Название | Dios de maravillas |
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Автор произведения | Loron Wade |
Жанр | Сделай Сам |
Серия | |
Издательство | Сделай Сам |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789877983326 |
Francisco me había advertido que no levantara los pies, sino que los deslizara, junto con los de él. Lamentablemente, cuando íbamos cruzando por la mitad del torrente, como las piedras estaban sumamente lisas y deseaba terminar lo más pronto posible con esa pesadilla, me apresuré y coloqué el pie delante del pie de Francisco. Donde quise pisar no había nada. ¡Era el fin! En ese momento me sentí caer por el salto. Grité con todas mis fuerzas, y casi al instante los dedos de Francisco se hundieron en mi brazo. Juan, que nos seguía de cerca, escuchó mi grito, y dejando caer la carga que traía –la cual se perdió por el precipicio– me sujetó por el brazo y gritó:
–¡Maza! [¡Deténgase!]
Yo temblaba como una hoja, al darme cuenta de cuán cerca estuve de ser víctima de este peligroso salto. Con mucha calma, Juan dijo:
–No levante el pie. Deslícelo por la parte donde está la piedra... despacio, despacio...
Como pude, fui deslizando el pie contra la corriente, centímetro tras centímetro. Ya otro de los cargadores había llegado para ayudarnos. Los tres hombres empezaron a alejarme del peligroso agujero. Juan y Francisco seguían diciéndome:
–Despacio, camine despacio –y así lo hice.
Movía los pies solamente cuando ellos movían los suyos.
Por fin, después de lo que me pareció una eternidad, alcanzamos la orilla. Cuando estuve a salvo una vez más, me di cuenta de que Joyce, Meme y Marjorie estaban llorando.
–Mamá Cott, creíamos que usted estaba muerta, ¡muerta!
–Dios está despierto –les dije con humildad.
Fue con cierto sentimiento de reverencia que nos acercamos a la aldea de Auca, el cacique que había recibido la visión. ¿Sería posible confirmar las historias que habíamos escuchado?
Al llegar, nos saludaron como era costumbre en esa región: los indios nos dieron la mano, nos abrazaron y soplaron amigablemente el aliento en nuestros oídos. Entonces nos preguntaron:
–¿Nos permiten ver sus Biblias?
La pregunta nos causó sorpresa. Era la primera vez que algún indio, al saludarnos, manifestara interés en ese Libro que significa tanto para nosotros.
Cuando les mostramos las tres Biblias que habíamos traído, sus ojos brillaron de alegría.
–Ustedes son nuestros misioneros –afirmaron.
–¿Cómo saben que somos misioneros? –les preguntó Alfredo.
–Auca dijo que ustedes traerían un libro negro del país que se llama Inglaterra; así sabríamos que había llegado la gente que esperábamos.
Abrimos las tapas de nuestras Biblias y comprobamos que, efectivamente, las tres habían sido publicadas en Inglaterra. Cerramos la Biblias con reverencia. ¿Sería posible que el Señor hubiera preparado a estas personas para nuestra llegada cuando nosotros aún éramos niños? Calculamos que Auca había tenido sus sueños alrededor de 1902.
Auca había muerto, pero su hijo, el cacique Promi, había instruido bien al pueblo. Esta era la aldea más limpia que jamás habíamos visitado. El vestido de la gente les cubría mucho más el cuerpo de lo que ocurría con otros indígenas que habíamos encontrado. Sus costumbres eran más higiénicas que las de otros nativos. Hasta olían a limpio.
Entre otras cosas, nos asombró enormemente su conocimiento de algunas palabras del inglés. Cuando les preguntamos dónde habían aprendido, nos contestaron:
–Auca nos enseñó. El ángel le enseñó a Auca.
Conocían bien en inglés ciertos términos bíblicos muy significativos, como Santa Biblia, aleluya, Nueva Jerusalén, Espíritu Santo, el cuerpo es un templo, Jesús, Padre Celestial, gran luz, Satanás, pesar y pruebas. Así, pudimos comunicarnos fácilmente mediante ese sencillo vocabulario de términos referentes a la Biblia.
