No me digas que no podrás . Sebastián Escudero

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Название No me digas que no podrás
Автор произведения Sebastián Escudero
Жанр Документальная литература
Серия Sanación en el Espíritu
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9789877620870



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el joven pide ayuda al Único que puede salvarlo. No sabe si va a poder resistir esa pasión dolorosa. Pero la voz de su Padre le dice con cariño: “Jesús, mi Hijo amado…. no me digas que no podrás”.

      Una persona extraordinaria está empezando a leer este libro. Como corresponde, empezó por el prólogo. Después de leer solo unos párrafos, algo le inquieta en su corazón. Es el entusiasmo de saber que sí se puede cambiar la historia, de que quizás su misión es también demasiado grande en esta vida. Pero el enemigo de su alma le está queriendo convencer que jamás lo logrará. Una persona así no tiene destino, no podrá llegar demasiado lejos. Dios la mira a los ojos… pronuncia su nombre… la abraza con fuerza un rato largo. Y luego vuelve a mirarle para decirle las seis palabras con las que comenzará el resto de su vida: “No me digas que no podrás”.

      Sebastián Escudero

      [email protected]

      Una de las principales excusas que ponemos para triunfar en la vida es la afirmación “no puedo”. Eso es ridículo; todos los seres humanos tenemos un potencial extraordinario dentro de nosotros. El gran problema es que el enemigo se encarga de mentirnos acerca de nuestro valor. Y la mayoría le cree, por eso son muy pocos los que terminan marcando la historia.

      Sin embargo, está comprobado por numerosos estudios que todo ser humano cuenta con cientos de habilidades no explotadas, no reconocidas y no usadas. Una persona promedio posee entre 500 y 700 habilidades y destrezas. ¿Sabías eso? La tragedia es que la gran mayoría de la raza humana ni siquiera explota una de estas.

      Nuestra mente puede manejar 15.000 decisiones en un solo segundo, y todas ellas pueden quedar truncada con una sola convicción mental: “no puedo”. Por eso, soy muy consciente de que tengo la grave responsabilidad de ayudar aunque sea a un solo ser humano a identificar sus habilidades y motivarlo a creer que sí, se puede. Mi propósito en esta vida tiene que ver con eso. Mientras escribo estas líneas acabo de recibir hace solo algunas horas un mensaje por Facebook de una de mis alumnas diciéndome: “¡Graaciias proofeeeeee!!! Todo es posible. Ahora gracias a sus canciones, a sus anécdotas y a Dios ¡gané el torneo de taekwondo nacional! ¡Gracias, gracias, gracias! Por haberme dicho que soy una ganadora, ¡gracias! Mi vida cambió.”

      Escribí este libro para eso. Si una sola persona en la historia de la humanidad, al leer este libro, se convence de que todo lo puede en Cristo que lo fortalece (Cf. Fil 4, 13) habrán valido la pena las cientos de horas invertidas en este cuarto libro que el Señor me pidió que escribiera.

      Es solo una minoría la que alcanza las cimas, ¿sabes porqué? Porque la gran mayoría piensa que es imposible alcanzarla, entonces no pueden encontrar los peldaños que los conduzcan a las alturas. Cuando uno cree que puede hacerlo el “cómo” hacerlo surge; Dios y el universo conspiran providentemente para hacer realidad eso que parece tan imposible. Y podemos así llegar a la cima.

      Este es un libro de superación personal a la luz de los principios que establece la Palabra de Dios. No es un libro de control mental ni de autoayuda. No creo en absoluto que la mente tenga esa autosuficiencia. Pero creo que si no dejamos que Dios cambie nuestra manera de pensar, nunca cambiaremos nuestra manera de vivir. La Biblia puede ayudarnos, porque de hecho es el mejor libro de superación de todos los tiempos. Con humildad, intentaré ayudarte a descubrir en ella los testimonios y palabras que te ayuden a creer que sí se puede.

      Pero no solo me centraré en la Biblia. Toda la historia, de punta a punta, nos da testimonio de hombres y mujeres de todos los tiempos que demostraron con sus vidas que siempre que pensamos adecuadamente, siempre que luchamos por nuestros sueños, sea cual sea nuestro comienzo, podemos triunfar en la vida. Adornado con películas de Hollywood, con cuentos y con anécdotas personales, mi libro intentará llegar a tu corazón y mantenerte enfocado en esa verdad: sí puedes, sí tienes, sí eres. Y lo más original e importante que tengo para contarte es que soy testigo personal de todo lo que te escribiré.

