Название | Cómo vencer los temores y fortalecer la salud emocional |
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Автор произведения | Enrique Chaij |
Жанр | Сделай Сам |
Серия | |
Издательство | Сделай Сам |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789877983296 |
El salmista bíblico conocía tan bien esta verdad, que llegó a escribir: “Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Por eso, no temeremos, aunque la tierra sea removida, aunque se traspasen los montes al corazón del mar” (Salmo 46:1,2).
¿Notas el significado de estas gráficas palabras? Aun en medio de las peores desgracias y amenazas, podemos confiar en el Altísimo, quien “es nuestro amparo y fortaleza”. Con él, siempre tenemos más motivos para el valor que para el temor.
El origen del temor
Remontémonos a los comienzos de la humanidad. Allí nos encontraremos con la primera pareja matrimonial, creada a la imagen y semejanza de su Creador. Ambos eran seres perfectos, y ningún mal los afligía. No tenían la menor noción del miedo. Todo les resultaba agradable y apacible. Tanto de día como de noche, Adán y Eva se sentían igualmente seguros y felices.
El huerto del Edén era el sitio ideal para gozar de total bienestar. No se podía pretender un lugar mejor para vivir en plenitud. Pero un día –funesto día aquel–, contra todo lo esperado, marido y mujer desobedecieron las indicaciones de su Padre y Creador. Entonces la imperfección entró en aquellos corazones y en aquel hogar primero. Un extraño sentimiento de temor y culpabilidad se apoderó de Adán y su esposa. Y ambos se escondieron de vergüenza, porque no pudieron soportar la voz acusadora de su conciencia, ni la mirada profunda de Dios.
El relato veraz de las Escrituras afirma que “entonces oyeron a Dios, el Señor, que se paseaba por el jardín a la brisa del atardecer. Y el hombre y su esposa se escondieron de su presencia entre los árboles del jardín. Pero Dios, el Señor, llamó al hombre y le dijo: ¿Dónde estás? Y Adán respondió: Te oí andar por el jardín, y tuve miedo” (Génesis 3:8-10). Por primera vez en toda la historia humana se pronunció la palabra “miedo”. Y desde entonces esta sombría palabra se ha convertido en uno de los términos más comunes y punzantes del lenguaje universal. El miedo o el temor pinta un corazón intranquilo, una conciencia atribulada, una vida insegura...
La actitud de Adán y Eva, de haberse escondido por causa de su temor, fue parecida a la actitud del soldado que vivió escondido durante 18 años, según lo narramos al comienzo del capítulo. Pero Dios se acercó al escondite de Adán, y le preguntó con dolor: “¿Dónde estás?” Es decir, “¿Por qué te has escondido de mí? ¿Pensabas que no te encontraría? ¿Qué ganas con esconderte, cuando tú sabes que mis ojos jamás se apartan de ti?” Entonces comenzaron los pretendidos justificativos: Adán culpó a su esposa, y ella culpó a la serpiente por su desobediencia. Pero tales excusas no sirvieron para borrar el temor de sus corazones.
A tantos siglos de aquel primer temor, todavía hoy la conducta errada aleja del Creador y crea turbulencia en el corazón. Produce culpabilidad, autorreproche y temor a las consecuencias. Y junto con tales sentimientos, aparecen las excusas para cargar la culpa sobre otros. O tal vez, el alma huye y se esconde, como pasó con Adán y Eva, y con Caín después de matar a su hermano Abel. ¡Cuán huidizo es el espíritu humano para encubrir sus temores y sus culpas!
Huir sin provecho
En uno de sus memorables poemas, Víctor Hugo describe la angustia que sintió Caín después de asesinar a su inocente hermano Abel. Inmediatamente después de cometer el crimen, huyó a un sitio muy lejano y se acostó a dormir al pie de una montaña. Pero cuando levantó su vista al cielo vio un ojo fijo que lo observaba.
Entonces Caín huyó de aquel lugar, y se fue a un sitio más lejano todavía. Pero aun allí, sobre el horizonte vio al mismo gran ojo que lo miraba. Luego, construyó una tienda con pieles y se acostó debajo de ella; pero las pieles no pudieron ocultarlo de aquel ojo que lo perseguía día y noche. Finalmente, Caín se escondió en una cueva rocosa. Pero ni aun allí las piedras pudieron encubrirlo de ese ojo que le atravesaba el alma.
