Rescates emocionantes. Lori Peckham

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Название Rescates emocionantes
Автор произведения Lori Peckham
Жанр Документальная литература
Серия
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9789877983845



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frente a él salió un grito apagado que casi era un sollozo.

      –Estoy aquí, papá. Justo aquí. Debes estar cerca de mí, porque puedo escucharte claramente.

      El corazón de los rescatistas se llenó de alivio. Ahora el problema era sacar al prisionero. Podían usar el hacha o el serrucho que habían llevado, pero Tim no se podía mover, así que podría ser peligroso usar esas herramientas filosas. Se necesitarían hachazos fuertes para cortar el árbol, y al hacerlo, una parte blanda podría ceder de repente y el hacha podría pegarle a Tim. Si el árbol caía demasiado pronto, Tim podría lastimarse más que con un hachazo. El serrucho presentaba dificultades similares.

      Había solo una salida razonable, y era usar una soga. Pero incluso esto tenía sus inconvenientes. ¿Cuán estrecho era el túnel dentro del árbol? Si los pedazos de la madera vieja sobresalían hacia el centro del árbol, la cuerda ¿llegaría hasta donde estaba Tim? El muchacho estaba muy cansado a esta altura, ¿podría agarrarse de la soga? ¿Podría encontrarla si la bajaban y esta no lo tocaba?

      El hombre más joven del grupo se ofreció para subir la soga al árbol. Luego, decidieron que debía ir un segundo hombre para alumbrar y prestar toda la ayuda que fuese necesaria. La haya estaba húmeda y resbalosa, y pasó algún tiempo hasta que el primer hombre llegó hasta la abertura y comenzó a bajar la soga.

      Finalmente, la cuerda tocó la cara mojada y entumecida de Tim que, tomándola con todas sus fuerzas, se agarró bien mientras era arrastrado hacia arriba. La rama en la que su ropa se había enganchado la tarde anterior ahora lo rasguñó mucho. Se había puesto contento la primera vez porque le amortiguó la caída, pero la subida fue muy diferente.

      Se preguntaba si sus piernas todavía estaban allí. Una vez que dejó el piso no podía sentirlas. ¿Podría volver a caminar? Pero lo principal en ese momento era salir del árbol, y para salir tenía que agarrarse bien, así que dejó de preocuparse y se concentró en sostenerse bien.

      –Tiren fuerte –suplicó con una voz cansada y ansiosa.

      ¡Eso! ¡Eso! ¡Arriba, arriba! Lo lograron. Lo bajaron con la cuerda hasta los brazos de su padre. Tim no se pudo contener más y se largó a llorar.

      El padre y los hombres se turnaban para transportar a Tim hacia su casa. Los primeros rayos del alba brillaban a través de las últimas nubes de la tormenta cuando los rescatistas cansados y el muchacho rendido llegaron a la casa.

      Bud y la mamá estaban pegados a la cama de Tim cuando llegó el médico. Él dijo que quince horas en un árbol húmedo y hueco, parado en una sola posición todo el tiempo, no era bueno para nadie. Pero que Tim era joven, y en pocos días podría sentirse como nuevo, ¡como si nada! Tim por un buen tiempo no quiso saber nada de la lluvia ni de árboles.

      Cuando más tarde Bud observaba cómo dormía Tim, recordaba que había pensado que Tim podría estar muerto y que había prometido solemnemente que, si Tim volvía a casa sano y salvo, sería un hermano más amable y considerado. Cuando la mamá y el papá entraron en puntillas en el cuarto, recordaron que habían orado para que Tim volviera a salvo, y que habían prometido a Dios y a sí mismos que harían todo de su parte para ayudar a Tim para convertirse en un buen hombre, si se salvaba y volvía con ellos.

      Al final de la tarde, Tim abrió los ojos y sonrió. De pie junto a su cama estaban el papá, la mamá y Bud, y cuando los vio a todos allí, recordó que debía ser mejor hermano e hijo, porque Dios había oído su clamor. Nadie dijo ninguna palabra acerca de lo que habían prometido, pero todos parecieron comprender lo que había en el corazón del otro.

      ¿Y el mapache? ¡Ah, sí! ¡Se escapó!

      Veintidós horas en el mar

      Kay Heistand

      El botecito se inclinaba peligrosamente sobre la cresta de una ola elevada. Calvin Swinson cayó de costado, pero al momento recuperó el equilibrio.

