Название | Paradigma |
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Автор произведения | Cristina Harari |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9786078773091 |
Da con la habitación. Se detiene junto a la cama. Observa a su hija como si lo hiciera por primera vez; estudia su rostro ahora pálido, tendida ahí, como muerta. Entonces se acerca para decirle al oído: “Hija, despierta, aquí estoy contigo, vuelve, por favor”.
La enfermera interrumpe para revisar los signos vitales de la paciente.
—Señora, váyase a descansar un poco a su casa, aquí estamos al tanto.
—Lo sé, pero no podría, ella se va a despertar en cualquier momento, eso dijo el médico, y no se preocupe, no estoy sola, afuera está una amiga de mi hija, gracias.
—Como usted diga, me llamo Aurora, por si necesita algo.
—Espere, no he tomado nada. Aprovecho que está aquí, voy por algo para beber de la máquina del piso, no tardo.
Elige el número 8 letra C que indica un café sin azúcar; una pequeña luz verde se enciende, el vaso desechable es colocado bajo el dispensador. Grecia espera para abrir la pequeña portezuela de plástico transparente, retirar el envase que apenas podrá sostener, de lo caliente que está, para luego dirigirse como malabarista por el pasillo. Al dar el primer sorbo se da cuenta de que pudo haber presionado cualquier botón porque la máquina, como si tuviera decisión propia, endulzó la bebida. No importa, necesitaba sentir algo en el estómago. Con todo y como odia estar en un hospital, no quiere apartarse de ahí.
Apenas se ha despegado del cuarto de Azucena, hospitalizada quién sabe hasta cuándo, y los nervios por regresar a su lado la hacen caminar más de prisa de lo que debería, tomando en cuenta el vaso caliente. Imagina el instante en que la joven regrese del coma y quiere, necesita estar a su lado.
Conforme va por el corredor tratando de apaciguar el líquido caliente que amenaza con desparramarse en cualquier momento, repasa el relámpago fatal, cuando Emilio Cervantes la llamó.
—Su hija no pasó la noche con la familia del señor Quiroga; sí fue de visita, pero un par de días antes. Que la vieron un tanto alterada. Luego salió porque tenía una cita, por cierto, con usted, doctora. Dijo que en un restorán y que se verían a las ocho.
Grecia siente que le cae encima todo el peso de los años que no estuvo a su lado. No se había percatado de hasta qué punto su hija necesitó tener una familia. A partir del internado empezó a gestarse la tragedia que ahora viven, es una herida abierta y no sabe de qué manera manejar el dolor; imagina fichas de dominó colocadas con estrategia: al impulsar la primera se desploman todas por inercia, una tras otra, mientras el abandono empieza a estrujarle el pecho.
No termina de entender las motivaciones que la llevaron a buscar a Julián, pero y él, ¿por qué no se ha comunicado? Claro, no sabe lo ocurrido, y quizás él sea responsable de esta tragedia.
No, se dijo reconociendo su parte, todo esto es resultado de las decisiones que tomamos; nunca creí que la vida me fuera a enfrentar a lo mismo que a mí me sucedió. Justicia divina, alguien podría decir.
Mientras, la mente de Azucena es un arroyo que no encuentra cauce. El canto de un río que la llama, ese sonido hipnótico, el fluir del agua, la tiene cautiva en un sitio de oscuridad, no hay imágenes, solo palabras dispersas que vienen y van, un murmullo constante y adormecedor. No hay necesidad de volver, así se está bien, todo queda en el olvido, porque en lo más profundo de su ser ella no desea recordar.
2. La espía
En la tierra antes considerada territorio romano, el reino de Hispania se encuentra debilitado por las continuas guerras, la peste, la hambruna y el asedio de las huestes inconformes con el reinado. Numerosos concilios pretenden limar las diferencias religiosas y la capital, Toledo, se ha convertido en un sitio que alberga la urbe episcopal y civil.
