Название | En sayos analíticos |
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Автор произведения | Alberto Moretti |
Жанр | Философия |
Серия | |
Издательство | Философия |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789874778123 |
Hacia 1810, mientras creaban la universidad moderna, los alemanes iniciaron con el nombre “filosofía” una actividad del tipo aludido (o al menos produjeron un hecho cultural decisivo para su consolidación y desarrollo) y propusieron, más o menos implícitamente, un sentido para ese rótulo, actuando como si ese sentido determinara esa actividad. Generaron, sin embargo, un uso de “filósofo” que puede mantenerse al margen de las variaciones del sentido que se quiso dar a ese nombre en esa época y en épocas posteriores. Esta caracterización mínima, casi extensional, dada por el uso comunitario, es la de persona oficialmente considerada como “filósofo” o, por lo menos, como capacitada para aplicar cabalmente esa palabra.1 En última instancia, persona que ha obtenido cierto título profesional universitario o es reconocida como colega por quienes obtuvieron ese título.
Las profesiones se caracterizan por un conjunto más o menos difuso de reglas que establecen sus objetivos, métodos, supuestos y criterios de evaluación de su ejercicio y de los eventuales productos de ese ejercicio, dando por resultado una práctica normalizada. La filosofía profesional universitaria tuvo uno al nacer y con eso, y con tiempo, reformó la connotación común de “filosofía” y sobre todo de “es (un) filósofo”. Se presentó, además, como búsqueda de conocimiento. Cuando una profesión tiene entre sus objetivos principales la formación de creencias especiales llamadas conocimientos, esas reglas están encargadas de suministrar criterios que permitan resolver en general la cuestión de cuándo una creencia alcanza ese rango privilegiado.
A partir de consideraciones como las que anteceden Eduardo Rabossi presenta una contribución “a las controversias acerca de la índole del filosofar y de la condición de la filosofía” (Rabossi, 2008: p. 11) para ayudar “a que las discusiones corrientes acerca de la filosofía y el filosofar cambien de tono y de contenido” (p. 17). ¿Cuál es esa contribución?: “comprender cómo de hecho concebimos, practicamos y valoramos la filosofía” (p. 18) sin partir de una caracterización normativa del filosofar y la filosofía, con miras a alentar el intento de “inaugurar una manera distinta de pensar la filosofía” (p. 213). Específicamente sostiene: (1) “lo que concebimos, practicamos y valoramos como filosofía es una disciplina joven: sólo cuenta unos doscientos años de edad” (p. 13); (2) los dos mil quinientos años que se le atribuyen forman parte de la invención moderna de lo que ahora concebimos, practicamos y valoramos como filosofía; (3) “la filosofía, qua disciplina, es anómala, anormal” (p. 13). La clave de su trabajo radica, en primer lugar, en el desentrañamiento de las condiciones impuestas a la filosofía entendida como disciplina profesional universitaria, lo que Rabossi llama el Canon y, en segundo lugar, en la tesis de que la naturaleza del Canon implica la imposibilidad de que “nuestra” filosofía llegue a ser una disciplina normal, esto es: el Canon fracasa como canon, “nuestra” filosofía no es una disciplina profesional en el mismo sentido en que las ciencias lo son.2 Según parece, entonces, sería prudente imaginar o restaurar un sentido para “filosofar” diferente del que nuestras instituciones, en particular las universidades, implícitamente le adjudican.
El tema, aún acotado a los parámetros que Rabossi utiliza, es enorme. La riqueza de sugerencias, variaciones y discrepancias convocada por la tersa prosa de su libro tampoco es manejable en estas páginas. Aquí sólo se discutirá, hasta cierto punto, el argumento central arriba bosquejado, tratando de conservar el tono que él eligió para el debate.
