Dios de maravillas. Loron Wade

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Название Dios de maravillas
Автор произведения Loron Wade
Жанр Сделай Сам
Серия
Издательство Сделай Сам
Год выпуска 0
isbn 9789877983326



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en ocasión de su ungimiento, cuando tan solo un pequeño grupo de personas habría sido testigo del hecho, lo hizo de una manera tal que miles de personas llegarían a saber de su poder para bendecir y sanar.

      A la mañana siguiente, Mary se encontraba sentada nuevamente sobre el barandal de la casa, esperando a Harry. ¡Qué emocionante será contarle lo sucedido!

      Pronto, un taxi se detuvo frente a la casa; de él bajó su esposo y procedió a pagar al chofer. Cuando Harry la vio caminando y bajando las escalinatas para ir a su encuentro, apenas podía creer lo que veía. Desconcertado y feliz a la vez, la estrechó entre sus brazos, sin comprender aún lo que sus ojos estaban viendo. La había dejado moribunda; ahora la encontraba sana y llena de vida.

      Juntos caminaron hasta el barandal, donde se sentaron, y entonces le contó lo sucedido. Luego colocó en sus manos el cablegrama del pastor Beddoe.

      Lejos de enterrar a su esposa en Ciudad del Cabo, Harry Anderson gozosamente la condujo de vuelta a Angola, donde juntos dedicaron otros cinco años maravillosos de trabajo en favor de la gente de ese gran país.

      Harry Anderson murió en 1950, pero su esposa le sobrevivió hasta 1967, poco más de 40 años desde el día en que el Señor la levantó de una manera tan maravillosa.

      por Miriam Savage –1930

      Dios no olvida

      “Pero, mi amor, es imposible. Este año no podremos dar el sueldo de una semana como ofrenda para la Semana de Sacrificio".

      Muchos motivos me impulsaban a dirigir estas palabras a mi esposo. Esperábamos el nacimiento de nuestro hijo en no más de tres semanas, y aún me faltaba comprar muchas cosas esenciales para el niño. Por otra parte, nuestra reserva de alimentos empezaba a escasear. El sueldo de mi esposo, en su calidad de joven ministro de la Iglesia Adventista en Suecia, no era muy alto y, por lo general, apenas podíamos sobrevivir hasta el final de cada mes.

      Llegó la mañana señalada para recoger la ofrenda, y yo, sentada en la iglesia, comencé a discutir con el Señor. Una voz me decía: “Pruébame; no te desampararé”. Pero esto no era lo que yo quería oír. Estaba decidida: no podríamos dar esa ofrenda. Nuevamente escuché la voz: “Prueba al Señor”, y nuevamente dije ¡No! Por ahora no. Mi esposo conocía mi decisión. Mientras yo discutía así con el Señor, llegaron los diáconos con el platillo de la ofrenda. Cuando vi que se acercaban al banco donde yo estaba, escuché nuevamente la voz que me decía: “Pruébame”. Con verdadera molestia y automáticamente, saqué setenta coronas de mi cartera y las coloqué en el platillo.

      Pasó la semana y llegó el viernes. Ya no había más comida en casa, y faltaban tres semanas aún para el día de pago. Y, por supuesto, ¡el niño nacería antes de eso! Mi esposo y yo habíamos decidido no contar a nadie acerca del problema, sino esperar y ver qué haría el Señor.

      A las 6:30 de aquella tarde, mi esposo viajó a una isla cercana, donde tenía que predicar. A las 7:30, me alisté para irme a la cama. Antes de acostarme, me senté a comer el último bocado de pan que nos había quedado, humedeciéndolo con mis lágrimas.

      A las 8 de la noche sonó el timbre de la puerta. ¿Quién sería? Con cierto temor abrí la puerta, y allí estaba una mujer desconocida que traía una canasta en la mano. Pidió permiso para entrar. Tenía un rostro bondadoso y se parecía un poco a las fotos que he visto de la Hna. Elena de White.

      Después de presentarse, la señora me preguntó si podía pasar un momento a la cocina. Allí, quitó la toalla que cubría la canasta y comenzó a sacar las provisiones: pan, papas, mantequilla, frutas... Yo no podía entender cómo era posible que tanta comida saliera de esa canastilla. Y recordé los cinco panes y los dos peces que se multiplicaron para alimentar a cinco mil personas. Atónita, comencé a llorar de alegría. Luego nos arrodillamos, y entre sollozos expresé mi gratitud a Dios. Me sentía muy avergonzada por haber dudado.

      Quise saber cómo había dado la señora con nuestro hogar.

      –Llegué hoy de otra ciudad para visitar a mi hermano –me dijo–, y traje estos alimentos para él. Pero no los quiso recibir, insistiendo en que tenían suficiente. Oré silenciosamente –continuó diciendo– para saber qué hacer con mi regalo. Entonces una voz me dijo que debía buscar a la familia de un pastor que tenía necesidad. Busqué primero al pastor Swenson, pero él me aseguró que no tenía ninguna necesidad. Cuando insistí en que debía haber otra familia con una gran necesidad, él me sugirió que viniera para aquí.

      Pedí a la hermana que anotara su nombre y dirección en mi libro de visitas. Cuando se fue, abrí el libro para leer lo que había escrito, y descubrí entre las páginas un billete de veinte coronas. Este dinero fue más que suficiente para cubrir nuestras necesidades hasta que recibimos el siguiente cheque de la Asociación.

      Me sentí muy feliz, y a la vez avergonzada, cuando le conté el episodio a mi esposo esa misma noche. Ahora sé que en verdad podemos probar a Dios, y que él cumplirá fielmente sus promesas.

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