Paradigma. Cristina Harari

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Название Paradigma
Автор произведения Cristina Harari
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9786078773091



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ella desvía la vista hacia el trono donde se topa con una presencia que destila masculinidad, no puede negar la atracción que le ha provocado Roderico.

      En ese instante Olián, que ha estado atento de los movimientos de su hija, nota el intercambio de miradas y muy a su pesar se da cuenta de lo mucho que en silencio se dicen esos ojos.

      —Es tiempo de irnos, hija mía. No hace falta ninguna reverencia, sígueme hacia la puerta.

      —¿Tan pronto, padre?

      Están por salir cuando se forma un remolino de trovadores y bufones convocados para amenizar el convivio. Entre esa turba va un tullido, es obvio que se vio arrastrado por el grupo de animadores en su paso hacia la salida del palacio. Camina con dificultad apoyándose en una estaca, intenta no ser visto, pero uno de los guardias denuncia su presencia al notar su desconcierto. Alertado por el barullo, el nuevo monarca se interesa por lo que sucede y, en lugar de ordenar que lo lancen al fango de donde proviene, le manda bailar sin el soporte al ritmo de los tambores que ya se escuchan, de no hacerlo enfrentará el garrote.

      Ante las burlas de los asistentes, el hombre es despojado de lo que lo mantiene en pie, apenas puede sostenerse sobre la pierna sana y los aspavientos que hace para lograrlo aumentan la risa de quienes vuelcan en ese ser indefenso el miedo que reprimen y que solo pueden liberar de esa manera.

      —¡Ahora salta y diviérteme si no quieres terminar como alimento de los buitres!

      —¡No! —Flora se arrepiente al instante y trata de enmendarse—. No sé cómo ha sucedido, majestad, este hombre es nuestro esclavo, con seguridad desobedeció a mi padre y nos siguió hasta aquí.

      Olián reacciona tarde, va a intervenir cuando Roderico se incorpora y va hasta la muchacha. La música que apenas comenzaba ha cesado y todos enmudecen en espera de lo que va a suceder.

      Como si midiera el efecto que tiene su caminar lento, con una mano golpea una fusta sobre la palma de la otra, su túnica oro va ceñida a la cintura por un grueso cinto labrado, la capa roja echada sobre un hombro y las calzas anudadas marcan sus musculosas pantorrillas. Llega hasta plantarse a centímetros de la atrevida. La expectación de todos los concurrentes va en aumento.

      —Y ¿será posible que esta mitad de hombre sirva para algo?

      En lugar de contestar, Flora hace una reverencia, sabe que su irreflexión ha ido más allá de los límites y que no solo ella se expone, entonces con la vista baja responde:

      —Perdónele, usted, y a mí también. Me aseguraré de reprenderle como se merece.

      —¿A quién deberé la reprimenda?

      —Con la venia, majestad, me presento, soy Olián, conde y gobernador en el estrecho desde Ceuta hasta Algeciras, y uno de sus generales que comandan una tropa para salvaguarda de nuestra nación, y ella es Flora, mi única hija. Le ofrezco una disculpa por…

      —Asegúrese de vigilar que este remedo de esclavo reciba su merecido.

      Con la corona sobre las sienes brillando igual que el destello virulento en sus ojos, el monarca levanta la fusta y lanza un golpe que derriba al mendigo. Ayudado por el conde y su hija, los tres se dirigen a la salida mientras las panderetas retoman el compás.

      Roderico, duque de Bética, es ahora soberano de los visigodos, y tiemble quien no obedezca su palabra; la paz será impuesta y no habrá insubordinados; quien ose discrepar sobre sus mandatos probará la muerte, ya que él se siente bendecido por la mano de Dios para llevar a cabo tan insigne tarea. Pocos saben que en un futuro no muy lejano su elección provocará una guerra civil, y que la nación fijará su destino.

      3. Un futuro brillante

      No imaginó cuál sería su destino cuando aceptó casarse con Julián, Grecia era una estudiante que estaba por graduarse de una licenciatura en leyes, un título que recibió al mismo tiempo que el análisis del laboratorio que confirmaba sus sospechas: estaba embarazada. El error no era haberse involucrado con su compañero de la universidad, sino haberle confiado la noticia. Ella no estaba convencida de continuar con la gestación, pero él se impuso, era lo mejor que podría haberles sucedido, dijo, y, ¿dónde quedaba lo que ella tenía planeado?

