Название | En sayos analíticos |
---|---|
Автор произведения | Alberto Moretti |
Жанр | Философия |
Серия | |
Издательство | Философия |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789874778123 |
20 Cfr. Black (1946).
21 Cfr. Carnap (1938).
22 Especialmente cuando el lenguaje es lugar inicial de la reflexión filosófica y, por tanto, no se considera sobre la base de alguna posición filosófica previamente explicitada.
23 Un modo “semántico” de aproximarse a este enfoque lo ofrecería una caracterización conjuntística de las condiciones de verdad de las oraciones que sólo otorgara una función instrumental a los axiomas sobre términos singulares y predicados.
24 Esto no implica que los entes o los hechos que se reconozcan en el mundo sean de naturaleza lingüística o estén constituidos por el lenguaje. Es compatible con eso pero, al respecto, sólo implica que sin la posesión de (cierto) lenguaje no podría creerse que existen. Implica tal vez, si se quiere hablar así, que la aparición de un mundo como totalidad (por ejemplo, de hechos) está constituida por el lenguaje como totalidad.
25 Hace veinticinco años Klimovsky me dio una copia de este artículo, autografiado con su segura caligrafía. Si él hubiese sido más propenso a escribir y difundir sus ideas, o yo no fuera tan reacio a la lectura, no habría demorado tanto en saber que pensaba estas cosas de las que he hablado. Y tal vez habríamos iniciado una bella conversación. Pero he llegado tarde. Un ejemplo menor de lo que hemos perdido.
T. M. Simpson: formas lógicas, palabras y cosas*
I
Puesto que nos hablamos acerca de la realidad, hemos tenido, recurrentemente, la cómoda expectativa de que las estructuras de nuestros enunciados sean una clave fundamental para comprender las estructuras de la realidad. Que esas formas lingüísticas, tal como las encontramos, o revisadas a la tenue luz de fulguraciones metafísicas, sean también formas básicas del mundo. Hacia fines del siglo XIX esa ilusión, remozada por nuevas teorías lógicas, renovó sus bríos. Formas lógicas, realidad y significado (en adelante: FLRS) recorre, con admirable claridad, penetración analítica y sensibilidad histórica, núcleos centrales de ese camino. Al hacerlo así, además, inició varias de las más importantes líneas de reflexión y entusiasmos filosóficos que encauzaron la incipiente filosofía analítica en lengua castellana, principalmente en nuestro país pero no sólo aquí. En esta ocasión sólo puedo hacer pocas y sesgadas puntualizaciones acerca de ese doble aspecto de este libro inaugural.
En los primeros capítulos, Simpson ayuda a entender por qué el álgebra lógica de De Morgan y Boole dio nueva vida a la silogística y a la tesis tradicional (Hegel incluido) sobre la relación predicativa (§§5, 6) y por qué eso no fue suficiente para revivir el proyecto leibniciano de una characteristica universalis que posibilite una mathesis universalis. Hizo falta que Frege y Peirce dieran un lugar central a los predicados relacionales en el análisis de las oraciones elementales y que Russell criticara exitosamente los argumentos de Bradley en contra de una metafísica de relaciones (§§4, 11) para que el sueño del cálculo conceptual generalizado pudiera volver a soñarse. Bajo la forma ahora de un atomismo lógico impetuoso (§8). Que tampoco fue suficiente para descansar, como se explica en los §§9, 10, 12 de FLRS. Un resultado básico de estos capítulos se resume así:
La creación de un nuevo simbolismo lógico puede explicarse por motivos diversos, entre los cuales ocupa un lugar fundamental el deseo de justificar formalmente los razonamientos intuitivamente válidos de la vida cotidiana y de la ciencia. Pero el logro de este propósito no ofrece una respuesta automática al otro problema, que ha constituido con frecuencia una motivación independiente: la de obtener una notación metafísicamente adecuada que refleje la estructura lógica del mundo. Como es obvio, la creación de un simbolismo metafísicamente adecuado requiere una respuesta previa a la pregunta: ¿cuál es la estructura de los hechos? (Simpson, 1964: pp. 84-85; 1975: p. 50).
