Una mujer en 1900. Elba Rojas Camus

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Название Una mujer en 1900
Автор произведения Elba Rojas Camus
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9789561709379



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vez que puedo. Y veo que se está dibujando, de nuevo, pintándose, como que una mano poderosa e invisible quisiera remozar todo. Miro y busco para encontrar su rastro y entrar más al alma del pueblo mismo. Y sin saberlo –solo me di cuenta ayer– ya estuve por allá, en esos lugares, sin darle la importancia del presente, porque era ajena y lejana a lo del pasado. Andaba buscando el pueblo de Las Coimas: Lo hacía por deporte, alegre y superficialmente –como podría ir algún turista hoy–. Ya que había estado ahí, de vacaciones, cuando tenía trece y catorce años de edad –esta digresión no tiene que ver directamente con la Crónica, mas recordándolo, me acerca–. Aquella vez, fui al pueblo por otra causa, ya que, de hecho, prefería permanecer en San Felipe; pero entonces quise verificar por qué una persona determinada, relacionada con ella, se quedaba allí más del tiempo programado: Y solo ahora comprendo la atracción de la paz y calma que se respira por esos lados. En esa ocasión, llegué en tren desde Valparaíso, pasando por toda esa aventura del trasbordo en Llay Llay –con el temor de perder la combinación–, y de ahí nos dirigimos a San Felipe, en cuya Estación de Ferrocarriles tomamos una ´victoria`, hasta la casa de sus familiares, Leiva Camus. Más tarde, desde allí nos fuimos al Cerro del Calvario, o de La Cruz como le llamaban también; luego recorrimos los alrededores a pie. Tal vez entonces, sin saberlo, llegué a aquel rincón de un pueblo que creí minero al ver la imponente Iglesia contra un cerro rocoso. Ayer comprobé que hay, y había, una calle detrás, y desde allí empieza la subida peatonal, hacia la meseta de El Llano. Relacionado con lo primero, más tarde, a mediados del siglo XX, con muchos años más de los que tenía entonces, anduve de nuevo por esos caminos: Recorremos la tierra de los ancestros, dijeron los demás. Y no supimos entrar a Las Coimas. Pasamos de largo por la carretera a la orilla del río Putaendo, en la dirección de sus aguas –y creyendo que era el Aconcagua–; fuimos por las Rinconadas ¡y no supe que se me repetía el pueblito y la Iglesia: Era una estampa, como en las películas del Oeste! Estaba confundida. Dudaba acaso habría sido un sueño o era que tenía ese fondo de similitud, y de sentimentalismo inconsciente, con el mencionado pueblito descubierto en Limache –muy diferentes en su estructura– y las ocasiones contradictorias, en que los vi por primera vez. Ya en esos tiempos, aquellos sitios fueron un descubrimiento que quedó grabado, y hasta hoy no sabía por qué, aunque haya una relación interna acerca de ellos. Al devolvernos por la nueva carretera –la tercera vez, hacia la ciudad de San Felipe–, a la izquierda reconocí el Cerro de La Cruz y la entrada a la Rinconada de Silva. Mucho más abajo, pasado el puente o badén que lleva a Lo Herrera y a El Asiento –poblado minero en su origen–, un campesino nos indicó por donde entrar a la única Calle Larga del pasado, a mano izquierda, por supuesto, y muy cerca; escondida entre los añosos árboles. Y antes de haber pensado en la Crónica o haberla imaginado siquiera, entramos por la pequeña Plazuela del Monolito de las Cureñas.

      Algo hay en esta tierra que incita a mostrarla o complementar detalles que han sido materia de sueños, superando realidades. Aunque solo estuvieron de paso allí, María Jesús y su gente, estoy en la certeza de que no solo ellos la han amado. Para mirar ese cielo azul tan nítido, con cerros nevados al fondo del valle, aun en estos tiempos a pesar de la sequía que imponen los cambios climáticos, hay que levantar la vista: entonces se puede valorar su suelo, sobre todo aquel alfombrado de verde, allá arriba en el Llano. Pese a repetir algunos datos fidedignos, en este capítulo deseo mostrar, con la venia del lector, objetiva e históricamente a esta ciudad.

