La memoria conmovida. Adalberto Bolaño Sandoval

Читать онлайн.
Название La memoria conmovida
Автор произведения Adalberto Bolaño Sandoval
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9789587462029



Скачать книгу

personal, o para retomar y redibujar lo acontecido en determinado espacio o tiempo, o porque la memoria, la ética, la vida o la necesidad artística así me lo exigen? Aquí las respuestas son, creo, todas al mismo tiempo y ninguna. Hablar de “definiciones” desde las Humanidades y desde América y el Caribe harían parte de un nuevo esencialismo. Ante ello: ¿será que expresarse desde “lo” americano lleva a lo que ha llamado Rodolfo Kusch “el miedo a ser inferior”? (1976). Y, por otro lado, o paralelo con ello, ¿podría concitarse para el crítico la obra de autores del Caribe colombiano un tipo de interpretación sin su trasfondo cultural, sin raíces o desde cierto “purismo” o misticismo redivivo? Estoy de acuerdo con Eduardo Grüner (en el prólogo a Foucault, 1995) acerca de la necesidad de afrontar la “domesticación de los textos” y adoptar una “estrategia de producción de nuevas simbolicidades, de creación de nuevos imaginarios que construyen sentidos determinados para las prácticas sociales” (p. 11). Así mismo, sobre las descalificaciones culturales (y críticas), retomo a Patricia D´Allemand en Hacia una crítica cultural latinoamericana (2001), cuando reprocha a algunos críticos que, por inercia en sus “hábitos de pensar coloniales”, no adelantaron una reflexión crítica acerca de América Latina y sus regiones en la búsqueda de la autodefinición cultural y la literatura latinoamericana, así como tampoco hacia un pensamiento autónomo y pluralista, pues se anclaron en los cosmopolitismos y universalismos teóricos provenientes de los centros metropolitanos, secuelas del colonialismo político y económico. En su artículo “Algunos problemas teóricos de la literatura hispanoamericana” (1975; 1995), Roberto Fernández Retamar expuso en su recorrido esas dicotomías entre el conocimiento colonizador y el propio con claridad, y luego de analizar si era necesaria una teoría literaria latinoamericana, consideró la necesidad de comprender el mundo, pero también frente a esa seudo-universalidad, proclamó utópicamente:

      Pensar nuestra concreta realidad, señalar sus rasgos específicos, porque solo procediendo de esa manera, a lo ancho y largo del planeta, conoceremos lo que tenemos en común, detectaremos los vínculos reales, y podremos arribar algún día a lo que será de veras la teoría de la literatura general (p. 134).

      Stuart Hall insinúa configurar una crítica desde el lugar de la enunciación —“Todos escribimos y hablamos desde un lugar y un momento determinados, desde una historia y una cultura específicas. Lo que decimos siempre está ‘en contexto’, posicionado […] vale la pena recordar que todo discurso está ‘situado’, y que el corazón tiene sus razones” (2010, p. 349)—, elemento que retoma Juan Moreno Blanco (2009) para indicar que la interpretación del sentido estará siempre relacionada “con la especificidad del sujeto de la interpretación, o, en otras palabras, con la situación del sujeto que hará uso de ese sentido en un contexto más o menos definido”, así como también se hará teniendo en cuenta la anexión de las agendas históricas e ideológicas a las que contribuye el “sujeto situado” en una comunidad específica de enunciación e interpretación que “se pregunta de dónde viene el conocimiento, a quién sirve y cuál es su inserción en una geopolítica del conocimiento” (Moreno Blanco, p. 239).

      A este respecto, la propuesta de Moreno Blanco tiene correspondencia con las miradas caribeñistas como las de la crítica Mónica del Valle Idárraga (2011) y las expuestas por muchos críticos y creadores del Caribe, quienes proponen que la expresión artística y literaria de esta zona —partiendo quizá de Hall, pero más que todo de Frantz Fanon y de Aimé Cesáire— revela en su búsqueda los sustratos identitarios autónomos de las islas del océano Atlántico y del Caribe desde los años cincuenta, atendiendo las especifidades locales y los desafíos de género y escritura. Como parte de ello, del Valle Idárraga (2015) ha señalado cómo, en la actualidad, existe un trabajo crítico literario exploratorio sobre el Caribe colombiano que ha ido “configurando una noción de lo caribeño colombiano”, pero que, sin embargo, pudiera estancarse “si no se transforman las bases y supuestos en el área”, al encontrarse “viciadas por el sesgo particular de la teoría y la práctica en el campo” (p. 26), entre otros, por préstamos acríticos y modelos importados inadecuados, vaciados y viciados de sentido, con actitudes ateóricas y apolíticas, de coristas (p. 27). Para del Valle, ello limita a “apreciar otros temas, otras producciones, otros ángulos de trabajo”, lo que resulta en que este tipo de crítica sesgada, sea la “responsable de los vacíos sobre el conocimiento de la región en lo que respecta a este renglón”. Son estas las razones — agrega— por las que no se “ha podido contribuir a presentar el Caribe colombiano (su literatura y su crítica misma) como un bloque con rasgos propios en el concierto en la crítica del Gran Caribe”, con sus propios referentes, para que sean resistentes y contrasten y debatan con propiedad los problemas propios frente a los variados frentes idiomáticos del Caribe e hispano (p. 26).

