El primer engaño. Gerald Wheeler

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Название El primer engaño
Автор произведения Gerald Wheeler
Жанр Документальная литература
Серия
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9789877983418



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sobre este tema. Pero el Antiguo Testamento eran las Escrituras de Cristo y de la iglesia cristiana primitiva y, como veremos, el Nuevo Testamento está más en armonía con el Antiguo Testamento en su perspectiva de la muerte de lo que la mayoría está dispuesta a reconocer.

      El origen de la muerte

      El Antiguo Testamento describe la naturaleza o condición de la muerte solo brevemente, y menciona de manera sucinta su origen. En lugar de entrar en detalles, se limita a narrar una historia simple pero profunda, y luego permite al lector reflexionar sobre sus implicaciones.

      Después de que Dios creó a los primeros seres humanos, les dio un lugar especial para vivir: el Jardín del Edén. Todo en él les pertenecía, excepto una sola cosa. “Puedes comer libremente del fruto de cualquier árbol del huerto, excepto del árbol del conocimiento del bien y del mal. Si comes de su fruto, sin duda morirás” (Gén. 2:16, 17, NVI). Dios les había permitido el uso de cada parte de su buena creación, y solo estableció que no podían comer del fruto de un solo árbol; difícilmente algo que ellos no pudieran cumplir.

      Las Escrituras no entran en extensas explicaciones teológicas o científicas de lo que sucedió en el árbol del bien y del mal. El Génesis dejó mucho para que la revelación posterior desarrollara, y seguiremos sin conocer muchos detalles hasta que nos encontremos con Dios cara a cara.

      Génesis 3:1 dice que “la serpiente era el más astuto de todos los animales salvajes que el Señor Dios había hecho”. El autor bíblico no explica cómo un ser que formaba parte de una creación física a la que Dios gozosamente llamó “buena” (Gén. 1:31) podría volverse contra su Creador. Tampoco nos dice cómo y por qué llevó a la pareja humana, que se suponía que tenían dominio sobre ella, a la desobediencia. El Nuevo Testamento ofrece pistas sobre el accionar de una serpiente mayor, pero Génesis está más interesado en cómo la pareja se lanzó voluntariamente a la rebelión contra el Creador.

      La mujer (que todavía no ha recibido nombre) se encuentra con la serpiente un día.

      “¿De veras Dios les dijo que no deben comer del fruto de ninguno de los árboles del huerto?” (vers. 1), afirmó la serpiente.

      Por supuesto, el Creador nunca había dicho tal cosa. La serpiente utiliza una gran mentira para engañar a la mujer. Hace una distorsión tan grande en una dirección, que la mujer –sin darse cuenta– se balancea hacia el otro extremo en su esfuerzo por corregirla.

      “Claro que podemos comer del fruto de los árboles del huerto –contestó la mujer–. Es solo del fruto del árbol que está en medio del huerto del que no se nos permite comer. Dios dijo: ‘No deben comerlo, ni siquiera tocarlo; si lo hacen, morirán’ ” (vers. 2, 3).

      La mujer agregó elementos al mandato de Dios, haciéndolo más estricto de lo que era. La tergiversación por parte de la serpiente del mandato de Dios sembró en la mente del ser humano la posibilidad de hacer algo diferente de lo que su Creador les había pedido que hicieran. Si la pareja hubiera obedecido el mandato divino, habrían sabido lo que era confiar en Dios. En cambio, al escuchar a la serpiente y luego hacer lo que sugería, llegaron a conocer solo la desconfianza.

      La pareja humana comió la fruta prohibida, especialmente porque el fruto del árbol “era deseable para adquirir sabiduría” (vers. 6, NVI). El hombre y la mujer ansiaban sabiduría, pero solo obtuvieron vergüenza y miedo (vers. 7, 8). Nuestros primeros padres anhelaban ser dioses, pero solo causaron que la imagen de Dios –que ya poseían (Gén. 1:27)– resultara trágicamente dañada. Habían usado su libertad, parte de esa imagen, y la habían transformado en desobediencia y esclavitud al miedo y a la muerte. Habían pecado. El pecado conduce al desorden y al caos en todos los aspectos de la vida. Y la muerte es el desorden supremo.

      La muerte en el Nuevo Testamento

      Sin embargo, en el Nuevo Testamento se considera la muerte con mayor horror. Los discípulos gritan con miedo a la muerte durante la tormenta en el Mar de Galilea (Mat. 8:23-27; Mar. 4:35-41; Luc. 8:22-25). En Mateo 4:16 y Lucas 1:79 se emplea la frase “sombra de muerte” en un sentido negativo. Jesús resucita a los muertos pero llora por la muerte de Lázaro (Juan 11:35). Cristo se acerca a su propia muerte con angustia (Mat. 26:36-44; 27:46; Mar. 14:32-39; 15:34; Luc. 22:39-44). Los escritores del Nuevo Testamento elaboran más completamente la idea de que Dios no creó a la humanidad para morir. La muerte nos acecha por el pecado humano y la falta de obediencia: “La paga que deja el pecado es la muerte” (Rom. 6:23). Adán fue el causante de traer la muerte sobre la raza humana (Rom. 5:16, 18; 1 Cor. 15:21), y finalmente ella se cierne sobre todos (Heb. 9:27). El Nuevo Testamento también la vincula con el Juicio, especialmente el que deberán afrontar los impíos (Rom. 2:1-11; Apoc. 20:6; 21:8).

      Pero si bien la muerte no estaba en los planes iniciales, Cristo vino a traer la solución. Él revirtió la maldición que Adán infligió a la humanidad (Rom. 5:10) y obtuvo para nosotros la vida en lugar de la muerte (vers. 18). Su crucifixión destruyó “el poder del diablo, quien tenía el poder sobre la muerte” (Heb. 2:14). El Nuevo Testamento asocia estrechamente a Satanás con la muerte. Y mientras que el Antiguo Testamento conectaba al pecado con la muerte (Eze. 18: 4, 20), el Nuevo Testamento explica más detalladamente esa relación (Rom. 3:23; 5:12-21).

      Pero va todavía más allá: ve a Cristo como la solución a ambos problemas. Su muerte no solo nos trajo perdón por nuestros pecados, sino que también “destruyó el poder de la muerte e iluminó el camino a la vida y a la inmortalidad por medio de la Buena Noticia” (2 Tim. 1:10).

      A diferencia de la de los seres humanos caídos, la muerte no pudo retener a Jesús en su tumba (Hech. 2:24). Por su muerte y resurrección victoriosa, Cristo adquirió el derecho a ser “Señor de los vivos y de los muertos” (Rom. 14:9). Porque experimentó la misma muerte, hoy tiene “las llaves de la muerte y de la tumba” (Apoc. 1:18).

      Quizás lo más importante de todo es que el Nuevo Testamento reconsidera a la muerte dentro –ahora– del contexto de la victoriosa resurrección de Jesús. El adjetivo griego para “muerto” es nekrós. Setenta y cinco veces nekrós es el objeto de egeiro (“despertar”) o anastasis (“resucitar”). El Nuevo Testamento describe a Cristo como “el primogénito de entre los muertos” en el sentido de que fue el más importante en levantarse de la tumba (Col. 1:18; Apoc. 1:5). Incluso si llegamos a morir, la muerte no nos separa de Cristo (Rom. 8:38, 39). Así, Pablo puede comparar metafóricamente la muerte con estar “en el hogar celestial con el Señor” (2 Cor. 5:8), o afirmar que la muerte es “ganancia” (Fil. 1:21, RVR), y como “partir y estar con Cristo” (vers. 23).