Güemes. Alejandro C. Tarruella

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Название Güemes
Автор произведения Alejandro C. Tarruella
Жанр Документальная литература
Серия Los caudillos
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9789878303505



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decía: “A fin de que V. E. la destine a la sala del rey D. Fernando VII, con las que adornan su retrato”.

      Bartolomé Mitre, que encumbró a Castelli varias décadas después en la construcción de su historia liberal de ficción, explicó la actuación del salteño en la batalla de Suipacha: “Los ejércitos regulares no eran su teatro de acción, Güemes, enemigo de la disciplina, huía de ellos, así es que, salvo la batalla de Suipacha, a que concurrió por un acaso, no se ha hallado en ninguna de las grandes batallas de nuestra Independencia. Acompañó tan solo al ejército patriota hasta Potosí; y desde allí regresó a Buenos Aires, donde permaneció hasta 1813, mientras la revolución combatía en Huaqui, Cochabamba, Nazareno, Las Piedras, Tucumán, Salta, Ayohuma y Vilcapugio”. Mitre lo negó como hombre político de la historia, pero da un detalle que Castelli omite: Güemes participó de la batalla.

      Se intentó construir luego que Güemes se había quejado ante Castelli por no haber sido incluido en el parte al gobierno de Buenos Aires y se insistió en que ese hecho fue lo que llevó al abogado de la Junta a separarlo del ejército y a disolver su división. Sin embargo, este argumento suena bastante antojadizo y carece de los fundamentos y la documentación que lo avale.

      Güemes al parecer no reclamó jamás a Castelli el haberlo negado en su parte a la Junta. Sí le señaló que se avanzaba con lentitud en el movimiento de los soldados, lo que iba a permitir a los españoles reorganizarse. El capitán salteño sabía lo que desconocía Castelli, las leyes de la guerra. La respuesta centralista de Castelli consistió en retirar a Güemes del mando militar que había ganado en las batallas, y echarlo un 8 de enero. Lo confinó en Salta y enseguida, para proseguir con el desguazamiento que era un eje de la política porteña, disolvió la División de Salta, que conducía dispersando a sus soldados a otras divisiones. Una táctica clásica cuando se trata de destruir una construcción sólida y se precisa a sus soldados, aunque esos desatinos traen aparejadas derrotas.

      La división de las tropas de Salta y Tarija fue disuelta de inmediato, sus integrantes pasaron al Ejército de línea, y Güemes fue separado del ejército por Castelli y enviado de regreso a Salta como civil, negándose su rol militar.

      Güemes sabía que a los hechos a veces hay que producirlos y en otras ocasiones, hay que dejar que se acerquen a uno, aunque demanden caminar sobre lo inestable. El filósofo Soren Kierkegaard aleccionaba que “arriesgarse es perder el equilibrio, momentáneamente”. Y el salteño era un hombre de no asustarse ante la presencia de esos abismos que llegan y se van, si quien asiste a su riesgo, sabe que tienen la dimensión de un susurro.

      Cabeza de Tigre

      La Primera Expedición Auxiliadora al Alto Perú había sido el producto de la rebelión contrarrevolucionaria que encabezó Santiago de Liniers en Córdoba, ya que su primera misión fue aplastar el levantamiento. El que había sido el héroe de la Resistencia frente a las Invasiones Inglesas contaba con el reconocimiento popular y se opuso a la Primera Junta. Su beligerancia ponía en riesgo a un gobierno débil, que era también una respuesta a la Reconquista, ya que la Junta en su mayoría, expresaba un sentimiento probritánico.

      Esta expedición tenía como responsable al primer comandante, coronel Francisco Antonio Ortiz de Ocampo, nacido en La Rioja, Jefe del Cuerpo de Arribeños, con actuación sobresaliente en las Invasiones Inglesas. El teniente coronel Antonio González Balcarce era su segundo, y había sido reconocido por Liniers por su acción en Montevideo en 1807. Hipólito Vieytes, cuyo secretario era Vicente López, fue el comisionado de la Junta y Feliciano Chiclana, auditor. Mientras la rebelión se extendía, la Junta dispuso, el 28 de julio de 1810, detener y fusilar a sus responsables. El temor de Buenos Aires era la posible adhesión de zonas del Alto Perú a esa lucha que, además, era una reacción al puerto, que se percibía en ciertas zonas de la cultura política.

      Cuando la Junta reiteró su intención de no dejar vivos a los jefes de la rebelión, Manuel Moreno, hermano de Mariano, refiere que éste le expresó al designar a Castelli para disponer la muerte de Liniers y los complotados: “[…] espero que no incurrirá en la misma debilidad que nuestro General [Ortiz de Ocampo]; si todavía no se cumpliese la determinación tomada, irá el vocal Larrea, a quien pienso no faltará resolución; y por último iré yo mismo si fuese necesario”.

      Se llevó a los detenidos a Cabeza de Tigre, en Córdoba, y se preparó la ejecución para el 26 de agosto. Fueron inútiles los ruegos del Deán Funes que sabía que había una intención oculta detrás del castigo. En verdad, el fusilamiento iba a acabar con los responsables de la Reconquista. No en vano, Nicolás Rodríguez Peña era hermano de Saturnino, que espiaba para los británicos y acabaría huyendo del país. Y debido a que muchos soldados nativos se negaron a participar en el pelotón, según Federico Ibarguren, se llamó a 50 fusileros ingleses radicados en el país desde las invasiones, al servicio del ejército. En Buenos Aires, los Patricios (héroes en las invasiones) fueron desarmados en público, encarcelados y llevados a Potosí a perderse en los socavones y en las panaderías. En esa consideración entraban los hermanos Martín y Diego Pueyrredón, héroes de la Reconquista, que colaborarían con el jefe salteño en la lucha por la Independencia.

      Y dicho conflicto de alineamiento fue un “de ese no se habla” en esa etapa histórica, aunque estaba presente como un fantasma en la política nacional. Güemes era héroe ante los ingleses, tanto que el 7 de abril de 1808, Liniers lo había nombrado teniente de Granaderos del rey Fernando VII, título de honor. Su relación con los hombres de Buenos Aires, que desconfiaban de sus compatriotas de las provincias, iba a ser difícil. Fusilado Liniers, Ortiz de Ocampo fue desplazado por su negativa a condenar al héroe de la Resistencia y Castelli y González Balcarce quedaron a cargo de las fuerzas porteñas para liderar las luchas en