A modo de paliar el abatido gobierno, el consenso fue unánime, y aunque por heredad no le toca ser rey, el nominado se prepara para ser ungido con la corona real. Corre el año 710 d.C., los romanos han sido desterrados y los visigodos que llegaron desde el Mar Negro al sur de ese territorio, con miras a conquistar la Galia, pronto fueron expulsados por los francos. La estirpe de origen germánico se instaló entonces más al sur, en la península, donde desde hace varios cientos de años gobiernan y modifican leyes a su antojo.
Pasarán décadas para que los vikingos logren la hazaña que los visigodos no lograron: invadir la gran isla con su ejército denominado pagano y masacrar a todos los religiosos del monasterio de Lindisfarne, y con ello dar inicio a la gran época danesa.
El conde Olián, gobernador de Ceuta, última posesión bizantina del Norte de África y aliado del depuesto Akhila, es uno de los nobles cercanos a la corte. Hasta el momento y por motivos de conveniencia, ha mantenido su adhesión a la corte visigoda, pero sabe que, en caso de necesitar apoyo, no dudará en solicitar ayuda de la milicia musulmana para derrocar a quien será propuesto como rey de las Hispanias y en quien tiene, como muchos, muy poca confianza.
Sin embargo, el noble comanda una de las huestes encargadas de combatir a los moros en la frontera y sabe que debe lealtad al reinado, sea o no de su agrado quien ocupe el trono.
Muerto Wikita, el penúltimo rey visigodo, su hijo Akhila ii es quien debería ser ungido con el cetro real por la línea de sucesión patriarcal; sin embargo, debido al temor de que Akhila pudiera continuar con la política suave de su antecesor y por el peligro inminente de una invasión, después de interminables discusiones los fidelis regis o leales a la casa real, junto con el senado, y presionados por la imperiosa necesidad de conservar la tierra y la vida, eligen a Roderico, a quien tienen por el más apto dirigente y quien puede solucionar los constantes problemas de la zona. Consideran que por haberse formado en un castrum, su valentía lo avala, una cualidad garante para lograr la unidad de las distintas facciones en que se encuentra dividido el reino. Pensando en abolir el continuo asedio de los moros, el Concilio lo propone sin saber que esa supuesta valentía oculta un temple proclive al asesinato y a la crueldad.
Convidado a la coronación, el viudo conde Olián pide a su hija lo acompañe con el fin de que preste oídos a lo que puedan comentar los esbirros del nuevo rey; debe pasar inadvertida, pero estar atenta a cualquier indiscreción. Si como imagina, por vanagloriarse de su poder Roderico ha ventilado su estrategia, Flora bien puede servirle de espía.
Contrario a los planes del conde, tan pronto entran, las miradas se adhieren en la estampa de la joven; a sus dieciocho años muestra el porte de quien se sabe hermosa, camina con la seguridad de que a su paso el recinto se ilumina.
Por tratarse de un hombre mayor, el noble es conducido a una mesa aparte y Flora debe acompañar a las demás jóvenes que la reciben desplegando envidia.
La coronación se lleva a cabo en un clima de festejo por parte de pocos y de disgusto por la mayoría. La fiesta se prolonga durante varias horas en las que hay dispendio de licores y surtidas viandas para los convidados, el vino corre sin medida, mientras que las sobras son repartidas entre la tropa y los desperdicios lanzados a la calle donde los menesterosos aprovechan las miserias.
La tertulia aburre a la joven, departir con las insulsas damas de la corte la fastidia. Lo único que en verdad le pareció trascendente fue algo que comentaban los guardias apostados a la entrada del salón; se había aproximado con el pretexto de acariciar al galgo de pelaje oscuro echado muy cerca. Uno de ellos aseguraba la veracidad de la historia de la cueva o casa cerrada, un recinto tapiado por los romanos, quienes pusieron el primer cerrojo, nadie debe atreverse a abrirlo, está prohibido y quien lo hiciere también quedará expuesto a la maldición que inevitablemente caerá sobre el profanador. Cómo le gustaría a ella ver el tesoro que contiene ese espacio que algunos llaman sagrado. Con seguridad cientos de collares de perlas y tiaras con gemas preciosas, ocultos de la mirada ajena, resplandecen en la oscuridad iluminando rincones. Cualquier joven luciría aún más su belleza ataviada con una de esas alhajas; ella, por