La muerte con silueta de mujer. Luis Calderón Cubillos

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Название La muerte con silueta de mujer
Автор произведения Luis Calderón Cubillos
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9789566107132



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de domicilios de los trabajadores.

      La primera es una compañera; Marjorie, quien manifiesta que su compañera Sandra, la occisa, era una mujer introvertida, muy quitada de bulla y se siente tremendamente conmovida por lo sucedido y que su amiga no merecía una muerte así.

      —¿Usted sabía de algún problema que haya tenido su amiga, de cualquier índole? Todo puede ayudar —pregunta el inspector Gutiérrez.

      —¡Que yo sepa no creo que haya tenido!

      —¿Ella, su amiga, tenía novio? —consulta el inspector.

      —No, mi amiga no tenía novio, sí varios pretendientes que no la dejaban nunca sola, tratando de hablar de lo que fuera con tal de estar a su lado —agrega Marjorie.

      —¿Ya, y en este turno nocturno habría algún pretendiente, como dice, que se destacara por ser más persuasivo?

      —Sí, Roberto era muy insistente, parece que estaba enamorado de verdad, pero ella lo quería solo como un amigo y se lo había hecho saber muchas veces.

      —Muchas gracias, Marjorie, si se acuerda de algo más llámeme, le dejo mi tarjeta.

      El carro policial emprende dirección a otro domicilio de esta gran ciudad, perdiéndose entre los recovecos del cerro lleno de casas, todas multicolores y de diferentes modelos, lo que hace especial al barrio, que ninguna casa se parezca o sea igual a la otra, ya en su pintura como también en la característica de que son hechas por sus propios dueños.

      En este barrio, en una calle determinada transitaba el carro policial buscando un número de casa, cuando los tres al unísono dicen: —¡Aquí es!

      Detiene el carro y en un momento se encuentran golpeando la puerta. Aún es temprano, son aproximadamente las 10.30 a.m. Por lo mismo, los moradores se encontrarán durmiendo y será fácil dar con ellos. En esa puerta los atiende una dama de unos 60 años, al parecer, se prestaba a hacer las labores diarias de su hogar, sale con un plumero en sus manos.

      —Buenos días, soy el inspector Víctor Gutiérrez y este es el detective Pacheco, aquí es el domicilio dado por Aníbal Reina en su trabajo, en el restaurante «El gallo canta hasta morir», queremos hacerle algunas preguntas.

      —Sí, aquí vive, soy su madre, ¿y de qué sería puedo saber? —responde preocupada la mujer.

      —No es nada malo, solo información, señora, no se preocupe.

      —¡Claro que me preocupo, si soy su madre! —responde la señora refunfuñando, mientras los hace pasar y llama a su hijo que se levante.

      Este hombre no era tan joven, se levanta de inmediato y sale al comedor donde se encuentran los policías, estos se percatan que tiene marcado un golpe en la parte superior de su frente y que casi le afecta a su ojo izquierdo.

      —Buenos días, usted es don Aníbal Reina y trabaja en «El gallo canta hasta morir», queremos hacerle unas preguntas sobre su compañera Sandra Rojas, quien apareció hoy muerta en el callejón de detrás del restaurante.

      —¡No puede ser! ¡Pero cómo! ¡No puede ser! —exclamó el hombre.

      —Necesito que me cuente todo lo pueda saber de ella, cómo era el trato, si era alegre, si tenía amigos, con quién se juntaba, etc.

      —Ella era tranquila, se veía normal, nada más que me haya fijado —responde Aníbal.

      —¿Algún novio o alguien que la esperara a la salida, alguien que la molestara?

      —No tenía novio, sí tenía muchos pretendientes, quizás por eso no tenía novio, no era fea.

      —¿Se acuerda de algún pretendiente más insistente? —pregunta Víctor.

      —Sí, Roberto era quien siempre estaba al lado de ella, los demás no tanto, pero si podían se le acercaban —comenta el interrogado.