El poema de Víctor Hugo describe así la angustia de la conciencia acusadora del primer homicida. Por extensión, también señala el terror de quien huye de sus culpas y procura disimular sus caídas. Pero el que huye de sí mismo, corre inútilmente. Porque adondequiera que vaya, siempre llevará consigo su alma angustiada y perseguida.
Para entender mejor esta ausencia de paz interior, no necesitamos ir muy lejos. Bastará que nos observemos por un momento a nosotros mismos. Y allí, en el fondo mismo de nuestra conciencia, podremos descubrir el motivo de muchos de nuestros miedos. Por otro lado, quien intenta disimular sus incorrecciones, sin reconocerlas ni combatirlas, solamente conseguirá avivar sus temores. Así se sintieron Adán y Eva cuando se escondieron de Dios. Y mucho peor se sintió Caín después de matar a su hermano.
El encubrimiento de nuestros males nunca termina bien. En cambio, el valor para reconocerlos nos lleva a Dios quien, con su amor y su perdón, inunda de paz nuestro corazón.
Dolor y temor
Mientras el antiguo patriarca Job sufría “de una llaga maligna desde la planta del pie hasta la coronilla de su cabeza,... y tomaba una teja para rascarse con ella”, pronunció las sentidas palabras que describen el dolor de su cuerpo y de su alma. Dijo él: “El temor que me espantaba me ha venido, me sucedió lo que temía. No tengo paz, ni quietud, ni descanso; solo turbación” (Job 2:7,8; 3:25,26).
El sufrimiento histórico de Job descubre la realidad humana de todos los tiempos: la existencia universal de la adversidad. Y cuando el dolor es profundo, produce mayor tensión y desconcierto. Entonces nos preguntamos confundidos: “¿Por qué me tuvo que pasar esto? ¿Qué hice de malo para merecer esta prueba o esta enfermedad? ¿Por qué Dios la ha permitido?” Y con frecuencia la respuesta no aparece... Y en medio de la confusión mental y el sufrimiento físico, puede aumentar la angustia; como también pueden nacer la esperanza y la confianza en Dios. Tal fue la profunda experiencia de dolor, de temor y de fe que le tocó vivir al patriarca Job.
Job no tuvo a menos reconocer que le “sucedió lo que temía”. Quizá en un momento de su vida habrá presentido que alguna vez podría sufrir un golpe así. Y aunque esto pudo haber preparado su espíritu, igualmente cuando le llegó el infortunio, confesó con franqueza: “No tengo paz, mi quietud, ni descanso”. Durante un buen tiempo fue incomprendido por sus amigos y su propia esposa. Un hondo temor se apoderó de su alma, al pensar que su dolor no tendría fin.
Nació la esperanza
Pero mientras Job seguía sufriendo y temiendo, despojado de todos sus hijos y sus bienes, la esperanza fortaleció su corazón. Y confiadamente declaró: “El Señor dio, y él quitó. ¡Bendito sea su nombre!” (Job 1:21). Y más tarde, como expresión de absoluta confianza en Dios, él dijo: “Yo sé que mi Redentor vive, y que al fin se levantará sobre la tierra. Y después, revestido de mi piel, estando en mi cuerpo, veré a Dios. ¡Yo mismo lo veré! ¡Mis propios ojos, y no otro!” (19:25-27).
La certeza y la seguridad en Dios prevalecieron en el ánimo de Job. Tuvo temor y gran dolor, pero también tuvo una indeclinable confianza en Dios. Y superada su desgracia, hizo esta notable confesión: “Yo hablé de lo que no entendía, cosas tan maravillosas que no las puedo entender... De oídas te había conocido. Pero ahora mis ojos te ven” (42:3,5).
Después de su enfermedad y sus íntimos temores, el buen patriarca llegó a tener una comprensión más profunda del amor y del cuidado de Dios. Antes había conocido al Señor “de oídas”, pero luego tuvo una visión más esclarecida de lo que Dios significaba para su vida. Si antes Job había sido un hombre de fe, ahora pasó a ser un gigante ejemplar de espiritualidad y de amistad con Dios.
¿Te