Boston. Todd McEwen

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Название Boston
Автор произведения Todd McEwen
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788415509691



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Fisher dio un brinco cuando el herrumbroso portaaviones que era la camarera atracó en su mesa. ¿Sí? Hamburguesa especial por favor pidió Donald. Ella escribía en la libreta. ¿Él qué quiere? preguntó a Donald tras mirar la venda. ¡Esto es indignante! bramó Fisher ¡Puedo pedir yo solo! Muy bien guapo concedió la camarera. ¿Por qué no tienes algo de educación pensó Fisher En lugar de esconderte en la cocina para comer helado de vainilla francés por litros e insultar a la gente llena de rabia por tu cuerpo de zepelín? ¿William qué quieres? irrumpió Donald con un codazo. Chuletón poco hecho y una ensalada con queso azul. ¡Y una cerveza! Ella miró su venda de nuevo garabateó algo y se fue. ¿Qué pasa? se interesó Donald Estás raro. Oh contestó Fisher Todos piensan que estoy loco o enfermo o algo solo porque grité Bistec. Lo sé asintió Donald. Pero yo siempre grito. Lo sé. Piensa en toda la gente enferma que no lleva vendas continuó Fisher elevando la voz. Lo sé repitió por tercera vez Donald ¡Pero no grites! ¡Relájate! Lo siento respondió Fisher. Me sentía bien cuando salimos del hospital pensó Pero ahora estoy incomodando a la gente. Son ellos. Tienen miedo de mi vendaje.

      La inmensa camarera les llevó la comida. Fisher comenzó a masticar haciendo mucho ruido. Su ensalada estaba hecha con los más duros corazones de lechuga y tallos viejos y secos. Dio un largo trago a su cerveza. Ten cuidado le pidió Donald. ¡Ten cuidado tú! le espetó Fisher. Ya claro, bueno es normal que me preocupe, soy médico. Pues menos mal porque me pones enfermo. Comieron en silencio. El vodevil se había terminado.

      Qué comida tan perfecta para hambrientos y heridos pensó Fisher Aunque mañana habré olvidado su textura. Tienen una textura estandarizada este tipo de filetes. Una textura como la de la deslumbrante fotografía en color del menú. ¡Oh señor Bistec es usted igualito que en las fotos! Y las patatas fritas… no puedo comerme esta mierda. Esto es lo que todo el mundo está comiendo aquí. Dios, lo que me gustaría estar en casa con mi violín. Comiendo cereales fríos, picoteando del cuenco, anhelando la comida caliente que siempre soy demasiado vago para preparar. Llevo tan atrasados los ensayos. Es terrible. No debería intentar tocar el violín. Tendría simplemente que ser fusilado y pateado y enterrado en una tumba sin nombre. Dejó de masticar y se quedó mirando al vacío. En ese momento fue consciente de que no recordaba con claridad la posición adecuada de los dedos en el violín. Oh Dios pensó Está sucediendo. Las terribles consecuencias del accidente. Tomó el último pedazo de su chuletón y sintió la preocupación en color rosa eléctrico ascendiendo por su cuello para florecer en las orejas. Dio el último trago a su cerveza. Nada mal dijo.

      No, nada mal contestó Donald ¿Vamos? Sí. Vámonos. Donald llamó con la mano a la camarera, que estaba comiendo una porción gigante de esponjoso pastel tras una pared. La dejó y salió a toda máquina hacia ellos. ¿Podría traernos la cuenta, por favor? pidió Donald. Hizo la suma con la lengua asomándose ligeramente a la comisura de la boca. Trata de escapar de su cárcel de sacarina pensó Fisher Pobre diablo. La camarera dejó la cuenta sobre la mesa. Gracias pronunció roncamente. Y se marchó: un crucero de lujo avanzado cansinamente hacia el mar. Bon voyage soltó Fisher.

