No me digas que no podrás . Sebastián Escudero

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Название No me digas que no podrás
Автор произведения Sebastián Escudero
Жанр Документальная литература
Серия Sanación en el Espíritu
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9789877620870



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En cambio, estamos con nosotros mismos todo el tiempo, día y noche. Nunca tenemos un minuto lejos de nosotros, ni siquiera un segundo. En consecuencia, es de vital importancia que tengamos paz con nosotros mismos.(8)

      Estar enemistados con nosotros mismos nos hace aferrarnos de manera tóxica y enfermiza a los demás. Los que no se aman buscan alguien a quien apegarse para sentirse completos. No pueden decidir nada por sí mismos, necesitan el aval, el punto de vista, la opinión de otro. No pueden vivir sin esa persona, “amuleto emocional” que se han buscado para sobrevivir afectivamente. Son profundamente celosos, asfixiantes, inseguros, controladores, manipuladores. Exigen al otro que los haga felices, porque creen que ellos no pueden hacerlo por sí mismos. Buscan en el otro el vacío que no pueden llenar en sus vidas.

      Son personas que se han convencido de que no valen nada y de que los demás son superiores. Se viven descalificando y auto-agrediendo por medio del maltrato verbal, de la manera de alimentarse, de la manera de beber, de vestirse, de fumar, etc.

      Pero no tenemos que hacer eso cuando sabemos bien quiénes somos. Podemos amarnos y cuidarnos, sin esperar que otro lo haga por nosotros. Podemos estar en paz con nosotros mismos. Y debiéramos hacerlo antes de empezar una relación sentimental, por ejemplo. Somos cien por ciento la persona con la que tenemos que unirnos antes de unirnos a alguien más. De lo contrario seremos codependientes.

      El mejor momento para comenzar una relación amorosa es cuando estamos en paz con nosotros mismos y cuando no tenemos necesidad de estar con alguien más. Ese día, el día que nos amamos bien a nosotros y somos felices conviviendo con nuestro ser, ese día estamos capacitados para incorporar a alguien más en nuestro corazón. De lo contrario, meter a alguien en nuestra vida será solo compartir nuestras miserias y soledades, las cuales, sumadas a las del otro, pueden provocar más heridas que estando solos. No podemos respetar al otro si no hemos aprendido a respetarnos a nosotros mismos. No podemos pretender ser respetados por los demás si nosotros no somos capaces de respetarnos.

      Nuestro problema es que, a diferencia de Dios, terminamos odiando de la misma manera nuestro ser y nuestro actuar. Ambas cosas terminan cayendo en la misma bolsa. Dios sabe separar lo que somos de cómo actuamos. Por eso es que puede odiar el accionar de la persona pero seguir amando su ser. Dios odia el pecado, no a la persona. Nosotros odiamos nuestra persona y nuestras acciones. Nos rechazamos y condenamos tanto que hasta le ahorramos el trabajo al diablo en ocasiones. De la misma manera tenemos que separar lo que “somos” de lo que “parecemos”.

      Hace poco escuché de un pastor evangélico que en un programa televisivo famoso se refirió a un travesti muy conocido en el país llamándole: “usted, señor”. Y obviamente el travesti le objetó diciéndole:

      —¿Cómo “señor”? “Señora” querrá decir

      —No señor, es usted un varón – le refutó el pastor – Por más que usted así vestido se parezca a una mujer, eso no cambia lo que le fue dado por naturaleza. Usted nació hombre y morirá siendo hombre, aun cuando parezca una bellísima mujer.

      Obviamente que al pastor lo tuvieron que sacar con seguridad del programa. Pero declaró una gran verdad: no podemos cambiar lo que nos fue dado por naturaleza. Y he aquí algo maravilloso que no debemos olvidar: nuestra naturaleza a partir del bautismo es la de ser hijos de Dios. Así que aunque actuemos como si no lo fuéramos; aunque en lugar de vivir como príncipes vivamos como mendigos; aunque la gente nos diga fracasados, maldecidos o hijos del demonio…. todo es apariencia. Parecemos, pero no lo somos. Porque no podemos cambiar, hagamos lo que hagamos, lo que nos fue dado por naturaleza.