En la tarea de comprender el nexo entre lenguaje y realidad no hay vía regia sino idas y vueltas por caminos diversos y precarios. Las “intuiciones” de validez y las “intuiciones” metafísicas son tan primarias y secundarias como puedan serlo los análisis lógico-semánticos de las oraciones.
Así pues, lo que sigue en esta historia y en los capítulos de FLRS es la discusión de una secuencia de esfuerzos que responden a objetivos más modestos que el de develar la correspondencia entre lenguaje y mundo. Atañen al análisis de vínculos posibles entre fragmentos de lenguaje, intenciones comunicativas y algo en la realidad (caps. III, VI, VII), o procuran teorías semánticas generales (cap. IV), o enfrentan problemas de la noción misma de lo que se quiere hacer en estos casos (cap. V). Y de su examen surge una impresión poco alentadora para empresas majestuosas: parece difícil que alguna propuesta de análisis de las oraciones que pretenden hablar de la realidad logre suficiente apoyo como para considerar que revela estructuras de la propia realidad (bajo el supuesto de que estas no dependen de aquellas) o, por lo menos, suficiente apoyo como para descartar alternativas visibles. Desembocamos de esta manera en preguntas de apariencia menos pretenciosa, diferentes aunque estrechamente relacionadas. Pero, aun así, sin respuesta sencilla. Por una parte: si una oración es acerca de algo ¿cómo saber acerca de qué es?, ¿algo en su forma lo revela? Por otra: ¿habrá algún modo de hablar cuyo análisis permita concluir que quien lo emplee debe creer que ciertas entidades existen?
La primera es el tema explícito del capítulo final de FLRS. Pero también es el medio por el cual, con agilidad envidiable, se retoman varios de los principales temas que vertebran el largo recorrido efectuado. Son muchas las incitaciones y las claves de análisis que allí se exponen. No es menor la implícita desambiguación de la inocente pregunta: ¿acerca de qué habla una oración? Escindida en ¿acerca de qué pretende hablar quien, en cierto contexto, la usa?, ¿acerca de qué nos hace hablar el uso de una oración?, ¿qué tiene que existir para que una oración sea verdadera?, ¿y para que sea o bien verdadera o bien falsa?, ¿y para que sea significativa? Esta riqueza excede las posibilidades de mínima justicia en la presente circunstancia, excepto la de proponer la lectura atenta y meditada del capítulo IX.
La tarea propuesta por la segunda pregunta, formulada en el §51, puede resumirse como la búsqueda de criterios de compromisos ónticos generados por el uso del lenguaje. Y Quine es su profeta. En el capítulo VIII, dedicado al tema, Simpson recuerda que Quine ha sostenido que este problema tiene solución directa cuando se lo plantea respecto de un lenguaje común regimentado. Esto es, respecto del lenguaje que se obtiene cuando se hace la hipótesis interpretativa de que la estructura lógica de cierto lenguaje común (o de un fragmento suyo) está bien representada por la estructura, formalmente definida, de alguno de los sistemas sintácticos que los lógicos llaman ‘lenguajes formales’. A través de esa intermediación puede también darse una respuesta, por fuerza tentativa, respecto del lenguaje de partida (donde reside el problema importante). Es apropiado notar ahora que, al menos inicialmente, la interpretación de las palabras “no lógicas” del lenguaje regimentado es herencia del lenguaje común. En opinión de Quine, el lenguaje formal que ha de usarse en estos casos es el de la lógica cuantificacional extensional de primer orden. El principal motivo de esta elección recae en la tesis de que ese es el límite de la lógica. Esto es decir, aproximadamente, que los lenguajes formales más complicados dependen de consideraciones que no tienen aplicabilidad universal o no tienen suficiente garantía conceptual. La marca decisiva la pone el teorema que establece que más allá de la lógica de