      Era un caluroso día de verano. Los tres alumnos de la secundaria, Calvin Swinson y los hermanos Ben y Bill Wade, habían estado trabajando en un barco camaronero durante sus vacaciones de verano. Después de una larga noche de trabajo arduo se habían ido a dar un chapuzón en las aguas saladas del Golfo y, ahora, estaban regresando al barco grande en un bote de cinco metros y medio.

      Entonces dieron contra otra ola. Esta tumbó el bote completamente y arrojó a los muchachos al agua.

      Calvin salió chapoteando y riéndose. Con todo el optimismo de sus 18 años aceptó el accidente con calma. Pero, su sonrisa desapareció cuando vio que el bote se había ido a pique. Los muchachos estaban fuera de la vista del barco camaronero y fuera de vista desde tierra firme. Y fue en ese momento en que se dieron cuenta de que no tenían chalecos salvavidas. De repente, la situación se volvió muy seria.

      Calvin era un excelente nadador, pero es difícil nadar o flotar en aguas turbulentas. Con enormes brazadas logró acercarse a los dos hermanos.

      –Será mejor que nos mantengamos juntos –gritó–. Así será más fácil que nos encuentre el barco.

      Bill y Ben estuvieron de acuerdo, pero decirlo era una cosa, y lograrlo era imposible.

      Calvin hizo todo lo posible, pero parecía que las olas maliciosamente intentaban separarlo de sus amigos. Ben y Bill se turnaban para ayudarse: uno flotaba mientras el otro lo sostenía para que descansara.

      Aunque Calvin luchó, no le quedó más remedio que mirar mientras sus amigos se alejaban de él.

      Al principio no se preocupó demasiado. No habían ido muy lejos del barco, y sin duda alguien notaría su ausencia y comenzaría a buscarlos. Sin embargo, luego se supo que todos los que estaban a bordo del camaronero se habían ido a dormir, cansados de la agotadora noche. Nadie descubrió durante muchas horas que los tres muchachos no habían vuelto de su paseíto. Para entonces, era demasiado tarde para encontrar algún rastro de ellos.

      Calvin siguió nadando, ¡e intentando mantenerse despierto! Le sobrevino un deseo abrumador de dormir, un gran anhelo de entregarse en los brazos de la inconciencia. Pero no bien se relajaba y se hundía en las verdes profundidades, los pececitos le mordisqueaban los dedos de los pies. El sobresalto lo asustaba y se despertaba, y comenzaba a nadar nuevamente. Posteriormente comentó que, para él, los peces fueron agentes directos de Dios, enviados para mantenerlo despierto.

      Calvin nunca había sido un muchacho particularmente religioso. Quedó huérfano de muy pequeño y fue criado por una tía anciana que casualmente lo había llevado a toda iglesia que estuviese cerca de donde vivieran. Sin embargo, de repente, allí, solo, rodeado por las vastas y desoladas expansiones del mar y del cielo, Calvin se puso a pensar en la vida. Su vida, y el propósito por el que habría sido puesto en esta tierra por 18 cortos años. ¡Y ahora parecía como si estuviese a punto de dejarla! ¿Cuál sería la razón que estaba detrás de todo eso? Calvin estaba tan cansado que ya no podía pensar más. No había más nada que hacer que tratar de seguir vivo y orar.

      Y ahí, flotando, nadando, hundiéndose en las aguas saladas del golfo de México, Calvin aprendió a orar. Aprendió a hacerlo, no con los labios, no por casualidad, sino con el corazón.

      El largo y caluroso día declinó, y Calvin perdió toda noción del tiempo. Al principio, la frescura de la oscuridad de la noche le trajo alivio del sol abrasador del día, pero pronto se heló y comenzó a temblar de frío. Ya tenía el cuerpo quemado por el sol; la piel de gallina lo torturaba.

      Flotaba lo más y mejor que podía, pero se había levantado viento en la costa del Golfo, como todas las noches, y las elevadas olas le llenaban la cara de sal y lo enceguecían.

      Sus ojos se cerraron. El bendito sueño lo llamaba, y se hundió a dos metros en las aguas acogedoras. Allí un dolor agudo en uno de los dedos del pie lo sobresaltó y lo despertó. ¡Una vez más un pez que lo mordisqueó le había salvado la vida!

      Dos