Baila conmigo. Susan Elizabeth Phillips

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Название Baila conmigo
Автор произведения Susan Elizabeth Phillips
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788412316780



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tan bien recordaba.

      —Bianca me ha dicho que esta mañana he sido muy maleducado.

      —¿Y ha tenido que señalártelo ella? —Tess estaba mirando un anuncio en el escaparate de La Chimenea Rota cuando él se acercó.

      De cerca era aún más formidable, todo lo opuesto al estereotipo de un artista con perilla, dedos manchados de nicotina y ojos muy abiertos. Poseía hombros anchos y una mandíbula sólida como una roca. Una larga cicatriz le recorría un lateral del cuello y los pequeños agujeros en los lóbulos de sus orejas sugerían que en algún momento había lucido pendientes (que serían, con toda seguridad, una calavera con dos tibias cruzadas). Era un forajido, la versión adulta del punk adolescente que había usado bote de pintura en espray en lugar de un arma, de un joven matón que se había pasado años entrando y saliendo de la cárcel por allanamiento y vandalismo. A pesar de los vaqueros usados y de la camisa de franela, era un hombre en la cima de su carrera y estaba acostumbrado a que todo el mundo se inclinara ante él. Sí, se sentía intimidada, tanto por el hombre en sí como por su fama. Y no, no pensaba permitir que se diera cuenta.

      —Tiendo a estar absorto en mí mismo… —dijo, aclarando algo obvio—, salvo en lo que afecta a Bianca. —Hablaba de manera pausada, de modo que cada palabra sonaba más contundente que la anterior.

      —¿En serio? —No era asunto suyo, pero desde el momento en que irrumpió en su jardín, él la había estado incordiando. Aunque estaba disfrutando de la libertad que le proporcionaba que alguien la riñera en lugar de mirarla con lástima—. ¿Por eso has arrastrado a una mujer embarazada lejos de su casa, a un pueblo que ni siquiera cuenta con un médico?

      Como él tenía un ego demasiado grande para ponerse a la defensiva, lo dejó pasar.

      —La niña no llegará hasta dentro de dos meses y dispondrá de los mejores cuidados. Lo que más necesita Bianca ahora es descanso y tranquilidad. —Sus ojos, del gris hostil de un cielo invernal justo antes de una tormenta de nieve, se encontraron con los de ella—. Sé que Bianca te ha invitado a nuestra casa, pero yo retiro la invitación.

      En lugar de retroceder, como haría cualquier persona normal, lo presionó.

      —¿Por qué?

      —Ya te lo he dicho. Necesita descansar.

      —Hoy en día se aconseja que las mujeres embarazadas sanas se mantengan activas. ¿Acaso no se lo recomendó su médico?

      Su ligera vacilación quizá hubiera pasado desapercibida para alguien que no estuviera entrenado para observar, pero no para ella.

      —El médico de Bianca quiere lo mejor para ella, y me estoy asegurando de que lo tenga. —Él se alejó con un gesto de cabeza.

      Su fuerte musculatura y su paso decidido le daban la apariencia de un hombre que había sido diseñado por Dios para soldar vigas o bombear petróleo en lugar de crear algunas de las obras de arte más memorables del siglo XXI.

      Bianca había dicho que era «muy protector», pero la situación parecía más bien asfixiante. Algo no iba bien entre esos dos.

      Una camioneta destartalada pasó a toda velocidad con el tubo de escape petardeando. Ella había ido al pueblo a por dónuts, no para involucrarse en la vida de otras personas, y volvió a prestar atención al letrero del escaparate: «Se busca ayuda».

      Era comadrona. Cualquier día de estos, la ira y la desesperación se convertirían en resignación. Tenía que ser así. Y en cuanto eso ocurriera, debería ponerse a buscar trabajo en su campo. Algo que le permitiera recobrar la satisfacción de ayudar a madres vulnerables a dar a luz.

      «Se busca ayuda».

      No necesitaba volver a trabajar todavía, así que ¿por qué estaba mirando el cartel como si todo su desordenado mundo se hubiera reducido a lo que había dentro de esa cafetería de mala muerte?