      Putaendo: «Pantanos formados por manantiales» o «Putraintú», voz picunche, del Mapudungum, lengua mapuche, era territorio de los indígenas de ese grupo llamado Picunches a la llegada de los españoles (más o menos de 1536 a 1549). Vivían en la parte media del valle: eran las mejores tierras. «Su territorio ancestral lo conformaba todo el Valle hasta la Cordillera Andina y los correspondientes pastos y pasos cordilleranos. Al norte, sus vecinos eran los Indios de Ligua y Petorca, al este y al sur los Indios de Curimón y Aconcagua, y al oeste, los Indios de Quillota... » La población había disminuido notablemente con la Guerra de los Lonkos: arrasaban la tierra y huían hacia los Pucarás (fortalezas) en las montañas, así se libraban de los invasores. Cuando la región se pacificó, en 1549, el Gobernador dispuso de ella como ´encomienda de los indios de Putaendo`: se entregó en Encomienda a Gonzalo de los Ríos. Desarraigados de allí, hacia Petorca y La Ligua, los habitantes naturales que podían trabajar, solo quedaron ancianos, mujeres y niños en el pueblo.

      Estas tierras «Pueblo de indios de Putaendo», permanecieron totalmente desiertas entre 1618 y 1639. En 1791, cuando don Ambrosio O`Higgins disolvió las encomiendas, ya no había indígenas en Putaendo que reclamasen estas tierras. Es así como los colonizadores ocuparon toda la región y han persistido sus nombres en calles y localidades. No obstante eso, en 1650 la zona se mantenía despoblada. Fue en ese año, cuando Putaendo se conformó en la gran Estancia de Putaendo. Con el tiempo se dividió esta en tres partes, continuada en sucesivas divisiones.

      A mediados del siglo XVIII, gracias a los lavaderos de oro, en el río Putaendo y a minas de este metal, en los cerros de Las Coimas (además de extracción de otros metales como plata y plomo), aumentó el caserío correspondiente a todo ese territorio. Entonces, en 1831, el pueblo de Putaendo alcanzó el título de «Villa de San Antonio de Putaendo». Antes de esto, ya en 1816 tenía su primera Parroquia. El 30 de abril de 1868 se le dio el título de ciudad. Era famosa Putaendo por su producción triguera, minera y por la vitivinicultura: agregando a esto que fue la primera ciudad chilena donde acampó el Ejército Libertador.

      Esta es la ciudad donde, el «24 de setiembre de 1883», fue bautizada Amada de Jesús, la misma María Jesús. Allí –lo repito– aun se distingue, imponente, la Parroquia de San Antonio de Putaendo: comprendo también por qué, ella siempre fue devota de este Santo, y recuerdo que bromeaba con eso de que daba maridos malos, cuando las madres antiguas le pedían: «San Antonio cara de rosa, dale un novio a mi hija que ya está moza», y como les resultara mal marido, le reclamaban así: «San Antonio cara de cuervo, como es tu cara salió mi yerno»; en su defensa, agregaba «¿qué culpa tiene el Santo, mi Santo Patrono?» Volviendo a la antigua Iglesia, aquella que, estando allí antes, la vi solo como una Iglesia de ladrillos, impresionante por su grandiosidad en un ´pueblito escondido` –en lenguaje común, llamamos Iglesia al Templo, no al conjunto de fieles que se reúnen allí–. Sí. Estuve ahí, quizás no en relación a María Jesús. Y años después, obsesiva tal vez, buscando aquel pueblo y no encontrándolo llegué a pensar que lo había soñado o habría visto pueblo y templo en alguna película en mi niñez.

      Hoy, mirando también hacia atrás, y siguiendo el camino junto con ella, lo he reencontrado. Entré a la Iglesia y constaté que estaba aquel Cristo Crucificado hecho en madera, en 1780 ó 1890, lo cual me había merecido dudas, pensando en la escultura y procedencia del Cristo de la Rinconada de Silva –que es otra reliquia–: creía que ella tenía una confusión y no yo. También está San Antonio, vestido, como los representaban en ese tiempo. Y si me he detenido en descripciones y anécdotas, es para reconocer su entorno en la actualidad, y así poder entrar al pasado, yendo de la mano de esta mujer: me he involucrado voluntariamente. Percibo que el lugar de nacimiento deja una marca indeleble en las personas, con mayor razón si fueron felices allí; pero también, a algunas les preocupa más el de su gestación y están en la vida, siempre como buscando su identidad.

      Las añoranzas de María Jesús –en adelante Jechu o Tita, cuando venga al caso– permanecen y flotan en ese aire puro y diáfano que aun la civilidad no cambia –y para el seudo cronista es difícil sustraerse al influjo del lugar–: es un tesoro de tres zetas: paz, luz y placidez. Ojalá esto se conservara, como el pueblo, su gente y su historia; ya que aún quedan muchos vestigios del pasado, y familiares, quizás desconocidos entre sí.

      CAPÍTULO II

      Panquehue:

      Tierra de Pangue

      Lo presente está más fresco en la memoria de los descendientes y conocidos de María Jesús. Combinando crónica –como historia escrita con arreglo a la cronología u orden de los tiempos– y narración, es posible mostrar más cercano el ambiente en que se desarrollaron determinados acontecimientos. Además es mejor