipo, no me gusta llegar tarde.

      Le parece que es muy joven, calcula diecisiete o dieciocho años.

      El jardinero cuelga la manguera sobre su brazo como si fuera una servilleta para liberar sus manos, saca el encendedor y un cigarro de la cajetilla que trae en el pantalón. Mientras él hace esos movimientos, Celia ve con curiosidad los rincones que puede apreciar desde donde están parados.

      —¿Quién vive aquí?

      —Arriba es la casa de la señora Anita y en la planta baja son las oficinas de sus hijos.

      Ella voltea hacia la ventana del segundo piso y ve cerrarse la cortina. Escucha pisadas a su espalda, gira y lo ve.

      —¡Hola, soy Guillermo!

      Se le queda mirando, su gesto sin palabras es como una pregunta.

      —Vengo a la cita para el trabajo de apoyar a una señora.

      —¡Claro! Sé que Martha, la asistente de mi hermano, está en la búsqueda.

       Le extiende la mano, siente el sudor, lo enternece saberla nerviosa. Sin soltarla, le dice:

      —Me despido y te presento a don Juan, quien no solamente hace el jardín, sino que está al cuidado para que todo en esta casa funcione bien, a veces es el chofer, y también hace las compras y en fin, nos apoya con todo.

      Le guiña un ojo al jardinero y otro a ella, quien enrojece. Camina hacia el estacionamiento, la chica lo mira hasta perderlo de vista.

      Antes de encender el carro hace una pausa. Le extraña la impresión que le ha causado la joven y se pregunta el porqué: estatura promedio, esbelta, talle largo, seguramente hace ballet, el óvalo de su cara es como de una madona. “Si Martha pide mi opinión le diré que me parece un buen prospecto, me gusta, su sonrisa con dientes perfectos es muy agradable”. Le da vuelta a la llave y suelta el freno para avanzar.

      La sensación de ir manejando lo regresa al momento, tiene en la mano el celular tan apretado que la siente adormecida, deduce que lo deben estar esperando para cenar. En el comedor, las miradas de Julián y Valeria son interrogantes, la de David de reprobación. Él actúa tranquilo, toma asiento y finge que no pasa nada.

      —Una disculpa, se me presentó un asunto que me tomó más tiempo de lo esperado. ¡Buen provecho!

       El pastel de cumpleaños

      Valeria decide romper el silencio, la incomodidad en el ambiente le disgusta, entiende que Julián, David y Guillermo pusieron a prueba sus emociones y que la deben superar. Le da un trago al vino, su voz contagia alegría.

      —¡David, el salmón esta exquisito! Eres el mejor chef del mundo. ¿Puedo servirme más?

      Los tres quitan la vista de sus platos, la dirigen hacia la muchacha, sonríen. Ella continúa.

      —Tienes que darme la receta. Aunque mis mamás son las que tendrían que aprender. La cocina no es su fuerte, creo que por eso a mí me gusta guisar.

      A partir de que se ha roto el hielo la convivencia se hace alegre, sin embargo, aunque Guillermo hace un esfuerzo por escucharlos, su mente se va a la figura siempre inevitable del buen Juan, el jardinero. Ya trabajaba ahí cuando Guillermo nació y desde que era pequeño le hizo sentir que no estaba solo. Al escuchar el gusto de Valeria por cocinar, se visualizó parado en el banco de la cocina, frente a la mesa alta de trabajo, con la sensación de tener un nudo en la garganta; entre las voces que conversan como un rumor, escucha su voz de pequeño contar hasta seis huevos, se ve poner en fila la mantequilla, la harina, el royal y preguntar.

      —¿Y leche?

      —Sí, Guillermo.

      —Mamá va a sorprenderse cuando vea el pastel que le hice, bueno, que hicimos tú y yo.

       Juan no alcanza a decir más, enmudece al ver entrar al padre del chico quien a jalones lo saca de la cocina, con brusquedad le arranca el delantal de su madre, tan grande para él que le envuelve el cuerpo. El hombre grita:

      —¡La cocina es para las viejas! ¡Aquí nada de mandiles! ¡Enrique! ¡Ven al patio de inmediato!

      Aumenta el volumen.

      —¿Por qué tardas tanto? ¡No te escondas!

      Su hermano mayor llega lloroso, tiembla, igual que Guillermo.

      —Ahora van a pelear como hombres, ¡pónganse en guardia y dejen de llorar!

      El ruido al caérsele el tenedor sobre el plato lo sorprende. Julián, Valeria y David se vuelven a verlo con preocupación. Guillermo se levanta de la mesa, no quiere que lo vean llorar.

      —¡Perdón! Regreso en un minuto.

      Ya en el baño deja que el pensamiento fluya y se cobije: “Juan intervino, ¿cómo olvidarlo? Era el mejor jardinero y el mejor hombre que he conocido, tan alto que a veces no usaba escaleras para podar algunas ramas de los árboles y tenía que hincarse para deshierbar las plantas; yo envidiaba el color de su piel, tan curtida por el sol, cuando era joven lo vi siempre con sombrero de paja, después nunca se quitó la gorra de los Yankees que le regalé. Extraño su sonrisa franca y su cariño”.

      Abre la llave del lavabo, se echa agua en la cara, las gotas escurren, se confunden con las lágrimas, ve su reflejo, continúa con el recuerdo de esa voz inolvidable.

      —¡Patrón! ¡Mejor usted peléese conmigo! ¡No los ponga a ellos! ¡Son hermanos!

       —¡Tú no te metas, esto es asunto mío!

       No se lo imagina, lo ve crecer en estatura y envalentonado cubre con su cuerpo a los dos niños. Lo enfrenta:

      —¡Pégueme a mí y déjelos a ellos!

      El hombre se detiene, algo en la mirada de Juan lo obliga, aprieta los puños y se mete furioso a la casa.

      Guillermo cierra los ojos frente a su reflejo, baja la cabeza, balbucea:

      —Juanito. Lloramos mucho los tres, hasta que dejamos de temblar.

      Levanta la cara, vuelve a mojarla, al secarse se lamenta de que ya no viva para conocer a su hijo. “Le hubiera encantado”.

      Regresa al comedor, Julián lo cuestiona con la mirada, Valeria no se atreve a verlo y David, sin opinar, sigue sin comprender su comportamiento. Guillermo se excusa.

      —Me descompuse un poco, espero que no haya sido el salmón.