      A partir de ello, no se quiere presentar un estudio que peque por mostrar la “esencialidad” o “esencialismo” de la obra mercadiana, pero sí que busque, antes que nada, dar a conocer, desde algunas perspectivas (¿trans, inter?) disciplinares, la obra de José Ramón Mercado. ¿Pensamiento complejo? ¿Eclecticismo? ¿Sincretismo? ¿Hibridismo? Me hace recordar lo que escribió Pablo Montoya (2009: XIII) y con lo que estoy de acuerdo: “El eclecticismo es quizá una de las mejores expresiones que definen la libertad analítica del crítico. Someterse a camisas de fuerza impuestas por algunas teorías especulativas es incómodo”. Mucho de ello tiene que ver con lo que propone dialécticamente Mijail Bajtin:

      Es necesario crear nuevas vecindades entre las cosas y las ideas que correspondan a su auténtica naturaleza; es necesario acercar y combinar todo lo que ha sido separado y alejado de manera falsa, y separar lo que ha sido acercado de manera falsa. A base de esa nueva vecindad de las cosas debe ser revelada la nueva imagen del mundo, penetrada de necesidad interior real (Bajtin, 1989, p. 321).

      Se quiere, antes que nada, encaminarla, mostrarla, pues la búsqueda de la crítica se fundamentaría en abrir su asedio hermenéutico para que valore y respalde la obra auténtica, ya que se quiere que no sea olvidada o restringida (aunque, también ¿por qué no considerar aquellas que no tienen tal grado de “autencidad” y originalidad, para guiar al lector?). A este respecto, las palabras de Frank Kermode (1988) brindan una claridad meridiana cuando sostiene que lo que importa es la obra comentada y no el análisis: “El éxito de la argumentación interpretativa como un medio de conferir o confirmar un valor no debe medirse por la supervivencia del comentario sino por la supervivencia de su objeto” (p. 103). Ello conduciría a dos objetivos: el que en el juego de interpretaciones se considere el valor permanente de la obra, su canonicidad y, también, su “modernidad perpetua” (p. 100).

      Se quiere, entonces, que la autoridad y la institucionalidad de la crítica se conjunten no para adoptar, según Bourdieu (1967), un “terrorismo del gusto” (p. 139) que no ejerza un chantaje intelectual ni que tampoco su autor actúe (tal vez ¿inconsciente o disolutivamente?) como sustentador de una ideología oficial, “universalista” o excluyente, o negativa (o todas juntas), sino que ejerza lo que denomina George Steiner una “política del gusto” (1989, p. 83), cuyo interés convendría en que los lectores (en caso de que sea una obra relevante) realicen reconocimientos y propagación de la obra, valorándola, confirmándola, y, como indica Bajtin arriba, “penetrada de necesidad interior real”.

      Por ello, además, la crítica ha de encontrarse enfilada hacia una mirada otra, sin desconocer la reflexión de otros lados, pero también dando cuenta de descolonizar y mostrar una visión más justa, a través de elementos críticos y teóricos propios que “invitan a apagar la lámpara de sabio, cerrar el folio apolillado o el manual y visionar” (del Valle Idárraga, 2011, pp. 165-181).

      Esperemos, pues, que se forme una política del gusto y una apertura de resignificación a la obra de Mercado, y a la de la literatura del Caribe colombiano, para que se constituyan otras miradas que reconozcan a un autor que muestra nuevos sentidos, nuevas significaciones, necesidades interiores propias, y, con ello, se replanteen otros horizontes para la poesía del Caribe, mucho más si entendemos por poética no solo las estrategias retóricas y de sentido inmersas en el texto artístico, sino, además, la expresión estética humana internalizada que transforma y motiva al autor mismo y a sus lectores mediante una forma expositiva original y novedosa. Mercado lo logra con creces.

      El