      Porque estaba asustada. La soledad de Runaway Mountain, que ella había pensado que la curaría, no estaba funcionando. La idea de pasarse el día en la cama, comer dónuts y bailar bajo la lluvia se había vuelto demasiado tentadora. La semana anterior no se había duchado en cuatro días.

      La amarga oleada de autodesprecio que la recorrió al recordarlo la obligó a atravesar la puerta. Podía preguntar por el trabajo o comprar un dónut y marcharse, debía tomar una decisión.

      En el mostrador de la derecha había galletas y dónuts, pero no como en una cafetería de ciudad. Un congelador compacto mostraba ocho cubetas de helado. En las estanterías vio cigarrillos, barras de caramelo, pilas y otras rarezas que no solían encontrarse normalmente en una pastelería, en una heladería o en una cafetería. En un rincón había un par de estantes metálicos con libros de bolsillo, y sonaba de fondo una canción de rock, que reconoció vagamente pero cuyo título no recordaba.

      El siseo de una cafetera exprés flotó en el aire. Vio su reflejo en el espejo detrás del mostrador. Casi no reconoció su cara hinchada, las sombras púrpuras que lucía bajo los ojos, la espesa maraña de pelo que no había visto un cepillo desde… quizá el día anterior, quizá el anterior al anterior, y la sudadera granate de Trav de la Universidad de Wisconsin.

      El hombre que atendía la máquina de café pasó una bebida recién hecha por encima del mostrador a un anciano con un bastón. El viejo cojeó con el vaso hasta una mesa y el hombre de la cafetera centró su atención en ella. Por la espalda le colgaba una fina y gris cola de caballo. El hombre la miró con unos ojos pequeños y rodeados de arrugas.

      —¿Dónuts o pasteles?

      —¿Cómo sabes que quiero una de las dos cosas?

      Él colgó los pulgares en el cordón del delantal rojo.

      —Me gano la vida leyendo la mente de la gente. Tú eres nueva por aquí. Me llamo Phish. Con «Ph».

      —Soy Tess. Debes de ser su mayor fan.

      —¿Del grupo Phish? Joder, no. Soy un deadhead, un admirador de los Grateful Dead. El mejor grupo que jamás haya existido. Ahora mismo está sonado Ripple… Es la única canción suya que conoce la gente. —Hizo una mueca que reveló su opinión sobre la inexplicable ignorancia humana—. Soy Phish porque me apellido Phisher.

      —¿Y cómo te llamas?

      —Elwood. Y olvida que te lo he dicho. —Señaló con la cabeza la vitrina de tres estantes que había detrás del mostrador. A su lado, en una pequeña pizarra, estaba anotado el pastel del día—. Manzana holandesa —dijo—. Es mi especialidad.

      —Me gustan más los dónuts. —Aunque allí no había mucha variedad, solo glaseados o con azúcar espolvoreado; y no parecían de verdad, más bien eran una especie de pastel disfrazado de dónut. Hizo un gesto señalando la puerta—. Este lugar tiene un nombre extraño, La Chimenea Rota.

      —Deberías haberlo visto cuando lo compré. Arreglarlo me costó veinte mil dólares.

      —Me he dado cuenta de que no has arreglado la chimenea.

      —La chimenea está tapiada, así que no tenía mucho sentido. Es una buena manera de que la gente nos conozca.

      —He visto el anuncio en el escaparate. ¿Buscas ayuda? —Se raspó la costura lateral de los vaqueros con la uña.

      —¿Quieres el trabajo? Es tuyo.

      —¿Así de simple? Por lo que sabes de mí, quizá sea una delincuente fugitiva. —Parpadeó.

      —¡Oye, Orland! ¿Tess te parece una delincuente fugitiva? —Le gritó al viejo de la mesa.

      —Me parece taliana, así que nunca se sabe. Aunque tiene algo de carne en los huesos, me gusta. No me importaría mirarla cuando entre por la puerta. —El anciano dejó de prestar atención al periódico.

      —Pues ya ves… —La sonrisa de Phish reveló un conjunto de dientes torcidos—. Si le gustas a Orland, es suficiente para mí.

      —No