Cómo vencer los temores y fortalecer la salud emocional. Enrique Chaij

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Название Cómo vencer los temores y fortalecer la salud emocional
Автор произведения Enrique Chaij
Жанр Сделай Сам
Серия
Издательство Сделай Сам
Год выпуска 0
isbn 9789877983296



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fortaleza espiritual ¿Y no es esto acaso lo que más necesita el alma turbada por el temor, o tensionada por el estrés? Por lo tanto, ¡ve al Señor confiadamente, y él aliviará tus cargas y fatigas!

       La angustia

      La angustia es la impotencia y la desesperación frente a una situación problemática que no se sabe cómo resolver. Es el temor que espanta ante un grave peligro o una amenaza de muerte. Es el dolor profundo del alma que busca un poco de paz espiritual. O es también la orfandad interior, que sobreviene por la pérdida de un ser amado.

      ¿Te ha tocado alguna vez sufrir estas formas de angustia? En tal caso, ¿cómo superaste tu dolor? ¿Seguiste algún consejo o alguna terapia en particular? Si ahora mismo estuvieras padeciendo algún grado de esta zozobra en tu ánimo, te ofrezco este ejemplo alentador:

      B. Whitelock, embajador inglés en La Haya, debía realizar una delicada tarea diplomática, en la que estaba en juego el prestigio de su país. Un desacierto en la argumentación, o una falta de prudencia en su comportamiento, podría comprometer seriamente a su gobierno. Así que la noche anterior a su importante entrevista le fue muy difícil conciliar el sueño.

      Y mientras el diplomático se movía nerviosamente en su cama, su asistente entró en la habitación para preguntarle cómo se sentía. Y el angustiado embajador le comentó cuán difícil se presentaba el horizonte. Entonces el asistente le dijo:

      –Señor, ¿puedo hacerle una pregunta?

      –¡Claro que sí!

      –¿No gobernaba Dios en el mundo antes de que usted naciera?

      –¡Indudablemente! –respondió el embajador.

      –¿Y no gobernará Dios bien el mundo cuando usted parta de él? –volvió a preguntar el asistente.

      –Así lo espero –fue la respuesta.

      –Entonces –terminó diciendo el asistente–, ¿no puede usted confiar en que Dios gobernará bien el mundo mientras usted viva en él?

      Tras estas palabras, el diplomático se dio vuelta en su cama, y en seguida se quedó dormido. Desapareció así la angustia que lo desvelaba. El asistente le hizo ver que no había razón para perder el sueño, y que por encima de los problemas humanos siempre hay un Dios que rige sobre los acontecimientos de la vida, y de cuya providencia podemos depender cada día.

      Sí, hay momentos cuando es imposible evitar la angustia. Pero cuando la angustia nos duele y nos atemoriza, es sabio recordar que podemos acudir a Dios en busca de ayuda. Así lo reconoció el rey David, cuando le dijo a Dios: “Tú eres mi refugio, me guardarás de angustia, con cantos de liberación me rodearás” (Salmo 32:7). Y más tarde escribió: “Este pobre clamó, y el Señor lo oyó, y lo libró de todas sus angustias” (34:6).

      Nuestro Padre celestial es el vencedor sobre todas nuestras angustias y aflicciones. Ante los peligros y los miedos de la vida, él nos da paz y protección. Así que nunca desesperemos, pensando que nos puede ocurrir lo peor. Más bien, digámosle a Dios con fe: “Tú eres mi refugio y mi fortaleza, mi Dios en quien confío” (91:2). ¡Él es nuestra salida para todas nuestras angustias!

       Los sustos

      Aquí estamos en presencia de otra cara del temor. Los sustos son inevitables, y dependen mayormente de factores externos a nosotros mismos. Un susto es una impresión repentina y pasajera de miedo. O dicho más claramente, es un temor repentino, imprevisto, intenso y fugaz.

      1) Es repentino porque se manifiesta súbitamente. No se elabora ni se gesta con el tiempo. Aparece en el momento menos pensado, y por los motivos más extraños: desde una laucha en el dormitorio o una gran araña sobre la cama, hasta un choque vehicular que sucede a nuestro lado.