      Hace un tiempo, meditando estas cosas en mi propia vida, me levanté a la madrugada y le di forma a una canción que quisiera compartirte, titulada nada más y nada menos que Parezco.

       PAREZCO

      Aunque a veces el fracaso diga que ya se acabó,

       aunque a veces parezco un mendigo más que un luchador,

      aunque a veces ya no sople tanto viento a mi favor,

      seguiré cantando firmemente mi mejor canción.

      Y AUNQUE A VECES NO ESTOY DONDE QUIERO

       Y NO SOY PERFECTO, SÉ MUY BIEN QUIÉN SOY,

      AUNQUE A VECES PAREZCO CAÍDO…

      SOY UN VENCEDOR.

      Y AUNQUE A VECES PAREZCO UNA HOJA

       QUE LA ARRASTRA EL VIENTO DE LA MALDICIÓN,

      AUNQUE A VECES PAREZCA QUE NO…

       TENGO TU BENDICIÓN.

      Aunque a veces la muerte susurre que no hay solución,

       aunque a veces parezco el herido más que el sanador,

      aunque a veces ya no tenga fuerzas, ni motivación,

      Muchas veces luchamos equivocadamente contra nuestras debilidades, tratando de ignorarlas u odiándonos a causa de ellas. Pero no cambiamos nada de esta forma: las debilidades seguirán estando allí hasta que no las enfrentemos, de la misma manera que el gigante Goliat siguió insultando mañana, siesta, tarde y noche al ejército de Israel hasta que no lo enfrentó un pequeño pastorcito con abundancia de confianza en su Dios. Nuestros gigantes no se irán porque los ignoremos o queramos ocultarlos. La tierra que se mete debajo de la alfombra es solo una manera cobarde y perezosa de prolongar la suciedad en la casa. El odio a nuestra persona es una forma cobarde y perezosa de prolongar la mediocridad en nuestra vida.

      Lo mejor es aceptarnos así de débiles y dejarnos sanar por nuestro doctor Dios. Él debe ser el primero que nos sane, pues cualquier terapia psicológica o libro de autoayuda debe cimentar sobre la base de su amor en nuestras vidas. De lo contrario solo será un control mental que nos puede terminar haciendo peor aún. Lo primero es dejarnos amar por Dios. Así de simple, pero para nada fácil. Es muy difícil para alguien que está acostumbrado a odiarse aceptar, primero en su mente y luego en su corazón, que Dios lo ama aunque no sea perfecto.

      Ahora bien, cuando este amor incondicional de Dios empieza a entrar en nuestros corazones viene a ser como un suero que limpia de a poco nuestra autopercepción. De esta manera, Él nos va capacitando poco a poco para amarnos a nosotros mismos, amar a Dios y amar a los demás con un amor verdadero.

      El amor de Dios debe actuar sanando nuestra raíz herida. Muchas reacciones emocionales, ataques permanentes de celos, sentimientos de posesión, angustias, depresiones, pensamientos de muerte y búsqueda permanentes de llamar la atención son el fruto de una planta que tiene su raíz podrida. Hasta que no sanemos la raíz, o la cortemos del todo, los frutos seguirán siendo podridos. Aún más, a veces aunque cortemos su raíz muchas veces, la planta no seguirá creciendo sana si no se revisa esa raíz.

      A veces llevamos raíces de amargura dentro de nosotros: por maltratos recibidos, por abandonos, por violaciones, por heridas recibidas en nuestras vidas que nos marcaron para siempre. Es allí donde es importante el rol de los terapeutas que ayudan a la persona a ubicar dónde está la raíz de su actual estado psicológico de perturbación.

      Esto, sumado a la oración de sanación interior, en donde podemos sentir el amor de Dios que nos abrazó esa noche de la separación de nuestros padres, que nos declaró inocentes cuando nos estaban violando, que nos decía “te amo” cuando éramos abandonados, que nos acarició mientras nos estaban golpeando, que nos abrazó fuerte cuando nos eran infieles… nos puede sanar o restaurar la raíz podrida que llevamos adentro.

      Y a veces las mismas terapias y oraciones de sanación interior pueden fallar y herirnos más aún si no se tiene en cuenta el rol fundamental del amor de Dios en nuestras vidas. Porque dejan al descubierto