      Desde que ingresó a la carrera se dijo que no iba a contentarse hasta lograr una maestría y, si fuera posible, cursar un doctorado en el extranjero. Bastante esfuerzo había hecho, debido a que era huérfana, para costearse la carrera; cuántas horas de desvelo trabajando como capturista de documentación legal y administrativa, demandas y sentencias judiciales. Desde luego que en el proceso aprendió mucho, pero también sacrificó mucho. Su vida social se limitó a salidas esporádicas a tomar una cerveza con sus amigas y en cuanto ella y Julián se conocieron ya solo él fue su acompañante.

      De esas noches en idilio y madrugadas con intercambio de pasiones había surgido el dilema. La aterraba enfrentarse a situaciones desconocidas y esa era una de proporciones mayores; además, se dijo, soy dueña de mi cuerpo y tengo la facultad de elegir, nadie lo va a hacer por mí. Sin embargo, también sabía lo que era crecer sola, sentirse apartada como si le hubieran extirpado un brazo o una pierna, así había caminado por la vida, igual que una lisiada por no tener el apoyo de una familia. Hizo a un lado el temor que tampoco supo reconocer y la gestación siguió su curso.

      —Desde antes de casarnos sabías que yo deseada seguir preparándome, no me salgas ahora con que, ¿cómo dijiste? Que debo ocuparme de mis verdaderas responsabilidades. ¿Acaso no cumplo con mi papel de esposa, de madre, incluso de asesora? Porque somos colegas, no lo olvides. No puedo hacer a un lado la oportunidad que ahora se me presenta. La niña puede ingresar al internado y tú tendrás todo el tiempo para tus…

      —Déjate de argumentos vacíos, Grecia, no estás litigando. Y no vuelvas a acusarme de infidelidades que nunca han ocurrido. Haz lo que se te pegue la gana, al fin siempre es así. Mi palabra nada vale, solo que cuando regreses ya no me encontrarás.

      Satisfecha como si hubiera ganado una ponencia, la abogada de antemano y sin tomar en cuenta más que sus intereses, ya tiene comprado el boleto de avión a Nueva York, alquilado el cuarto en la residencia junto a la Saint John’s University School of Law y apartado su lugar para la maestría.

      —Sin amenazas, Julián, que ya sabes que no funcionan conmigo. El tiempo se pasará volando y cuando menos lo pienses estaré de regreso. Dos semestres es poco tiempo, ya verás. No seas intransigente, amor.

      —Ahora tratas de utilizar tus estrategias de conciliación. Olvídalo, y no te estoy amenazando sino advirtiendo.

      El autobús de la escuela se detiene frente a la casa de avenida Homero, en Polanco. Julián se asoma desde la ventana del segundo piso de la mansión estilo barroco, ve a su pequeña correr hacia el interior donde la nana ya la espera con la puerta abierta.

      —Llegó Azucena. ¿Has pensado cómo lo va a tomar? Por cierto, ¿dónde queda ese internado?

      —¡Papá, papi! ¡Me dieron un premio en la escuela!

      En los cálculos de la joven abogada no había lugar para lo que su hija pensara. Si iba o no a estar de acuerdo era lo de menos, a los siete años resultaba absurdo pedir su opinión, y al final saldría ganando. Eligió el mejor colegio de Canadá para estudiantes extranjeros, una institución educativa exclusiva para niñas donde el francés era obligatorio y donde también perfeccionaría el deficiente inglés que le enseñaban en la escuela. Además, sus compañeras serían hijas de la élite europea, vaya que se había informado. Equitación, esgrima y otros deportes serían el complemento perfecto para la formación de Azucena.

      —¡Papaaá!

      Julián se había quedado esperando la respuesta de Grecia, al ver que nada diría salió del cuarto reprimiendo su enojo. Desengáñate, se dijo, ella no va a cambiar su decisión.

      —A ver, por qué tanto grito, mi preciosa.

      —Es que mira este papel, es mi recon, recon…

      —Recompensa, me imagino que quieres decir.

      —Sí,