La muerte con silueta de mujer. Luis Calderón Cubillos

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Название La muerte con silueta de mujer
Автор произведения Luis Calderón Cubillos
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9789566107132



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sube.

      —¿Logras ver algo, González? —dice el inspector a su compañero.

      —Tome inspector —dice González y le pasa unos binoculares negros a su jefe, el que los recibe y no puede evitar una sonrisa, mientras trata de buscar un mejor ángulo para observar.

      —Buena, González, igual que en las películas con estos «anteojos larga vista» —dice el inspector.

      —Yo siempre listo jefe, ¿y cómo se ve? —dice González, orgulloso de sus aciertos.

      —Se ve tan bien que veo más de lo quería ver compañero —responde Víctor.

      —¿Cómo qué, jefe?

      —Como que estoy viendo al señor Alejandro Zañartu dentro de ese automóvil junto al administrador del restaurante, compañero —dice nuevamente el inspector.

      —¡Qué extraño! ¿Qué cree, inspector, que hagan ahí?

      —Nada bueno, como para esconderse tanto para hablar, ¿no crees tú, compañero?

      —Obvio que sí jefe, esto me huele a peligro —responde González.

      —Y se ven agitados, compañero, esto me huele a que algo se les fue de sus manos.

      —¿Quién está más agitado?

      —El dueño, o sea don Alejandro Zañartu.

      Unos minutos más tarde, sale el administrador del auto de su jefe y se dirige al suyo aparcado unos metros más arriba, inmediatamente don Alejandro emprende la retirada, raudo por la avenida Blanco Encalada en dirección al oriente.

      —¿A quién seguimos, jefe?

      —No, dejémoslo así, que todo caiga por su propio peso —responde Víctor Gutiérrez.

      —Entonces, nos devolvemos a buscar a Pacheco.

      El automóvil policial, que de policial no tenía nada ya que carecía de distintivos, por razones obvias, se dirigió a las afueras del restaurante «El gallo canta hasta morir», para recoger a Pacheco y saber alguna novedad de éste. Al llegar, se encontraron con su colega entumido de frío por el viento porteño, que a esa hora de la tarde empezaba a salir y causar estragos en los transeúntes.

      —Alguna novedad, Pacheco —pregunta el inspector.

      —Nadie sospechoso jefe —responde el aludido.

      —Jefe, me tinca que el administrador tiene mucho que contar en este libro —dice González.

      —Tengo un plan, vamos a entrevistarlo nuevamente y si se siente perseguido, su semblante lo delatará y quizás haga después algo incorrecto —dice Víctor Gutiérrez, el inspector.

      —¿Incorrecto, cómo qué? —pregunta Pacheco.

      —Como huir a la primera —responde Víctor.

      Los policías se apersonan al restaurante, preguntando inmediatamente por el administrador, los demás garzones le indican su oficina y se dirigen a ella, pero no lo encuentran, presumiblemente aún no ha llegado de su cita con el dueño, don Alejandro Zañartu.

      —¡Amigo Juan, si lo ve llegar dígale que la policía lo anda buscando! —dice Víctor al garzón que los atendió la vez anterior y que recordaba bien su nombre.

      —¿Tienen algún sospechoso inspector? —pregunta el garzón tímidamente.

      —Sí, lo tenemos y es el que menos se pensaba —contesta Víctor retirándose con sus compañeros.

      —¡Estamos así de agarrarlo! —dice Pacheco, haciendo un gesto con su mano, juntando el dedo índice con el pulgar, al momento de salir rápidamente al vehículo policial.

      La estrategia de Víctor cambio de improviso, no obstante, era casi la misma que tenía en principio la de sorprender al administrador. En este caso, cambió al quedarse un momento más a las afueras del restorán nuevamente camuflados, y pudieron verlo entrar y salir como se esperaba.

      Afortunadamente, por el momento, lo pensado se hizo realidad, ya que los policías pudieron observar como el administrador ingresaba al restaurante, y de improviso antes de que transcurrieran 20 minutos, sale rápidamente y se sube a su automóvil para marcharse en dirección desconocida. Los policías lo siguen a una distancia prudente para no llamar la atención del hombre, el que maneja a una velocidad cercana a la no permitida en el área urbana.

      Casi a la media hora de conducción, el administrador para su vehículo e ingresa a una casa de segundo piso en una villa de clase media alta, los policías se estacionan a un par de metros y esperan.

      Al rato, se ve salir al hombre rápidamente de la casa con una gran maleta y un bolso, se veía agitado y observaba para ambos lados al momento de subir a su automóvil, una de esas miradas la dirige al auto de los policías, pero por el reflejo de las luces al parecer no puede apreciar su interior.

      —¡Nos vio, jefe, parece! —dice González.

      —Ojalá no sea paranoico el hombre, aunque a esta distancia no se distingue si hay personas en el interior, no creo que se haya fijado con la rapidez que se fue —responde Víctor.

      El auto policial ahora sigue con ímpetu al auto sospechoso más todavía cuando se dirige a las afueras de la ciudad, internándose en la ciudad vecina, Viña del Mar, produciéndose una persecución propiamente tal, pero extrañamente el conductor del vehículo sospechoso aún no se daba cuenta.

      En minutos, logra llegar a un sector denominado Torquemada, donde el sospechoso ingresa por un zigzagueante camino hasta llegar a unas instalaciones, tipo hangares donde no se alcanza a ver a ninguna persona, al parecer es un lugar abandonado. Los policías llegan unos minutos después al lugar dejando estacionado su vehículo y avanzan a pie hasta lograr tener contacto visual con el administrador, que se encuentra en ese momento con otra persona, la que en ese instante le señala un aeroplano pequeño estacionado en una desértica pista, obviamente ese lugar es una especie de aeropuerto ubicado en medio de la nada. Los policías esperan que el sospechoso avance unos metros en dirección del aeroplano y comienza la carrera.

      —¡Alto, policía, deténgase! —grita Víctor corriendo.

      —¡Alto, en nombre de la ley! —grita también Pacheco y para sus adentros piensa que siempre quiso decir esa frase, rescatada de los programas policiales que veía en la tv cuando niño.

      El hombre corre a la puerta del pequeño avión, pero el piloto al ver la presencia policial no arranca, solo se queda mirando confundido, el otro hombre que estaba en tierra y al parecer el director de ese lugar, también se extraña y se limita a retroceder lentamente y levantar sus manos instintivamente.

      —¡Alto policía!

      El administrador del restaurante suelta las maletas y se queda parado con sus brazos caídos a lo largo de su cuerpo a un lado de la avioneta.

      —Señor, ¿cuál es su participación en el crimen de Sandra Rojas? —dice Víctor al llegar a su lado.

      —¡No fue idea mía, se lo aseguro! —responde el administrador y con esa frase ya se condena, porque está dando la razón a las sospechas de los policías. Solo tienen que hacerle creer al hombre que tienen pruebas suficientes para incriminarlo.

      —¡Cuando usted se reunió con Alejandro Zañartu esta tarde lo seguimos, y Alejandro cantó como un canario! —dice Víctor Gutiérrez.

      —¡Maldito viejo, él lo ideó todo! —dice con un hilo de voz el administrador.

      —¡Está detenido por la implicancia en el asesinato de Sandra Rojas! —dice Víctor Gutiérrez.

      —¡Acompáñenos! —dice González tomándolo de un brazo.

      Se llevan al hombre a la estación en el auto policial, mientras los sigue Pacheco conduciendo el auto del administrador. Una vez en el cuartel se procede con el interrogatorio del hombre para aclarar el crimen de la muchacha.