      2) Es imprevisto, porque no se lo puede anticipar. Nadie puede imaginar que a cierta hora del día o de la noche padecerá de algún susto. Y aunque alguien afirme: “No gano para sustos”, con eso no podrá decir que necesariamente sabe que hoy sufrirá algún susto perturbador. Y esa imprevisibilidad es una ventaja, porque nos libra de cualquier morboso presentimiento o premonición.

      3) El susto también es intenso, por lo menos casi siempre. Algunos hasta se han muerto debido a la intensidad de un susto. Por eso, quien piense que es una “gracia” o “una broma ingeniosa” asustar a un compañero, piense más bien que se trata de una broma de mal gusto, o de una burla sin sentido. A menudo, un susto corta el aliento y hasta oprime el corazón. ¿Por qué entonces provocar intencionalmente estos efectos en perjuicio del prójimo?

      4) Por fin, todo susto es fugaz o pasajero. No suele durar más que un instante de variada extensión. No obstante, es como la breve descarga eléctrica, capaz de dañar y de matar. Por cierto, la persona asustadiza retiene por más tiempo el efecto del susto; y además es proclive a padecerlo con mayor frecuencia y por una causa más leve.

      ¿Cuáles son los motivos más comunes que te llevan a asustarte? ¿Es algún ruido de la noche? ¿Es la posibilidad de algún accidente de tránsito, parecido al que tuviste el año pasado? ¿Es que te asalten en plena vía pública, y eso te hace salir muy poco de tu casa? ¿O será que temes recibir alguna mala noticia sobre tu hijo ausente, o acerca de tu trabajo? En tal caso, es oportuno recordar las palabras del salmista bíblico, quien dice que el justo “no temerá las malas noticias, su corazón está firme, confiado en el Señor” (Salmo 112:7).

      En realidad, no importa cuál pudiera ser el motivo de nuestros sustos, la confianza en Dios y el encomendarse siempre a su cuidado paternal, es un modo eficaz de atenuar los efectos de un susto, y un modo también de ganar en fortaleza y valor. Así que, si alguna vez dijiste: “Casi me muero de susto”, ahora, pensando en la compañía protectora de Dios, podrás decir con gratitud: “¡Él me libró de un terrible susto!”

      Cuando alguna circunstancia negativa te asuste, eleva con fe tu pensamiento a Dios, y conservarás la tranquilidad del buen creyente. Y con tu fortaleza espiritual, podrás asistir y alentar al alma asustadiza que se encuentre a tu lado.

       Las fobias

      Esta es una faceta insólita del temor. Se trata del miedo desmedido, irracional y persistente (no siempre con la misma intensidad) hacia determinados lugares, objetos y circunstancias, que la persona rehúye y no puede tolerar, aunque reconozca que tal miedo es absurdo y desproporcionado. Por ejemplo, alguien que alguna vez haya sido mordido por un perro, puede con el tiempo generar una fobia hacia todos los perros, no importando el tamaño que tengan ni la raza a que pertenezcan.

      El mayor inconveniente de la persona fóbica consiste en encubrir su fobia. Le da cierta vergüenza que los demás se enteren de su problema. Pero con tal encubrimiento, más crece su debilidad, y menos ayuda puede recibir de los demás. Un hombre de mi conocimiento tenía terror ante la idea de viajar en avión. Nunca había hablado sobre el tema. Pero cuando le tocó la hora de volar, confesó su fobia. Como resultado, recibió el apoyo y el ánimo necesario para hacer su primer viaje en avión. Y le fue tan bien, que a partir de entonces disfruta de sus nuevos viajes aéreos. El haber confesado su problema fue gran parte de la solución.

      Diversas y diferentes

      Los especialistas han podido catalogar centenares de fobias diferentes, cada una de ellas con su nombre específico. Recordemos algunas de las más conocidas y frecuentes:

       Claustrofobia, el temor a los lugares cerrados. Podrá tratarse de un ascensor, un avión, un subterráneo, una habitación cerrada, o cualquier otro sitio donde la persona se sienta agónicamente encerrada. ¿Podemos imaginar cuántas limitaciones sufre quien padece esta fobia?

       Agorafobia, el temor a los lugares abiertos, de donde sea difícil escapar o esconderse. Impide concurrir a diversos espacios abiertos,