Название | Las aventuras de Tom Sawyer |
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Автор произведения | Mark Twain |
Жанр | Языкознание |
Серия | Clásicos |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9786074570298 |
Las aventuras de Tom Sawyer
Las aventuras de Tom Sawyer (1876) Mark Twain
Editorial Cõ
Leemos Contigo Editorial S.A.S. de C.V.
Traducción: Benito Romero
Edición: Mayo 2021
Imagen de portada: Bureau of Engraving and Printing. Designed by Bradbury Thompson
Prohibida la reproducción parcial o total sin la autorización escrita del editor.
Prefacio
La mayoría de las aventuras escritas en este libro, realmente ocurrieron; una que otra fueron experiencias que yo mismo viví, el resto son las que mis compañeros de clase tuvieron. Huck Finn es un personaje sacado de la vida real, Tom Sawyer también, pero no sólo de un individuo, sino también de una combinación de características de tres muchachos que conocí y, por lo tanto, pertenecen al orden compuesto de la arquitectura.
Las raras supersticiones que se tocan eran predominantes entre los niños y esclavos en el oeste en el momento histórico en que se relata esta obra, quiero decir, hace como 30 o 40 años.
Aunque mi libro tiene la intención de entretener a niños y niñas, espero que no sea rechazado por hombres y mujeres, pues parte de mi plan es tratar de recordarles de manera placentera a los adultos lo que una vez fueron y cómo se llegaron a sentir, cómo pensaban y a hablaban y qué clase de increíbles aventuras vivieron.
El autor
Hartford, 1876
I
—¡Tom!
Silencio.
—¡Tom!
—¡Dónde andará metido ese chico!... ¡Tom!
La anciana se bajó los anteojos y miró, por encima, alrededor del cuarto; después se los subió a la frente y miró por debajo. Rara vez o nunca observaba a través de los cristales a cosa de tan poca importancia como un chiquillo; aquéllos eran los lentes de ceremonia, su mayor orgullo, construidos por ornato antes que para servicio, y no hubiera visto mejor mirando a través de un par de mantas. Se quedó un instante perpleja y dijo, no con cólera, pero lo bastante alto para que la oyeran los muebles:
—Bueno, pues te aseguro que si te echo mano, te voy a...
No terminó la frase, porque antes se agachó dando estocadas con la escoba por debajo de la cama; así es que necesitaba todo su aliento para puntuar los escobazos con resoplidos. Lo único que consiguió desenterrar fue al gato.
—¡No se ha visto cosa igual que ese muchacho!
Fue hasta la puerta y se detuvo allí, recorriendo con la mirada las plantas de tomate y las hierbas silvestres que constituían el jardín. Ni sombra de Tom. Alzó, pues, la voz a un ángulo de puntería calculado para larga distancia y gritó:
—¡Tú! ¡Toooom!
Oyó tras de ella un ligero ruido y se volteó a punto para atrapar a un muchacho por el borde de la chaqueta y detener su vuelo.
—¡Ya estás! ¡Que no se me haya ocurrido pensar en esa despensa!... ¿Qué estabas haciendo ahí?
—Nada.
—¿Nada? Mírate esas manos, mírate esa boca... ¿Qué es eso pegajoso?
—No lo sé, tía.
—Bueno, pues yo sí lo sé. Es dulce, eso es. Mil veces te he dicho que como no dejes en paz ese dulce te voy a despellejar vivo. Dame esa vara.
La vara se cernió en el aire. Aquello tomaba mala pinta. —¡Dios mío! ¡Mire lo que tiene detrás, tía!
La anciana giró en redondo, recogiéndose las faldas para esquivar el peligro, y en el mismo instante escapó el chico, se encaramó por la alta valla de tablas y desapareció tras ella. Su tía Polly se quedó un momento sorprendida y después se echó a reír bondadosamente.