      Cuando conocí al Señor, a los quince años, el primer sueño que puso Dios en mi corazón fue el de ser un predicador. Por las noches soñaba literalmente con estadios llenos de jóvenes escuchándome predicarles mensajes llenos de esperanza. Anhelaba viajar por todos lados hablándole a la gente del amor de Dios, que nos perdona y nos sana, como lo había hecho conmigo. Pero ese deseo estaba muy lejos para mí, por varios motivos que quisiera comentarte.

      Por un lado, estaba el hecho de que aún no conocía bien la Biblia; y en ese tiempo yo imaginaba que solo los sacerdotes podían predicar la Palabra de Dios. Por otro lado, no me sentía digno aún. Me parecía hasta un sacrilegio que un pecador como yo, con el tipo de vida que había llevado hasta poco tiempo atrás, se atreviera a predicar la Palabra de Dios. Incluso, había pecados que aún arrastraba de aquella vieja vida.

      Pero, sin lugar a dudas, la razón más importante era la siguiente: desde niño sufría una especie de fobia social que me provocaba pánico a la exposición pública. Al punto que la única vez que recuerdo haber hablado en público fue a los 10 años, cuando una maestra me hizo pasar a dar una lección oral, y de los nervios me oriné en los pantalones al frente de todos mis compañeros. Esa experiencia fue realmente lo más traumático de mi infancia. Fue sin duda ese día el que marcó un antes y un después en mi vida. Recuerdo que tuve que dejar el colegio por la vergüenza que ese hecho me había causado. En los siguientes meses tuve tres intentos de suicidio y durante unos meses, quedé casi mudo; sólo cruzaba algunas palabras con mi madre y mi hermano.

      Esto, sumado a otros problemas familiares que estaba viviendo, hizo que mi madre tuviera que tomar la decisión de llevarme un tiempo con dos psicólogas que me hacían hacer dibujos durante horas porque no podían sacarme palabra alguna.

      Una de las cosas que supe desde ese entonces es que nunca jamás volvería a exponerme públicamente. Se trataba de un monstruo demasiado gigante como para volver a lidiar con él. Sin embargo, mi realidad hoy es que vivo hablándole a las masas y no quedan ni rastros de aquellas dificultades de mi pasado. Déjame contarte cómo empezó todo.

      Tenía 17 años cuando le conté a mi madre que soñaba con ser predicador. Le pregunté qué opinaba. Ella hizo una pausa fatal de varios segundos. Su respuesta era letal, porque podría determinar un destino, y quizás el de miles más. Me miraba como la madre del chico que le pregunta si puede ser tenista faltándole los brazos. Era un sueño demasiado difícil de apoyar. Pero me abrazó y me dijo: “Sí… vas a ser un gran predicador”.

      Recuerdo que empecé a entrenarme con ella. Pobre, se quedaba dormida a veces sentada en el sillón escuchándome inventar historias bíblicas. Ella me asentía en todo lo que decía, aunque estuviera diciendo puras barbaridades; parecido a esas mujeres que gritan “amén” a cualquier cosa que dicen los predicadores. Quizás el predicador está diciendo herejías del calibre de: “Satanás está enamorado de ustedes”. Y ellas gritan con pasión: “Amén, amén… ¡Amén!”. Así estaba mi mamá.

      Al no conocer en profundidad la Biblia, ella me miraba con asombro y admiración. El tema es que en mi Biblia, la que yo le predicaba a ella, mi propia versión de la Palabra de Dios, Thomas Edison y Leonardo Di Caprio estaban entre los apóstoles. La virgen María tomaba mates con Moisés, mientras Pablo le tiraba una piedra al gigante Goliat y los jinetes del apocalipsis subían al arca de Noé. De todos modos, lo importante es que con ella hablaba fluido… y eso era maravilloso y prometedor.

      También solía entrenarme mirándome al espejo y hablándome a mí mismo como si se tratara de una multitud de jóvenes. La otra espectadora que me admiraba mucho era mi perrita Daiana. Ella movía la cola en señal de asentimiento.