      —Está bien, cualquier cosa que recuerde me llama amigo —le dice Víctor y le entrega su tarjeta.

      Posteriormente, el vehículo transita por las concurridas calles de ese cerro poblado de casas, de vez en cuando debe frenar por las salidas intempestivas de niños que cruzan la calle corriendo detrás de una pelota, esa escena se repite todos los días en esos sectores populares, debido a que no hay espacios abiertos para juegos, menos canchas deportivas.

      —¡El gobierno debería hacer algo al respecto! —comenta González, ya que él es el que siempre maneja el vehículo policial.

      —¡Sí, espera sentado, es más cómodo! —contesta Pacheco desde el asiento trasero.

      La patulla se detiene bruscamente frente a una dirección, los policías descienden y proceden a golpear en la puerta señalada con el número 1454.

      —¡Qué frenada, compañero, te la compro! —bromea Pacheco a González.

      —¡Yo soy así, Pacheco, un hombre rudo! —contesta González dando un portazo y caminando detrás, mientras ya el inspector Gutiérrez se encuentra esperando que abran la puerta.

      —¡Ya va, hombre, ya va! —se escucha la voz de un hombre desde dentro.

      —Buenos días, soy el inspector Víctor Gutiérrez y detectives Pacheco y González —los señala a ambos —. ¿Se encuentra Roberto Garrido?

      —Sí, claro, yo soy, ¿qué necesita? —el que responde es un hombre moreno, de aproximadamente 40 años, de estatura media, vestido con un buzo o tenida deportiva, aparte de eso en lo que más se fijó el inspector, que no tenía cara de trasnochado, por el hecho de trabajar continuamente turno de noche.

      —Nos indicaron que usted trabaja turno noche en el restaurant «El gallo canta hasta morir».

      —¿Así es por qué sería?, disculpe pasen adelante —el hombre los hace pasar al interior de su vivienda, la que se observa muy ordenada, da la impresión de que no hay nadie más en esa casa.

      —Anoche dieron muerte a una compañera suya en el restaurante, se trata de Sandra Rojas.

      —¡Sandra, no puede ser!, ¡Pero cómo! ¡Si ayer trabajamos juntos! ¿Y qué paso?

      —En el callejón de atrás del restaurante fue encontrada muerta, ahora queremos saber si usted como compañero de trabajo la conocía de cierta forma que nos puede dar algún detalle de ella, que pueda ayudar para aclarar este asesinato.

      —¿Cómo qué, por ejemplo, que podría ser? —pregunta Roberto, el empleado del restaurante.

      —Vamos a suponer que usted la conocía bien, ¿encontró algún cambio de actitud en ella, de carácter?, ¿o algún problema con alguien que supiera usted?

      —No nada de eso, si ella era una persona muy agradable y simpática.

      —¿Seguro que nadie la molestaba?, en todo orden de cosas, le pregunto amigo Roberto.

      —Sí, seguro, no sé nada, puede que sí, pero yo no me di cuenta —dice el hombre.

      —Ella era soltera, no tenía pareja, ¿sabía si tenía pretendientes o algo por el estilo?

      —Ah, eso —ahora esboza una pequeña sonrisa el hombre—. Sí, por supuesto, tenía varios buitres detrás de ella.

      —¿Recuerda alguien en especial, por ejemplo, alguien que fuera insistente que no la dejara tranquila, o algo que Sandra Rojas le hubiera contado a usted al respecto?

      —Mire, ahora no recuerdo nada, debido al shock de la noticia, señor —responde el hombre.

      —¿Usted la encontraba buena compañera, hablaba mucho con ella, eran muy amigos?

      —La verdad que sí, éramos muy cercanos, pero no le preguntaba de su vida privada.

      —Ahí en el restaurante, seguramente también tendría varios admiradores e incluso alguno que se notara más —pregunta el inspector.

      —¡Sí,