II
Cuenta Rabossi. Tal como Kant lo propusiera, la filosofía surgió en la universidad diseñada por Wilhelm von Humboldt como una disciplina autónoma, secular, dedicada al ejercicio de la razón y a la búsqueda de la verdad. Y con el ímpetu del idealismo alemán apareció institucionalmente para ocupar el papel de ciencia fundamentadora del conocimiento científico. Una disciplina merecedora de ocupar un lugar dominante en la universidad: la Facultad de Filosofía. Esta institucionalización dio nueva forma a la práctica filosófica, generó al filósofo profesional, incluyendo la imposición de un lenguaje técnico, la creación de las primeras revistas especializadas, la fundación de asociaciones filosóficas, la convocatoria a reuniones de filósofos y la decantación de una preceptiva específica: el Canon. A mediados del siglo diecinueve el idealismo, a cuyo abrigo nació la facultad de filosofía, perdió vigencia y dejó a su disciplina universitaria sola frente a la consumación del proceso de ruptura entre las ciencias empíricas y la filosofía. Para colmo, en medio del éxito social de los científicos profesionales, requeridos por las nuevas industrias, que reforzaba su insubordinación ante la débil legalidad filosófica. Relegada de facto a ser una disciplina profesional más, ella, en cuyas razones estuvo la legitimidad de las otras, debía ahora, para sobrevivir, justificarse ante la comunidad científica. Era el momento del Canon. En el estatuto del filosofar legítimo residía la responsabilidad de la autonomía profesional, el sostén de la Facultad de Filosofía.
Pero la primera misión de un canon profesional es garantizar una práctica normal,3 un desarrollo de la disciplina donde pueda encontrarse suficiente consenso sobre objetivos, problemas propios, métodos aceptables, modos de evaluar proyectos y productos y criterios para resolver desacuerdos. Hacer de una disciplina una profesión. Básicamente, sostiene Rabossi (2008): “los cánones científicos cumplen su misión legitimadora tratando de maximizar el acuerdo comunitario” (p. 90). Sin embargo, recuerda: “Como bien sabemos […] La vida de la filosofía es tumultuosa y atípica. Lo mejor que puede decirse de la filosofía, como disciplina, es que es anómala, anormal” (p. 64). E identifica “la anomalía disciplinal de la filosofía con la falta de consenso más o menos amplio y permanente, la existencia de problemas crónicos y la persistencia de querellas insuperables” (p. 82). Cuando hay algo parecido a una práctica filosófica normal que abarca regiones amplias eso responde a factores extrafilosóficos como los que derivan de la distribución desigual de poder político-económico, pero en los últimos siglos nunca se ha visto una hegemonía plena. Hasta ahora han aparecido simultáneamente prácticas incompatibles y la experiencia también sugiere que ninguna puede mantenerse largo tiempo (Cap. 4). Y, fundamentalmente, Rabossi afirma que la causa de la anomalía no está en lo extraño de sus motivos, problemas y metas, ni en que se ocupa de cuestiones que provisoriamente quedan fuera de la posibilidad de recibir una respuesta definida, ni en diferencias insalvables de talante filosófico o de cosmovisiones generales basadas en formas de vida incompatibles, ni deriva de la dificultad en discernir los límites del pensar o del conocer, ni consiste tampoco en que aún no se ha encontrado el método correcto, ni, es de suponer, resulta de alguna combinación de estos factores. Nada de eso, en su opinión la causa se asienta en que “El Canon profesional está concebido de una manera tal que prohija la existencia de querellas insolubles” (p. 82), “Minimiza el acuerdo comunitario en vez de propiciarlo y maximiza la balcanización al incitar la producción de versiones alternativas, sin proveer criterios que permitan dirimir las oposiciones” (p. 90).4 Y bien ¿cómo actúa el Canon y dónde está?
El Canon “fija los límites dentro de los que es lícito moverse al caracterizar o definir lo que es y lo que no es filosofía […] las teorías y los sistemas filosóficos […] son sus versiones, es decir, las encarnaduras que genera la práctica teórica efectiva, las matrices teóricas que compiten para lograr establecer, digamos, una normalidad disciplinal de tipo kuhniano y constituirse en la versión canónica legítima” (p. 200). El Canon, pues, oficia de marco general para una hipotética definición filosófica de “filosofía”, y los sistemas y estilos profesionales efectivamente desarrollados en las instituciones deberían ser (en