El cacique Promi y los integrantes de la aldea nos guiaron hasta una casa limpia, blanqueada con cal.
–La hicimos para ustedes –nos dijo orgullosamente el jefe– Nos tomó muchos meses.
Aquella casa nos pareció prácticamente una mansión, y nos sentimos muy agradecidos por el privilegio de quedarnos por unas semanas en un lugar tan agradable.
Apenas habíamos abierto nuestras maletas para sacar ropa limpia, cuando unas muchachas de la aldea llamaron nuestra atención desde la puerta, aplaudiendo.
–Hermana, hermano, –nos llamaron.
Nunca antes en la selva se nos había llamado así. Cuando abrimos la puerta, ellas muy bondadosamente nos ofrecieron plátanos, papas y yuca. Nos impresionó gratamente ver que los tubérculos habían sido lavados y limpiados perfectamente, algo que los otros indios jamás hacían. Muchas de las tribus tenían miedo al agua, y algunos hasta creían que era venenosa.
–¿Por qué lavaron estas cosas? –pregunté a las muchachas.
Madelina, sobrina del cacique Promi, me contestó con una hermosa sonrisa:
–El ángel le dijo a Auca que debíamos lavar la comida. Limpio, limpio...
Cuando las jóvenes se fueron, le dije a Alfredo:
–¿Qué otras sorpresas encontraremos en esta aldea? Creo que debes anotar los incidentes que estamos viendo y oyendo. Debemos informar de esto a la Unión y a la División.
–Ya empecé a hacerlo, amor –respondió mi eficiente esposo.
Apenas habíamos terminado de comer, el cacique Promi apareció en la puerta, para informarnos que los indios estaban reuniéndose para celebrar un culto. Rápidamente recogimos el proyector, una sábana para la pantalla, la trompeta y el saxofón, y nos dirigimos hacia la iglesia, que estaba pintada de blanco. Al entrar, quedé maravillada al ver todo tan limpio, y observé que sobre la plataforma había un hermoso arreglo floral con orquídeas. Era la primera vez que veía flores en una iglesia en medio de la selva, pues hay tantas flores en los alrededores que los indios no se preocupan por hacer arreglos florales.
Colocamos la enorme sábana al frente de la sala. Al principiar la reunión, los indios cantaron un himno en inglés que yo no había escuchado jamás. Nos parecía música celestial. Las palabras cantadas con profundo sentimiento, eran algo más o menos así:
“Santo, Santo, Dios Todopoderoso. Amamos a nuestro querido Jesús. Anhelamos escuchar el canto de los ángeles algún día en la Nueva Jerusalén.
Alfredo invitó a Promi para que hiciera la oración. Cuando la gente se arrodilló, me fijé particularmente en los niños. Ellos se arrodillaron junto a los mayores con mucha reverencia, cubriendo sus ojitos con las manos. Durante la oración no escuché un solo ruido, solamente un coro de voces que repetía ordenadamente las palabras de Promi. La forma tan reverente en que lo hacían nos conmovió hasta lo más profundo de nuestra alma.
Después de que Alfredo tuvo las palabras introductorias, encendí el proyector y el primer cuadro apareció en la pantalla. Inmediatamente Madelina saltó sobre sus pies. Su rostro estaba enrojecido de emoción, y sus ojos brillaban mientras exclamaba con suma alegría:
–¡Eso es lo que mi abuelo dijo que los misioneros iban a mostrarnos! El cuadro en la pantalla era de Jesús y los ángeles.
El cuadro siguiente mostraba la mesa puesta delante de los santos en la Nueva Jerusalén.
–¡Ah! ¡Ah! –exclamó Promi. ¡Auca vio esa mesa muy, muy larga!
Más adelante, les mostramos un cuadro acerca de la creación de los animales. El esposo de Madelina, que era un gran cazador, dijo:
–El abuelo nos contó que cuando lleguemos