No me digas que no podrás . Sebastián Escudero

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Название No me digas que no podrás
Автор произведения Sebastián Escudero
Жанр Документальная литература
Серия Sanación en el Espíritu
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9789877620870



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su mentalidad, a fin de que puedan discernir cuál es la voluntad de Dios (Rom 12, 2).

      Haber conocido estos principios me hubiese salvado muchos años de infierno en la infancia. Aquella vez a los 10 años, cuando me paré por primera vez en mi vida a dar una lección oral en clase, nadie me escuchaba, todos mis compañeritos se burlaban de mi manera de pararme, de mi aspecto físico, de mi modo de hablar. Y hoy, mirando para atrás, puedo descubrir que uno de los principales responsables de todo eso que viví fui yo mismo; soy yo el que no se valoró lo suficiente, soy yo el que me consideré a mí mismo eso que los demás vieron en mí. No tengo que andar señalando a tantas personas con el dedo. Tengo que reconocer, después de más de 20 años, que soy el gran responsable. Me trataron como yo creía que merecía ser tratado. De allí lo sumamente importante que es entender estos principios.

      Tener una sana imagen de nosotros mismos nos permite avanzar hacia lo que Dios quiere de nosotros. Hoy la gente paga por escucharme hablar como la lógica consecuencia de que creo que tengo un mensaje del Señor para transmitir y que merezco que la gente me escuche. El pensamiento tiene ese poder de dirigir nuestras actitudes. Es conocida la comparación que hace Rick Warren al respecto:

      Para cambiar tu vida debes cambiar tu manera de pensar. Detrás de todo lo que haces hay pensamientos. Toda conducta es motivada por una creencia y toda acción es incitada por una actitud. Dios reveló esto miles de años antes de que los psicólogos lo entendieran: Tengan cuidado de cómo piensan; la vida es modelada por sus pensamientos (Prov 4, 23 parafr.)

      Imagina un paseo en un bote con motor en un lago, con el piloto automático puesto en dirección hacia el este. Si decides dar vuelta atrás y dirigirte al oeste, tienes dos posibles maneras de cambiar el rumbo del barco. Una es tomar el timón y físicamente obligarlo a que se dirija en la dirección opuesta a la que señala el programa del piloto automático. A pura fuerza de voluntad podrías vencer al piloto automático, pero sentirías la resistencia todo el tiempo. Finalmente tus brazos se cansarían de la tensión, soltarías el timón y el barco retomaría inmediatamente el rumbo en dirección al este, de acuerdo con su programación interna.

      Esto es lo que sucede cuando tratas de cambiar tu vida a fuerza de voluntad. Dices: “Me obligaré a comer menos... haré más ejercicio. Dejaré de ser desorganizado y de ser impuntual”. Sí, tu fuerza de voluntad puede producir un cambio a corto plazo, pero crea una tensión interior constante porque no has tratado la causa desde su raíz. El cambio no se siente como algo natural, así que finalmente te rendirás, abandonarás la dieta, y dejarás de hacer ejercicios. Rápidamente volverás a tus viejos patrones.

      Esta renovación es más urgente aún si el fracaso ha tomado lugar en nuestra mente. Porque si nuestra mente es conquistada por malos pensamientos de nosotros mismos y de lo que somos capaces de lograr, estos pensamientos dirigirán nuestra vida. Y mientras no renovemos nuestra mente, nuestras acciones estarán dirigidas por emociones y no por decisiones correctas.

      El primer paso para este cambio de mentalidad tiene que ver con aceptarnos a nosotros mismos, con reconciliarnos con nuestro propio ser.

      Muchas veces vivimos odiando a los demás como consecuencia del odio a nuestra propia persona. Nos rechazamos a nosotros mismos y, como efecto de proyección, terminamos rechazando a los demás. Terminamos siendo nuestros peores enemigos y lo triste es que nos vivimos encontrando en los demás.

      Tengo numerosos alumnos en las aulas enemistados con todo el mundo, histéricos, negativos, pesimistas, que parecen llevar un gato furioso adentro suyo. Pero todas estas reacciones son consecuencia de un detonante interior: la manera como se ven a sí mismos. Es fácil descubrir en estos casos que es su autorechazo la raíz de cómo ven a la sociedad y a la vida.

      Cuenta una historia que a la entrada de un pueblo estaba sentado sobre una roca un anciano con su bastón, un hombre cuya faz reflejaba el paso de los años. El anciano se pasaba todo el día sentado sobre esa roca, y de repente, un día apareció un joven en un automóvil, frenó ante él y le preguntó:

      — Perdone señor, ¿lleva usted mucho tiempo viviendo en este pueblo?

      — Toda mi vida — contestó el anciano.

      — Verá, es que vengo de otra ciudad y he tenido que trasladarme por motivos de trabajo. Perdone, pero ¿podría decirme cómo es la gente de este pueblo?

      — Pues verá usted — dijo el anciano pensativo — no sabría decirle. ¿Cómo era la gente de su ciudad, de allá de donde viene? — preguntó.

      — Ah, pues maravillosa — contestó el joven — Son fantásticos, lo niños juegan por la calle, la gente siempre está alegre, los vecinos se ayudan. Todo allí era felicidad.

      — Pues verá — contestó el viejo — puede usted alegrarse, la gente de aquí es exactamente igual.

      — Muchas gracias, señor.

      El joven arrancó su coche y entró en el pueblo. Al poco rato llegó otro joven en otro automóvil, de nuevo se volvió a parar delante del anciano y le preguntó:

      — Perdone, señor, ¿lleva usted mucho tiempo viviendo en este pueblo?

      — Toda mi vida — contestó el anciano.

      — Verá es que vengo de otra ciudad y me he tenido que trasladar por motivos de trabajo. Perdone, pero ¿podría decirme como es la gente de este pueblo?

      — Pues verá usted — dijo el anciano pensativo — no sabría decirle. ¿Cómo era la gente de su ciudad, de allá de donde viene? — preguntó.

      — Ah, pues horrible — contestó el joven — Son terribles, los niños corren por la calle, la gente camina entristecida, los vecinos ni se conocen. Todo allí es amargura.

      — Pues verá — contestó el anciano – lamento decirle esto, pero aquí la gente es exactamente igual.

      — Muchas gracias, señor.

      El joven arrancó su coche y entró en el pueblo.

      Otro hombre, que había permanecido callado mirando estas escenas, se enfadó con el anciano y le dijo:

      —¿Cómo puedes tener tan poca vergüenza? ¡Te hacen la misma pregunta y a uno le dices una cosa y al otro lo contrario!

      —No he dicho ninguna mentira, amigo— le replicó el anciano — Cada uno de nosotros no puede ver más allá de lo que su corazón le permite. Cuando estoy enfadado, tengo miedo o estoy feliz, mis maneras de ver la realidad son completamente distintas. Estoy seguro que el