—¡Diablo de chico! ¡Cuándo acabaré de aprender sus mañas! ¡Cuántas jugarretas como ésta no me habrá hecho, y aún le hago caso! Pero las viejas bobas somos más bobas que nadie. Perro viejo no aprende gracias nuevas, como suele decirse. Pero, ¡Señor!, si no me la juega del mismo modo dos días seguidos, ¿cómo va una a saber por dónde irá a salir? Parece que adivina hasta dónde puede atormentarme antes de que llegue a montar en cólera, y sabe, el muy pillo, que si logra desconcertarme o hacerme reír, ya todo se ha acabado y no soy capaz de pegarle. No, la verdad es que no cumplo mi deber con este chico; ésa es la pura verdad. Tiene el diablo en el cuerpo, pero, ¡qué le voy a hacer! Es el hijo de mi pobre hermana difunta, y no tengo entrañas para golpearlo. Cada vez que lo dejo sin castigo me remuerde la conciencia, y cada vez que le pego se me parte el corazón. ¡Todo sea por Dios! Pocos son los días del hombre nacido de mujer y llenos de tribulación, como dice la Escritura, y así lo creo. Esta tarde se escapará del colegio y no tendré más remedio que hacerlo trabajar mañana como castigo. Cosa dura es obligarlo a trabajar los sábados, cuando todos los chicos tienen asueto. Aborrece el trabajo más que ninguna otra cosa, pero, o soy un poco rígida con él, o me convertiré en la perdición de ese niño.
Tom se fugó, en efecto, y la pasó en grande. Volvió a casa con el tiempo justo para ayudar a Jim, el negrito, a aserrar la leña para el día siguiente y hacer astillas antes de la cena, pero, al menos, llegó a tiempo para contar sus aventuras a Jim, mientras éste hacía tres cuartas partes de la tarea. Sid, el hermano menor de Tom, o mejor dicho, hermanastro, ya había dado fin a la suya de recoger astillas, pues era un muchacho tranquilo, poco dado a aventuras y travesuras.
Mientras Tom cenaba y escamoteaba terrones de azúcar cuando la ocasión se le ofrecía, su tía le hacía preguntas llenas de malicia y trastienda, con el intento de hacerlo picar el anzuelo y sonsacarle reveladoras confesiones. Como otras muchas personas, igualmente sencillas y candorosas, se envanecía de poseer un talento especial para la diplomacia tortuosa y sutil, y se complacía en mirar sus más obvios y transparentes artificios como maravillas de artera astucia.
Así, le dijo:
—Hacía bastante calor en la escuela, Tom, ¿no es cierto? —Sí, señora.
—Muchísimo calor, ¿verdad?
—Sí, señora.
—¿Y no te entraron ganas de irte a nadar?
Tom sintió una vaga escama, un atisbo de alarmante sospecha. Examinó la cara de su tía Polly, pero nada sacó en limpio. Así que contestó:
—No, tía... no muchas.
La anciana alargó la mano y le palpó la camisa.
—Pero ahora parece que no tienes demasiado calor.
Y se quedó tan satisfecha por haber descubierto que la camisa estaba seca sin dejar traslucir qué era aquello que tenía en la mente. Pero bien sabía ya Tom de dónde soplaba el viento, así que se apresuró a parar el próximo golpe.
—Algunos chicos nos estuvimos echando agua por la cabeza. Aún la tengo húmeda. ¿Ve usted?
La tía Polly se quedó mohína, pensando que no había advertido aquel detalle acusador, además le había fallado un tiro. Pero tuvo una nueva inspiración.
—Dime, Tom, para mojarte la cabeza ¿no tuviste que descoserte el cuello de la camisa por donde yo te lo cosí? ¡Desabróchate la chaqueta!
Toda sombra de alarma desapareció de la faz de Tom. Abrió la chaqueta. El cuello estaba cosido, y bien cosido.
—¡Diablo de chico! Estaba segura de que habías faltado a clase y de que te habías ido