      Se acercaron a la caja. El gordo era todo sonrisas. Gracias caballero se inclinó tomando la grasienta cuenta de manos de Donald Seis ochenta y cinco caballero, gracias canturreó al compás de las campanitas navideñas de su voraz registradora. Donald le entregó tres dólares. Esto es lo mío. Muchas gracias caballero Feliz Navidad caballero. Fisher palpaba su bolsillo trasero. Oh no, pensó Ha encogido. No, ¡no está aquí! Tanteó el otro bolsillo trasero. Pero cualquiera sabe tras comprobar los bolsillos traseros que la cartera nunca aparecerá. Las manos recorrieron rápidas sus nueve bolsillos en un revoloteo de ballet. El gordo miraba el vendaje y su hurgar de bolsillos con la sonrisa amarilla de restaurador disipándose gradualmente. Fisher se giró hacia Donald. No tengo la cartera anunció. Estoy tranquilo, tan tranquilo pensó. He perdido la cartera Donald he debido de perderla en el hospital siguió Fisher sin mirar al gordo. Oh no ¡no! respondió Donald. Tampoco lo exageres dijo Fisher. Esos tres dólares eran todo lo que tenía continuó Donald comenzando a reírse. ¿¡Qué!? ¿No tenéis dinero? saltó el gordo. Al contemplar los carnosos puños del cajero, Donald paró de reírse y metió las manos en los bolsillos. Colorado de vergüenza, se giró hacia Fisher. ¿Estás seguro de que no tienes nada William? preguntó con aire paternal. Sí lo siento estoy seguro. El gordo se estaba poniendo del color de su traje granate. ¿Vosotros qué sois un par de mendigos? soltó amargamente ¡Joputas venís aquí sin dinero mendigos de mierda! ¡Esos lo queres un puto mendigo loco! escupió a Fisher. Este se giró para analizar su aspecto en un espejo ahumado con motas doradas. Quizá tienes razón pensó. El vendaje mostraba restos de sangre de la herida cosida. No se había dado cuenta antes pero el accidente había embarrado su ropa y le había rasgado la chaqueta. Una ramita asomaba por un pequeño agujero de la camisa. No se había afeitado esa mañana y tenía la piel sucia. ¿Qué me distingue pensó De esos tipos altos que merodean Harvard Square4 por la noche vestidos con abrigos del Ejército, pelo enmarañado, barba de una semana y agrios y sorprendidos ojos enrojecidos por el alcohol, a los que desdeñábamos con tanto entusiasmo durante los años de universidad? Tienes razón lamentable cerdo pensó Soy un mendigo. ¡Pero no! exclamó girándose hacia el rostro efervescente Yo no soy un vagabundo. Me llamo William Fisher y soy administrador en el Instituto de Ciencias y toco el violín. Los ojos del gordo se salieron de las órbitas al acercarse al punto de ebullición. Y este señaló Fisher Es mi amigo, que pronto será médico. Así que no soy un mendigo. ¡Puto mendigo! gritó el hombre ¡Si se tocurre volver por aquí te vas anterar! Fisher se giró y vio a Donald retroceder hacia la puerta. Al gordo le llevó un momento bajar laboriosamente de su taburete alto y se lanzó hacia Donald. ¿Qué problema tienes? le soltó Donald riendo de nuevo ¡Yo he pagado! La cuentas seis ochenticinco ¡y mas dado tres pavos! ¡Tu amigo el vagabundo de la venda no tiene dinero! ¡Tendría que llamar a la policía! Mira es que acaba de tener un accidente trató de calmarlo Donald. Fisher apareció detrás del gordo y lo circunvaló hábilmente, empujando la puerta para que su amigo pudiera salir. El gordo embistió contra ellos, cual elefante, en el vestíbulo. ¡Me cagon Dios! barritó. No, no, aún no Sahib advirtió Fisher a Donald Espere hasta que esté a plena vista, Sahib, así es como lo hace el Rajá. ¿¡Qué?! respondió Donald. Fisher abrió de un empellón la puerta del aparcamiento y ambos corrieron hacia el coche. El gordo tropezó y salió dando tumbos por la puerta hacia la acera. ¡Joputas! gritó. Donald se metió en el coche y abrió la puerta del copiloto. Venga bufó. ¡Esa camarera gorda te va a arruinar! ¡Se lo come todo! le espetó Fisher al inflado anfitrión ¡No la dejes sola, vuelve! ¡Rápido! Saltó al interior del coche. La hostia dijo Donald arrancando el motor. ¡Eh! ¡Esas mi mujer! chilló el gordo ¡Vagabundos de mierda, nos atreváis hablar de mi mujer! ¡Hastaquimos llegado! Corrió a bandazos hacia el coche. Donald salió marcha atrás de la plaza de aparcamiento en el momento en el que el gordo la alcanzó. Mientras dirigía lentamente su coche hacia la autopista, el gordo la emprendió a puñetazos con el maletero. ¡Salidel puto coche! ¡A mí nadie mabla desa forma! ¡Volved aquí! Parecía que le llevaría un tiempo apaciguarse.

      Fisher se giró para mirar al hombre que se convertía poco a poco en una pequeña mota saltarina mientras avanzaban por la Interestatal 93. ¿Dónde coño tienes el dinero? gruñó Donald. No lo sé, el hospital o la laguna. Ostras, como hayas perdido la cartera… Fisher dejó de reír y trató de sentirse preocupado. La cartera ¡mi cartera! pensó Aunque tampoco tenía dinero. Solo la tarjeta pero me habían anulado prudentemente cualquier crédito si es que alguna vez me lo concedieron así que flaco favor le va a hacer a nadie. ¿Y de cualquier modo qué sabe Henry David Thoreau de utilizar una tarjeta de crédito? Posiblemente ni siquiera crea en ellas. El viejo cascarrabias. No te preocupes ya lo solucionaré le dijo a Donald.

      Cruzaron el río Charles y Fisher se sintió alicaído y débil al atravesar de camino a su casa las calles de Back Bay,5 atestadas de gente y decoraciones navideñas. Fisher vivía en la calle Newbury entre Exeter y Gloucester. Evitaremos indicar la dirección exacta para proteger los intereses de terceros. Si el lector no conoce Boston mejor para él. Newbury estaba atestado de compradores muertos de cansancio de mirar boutiques. Donald detuvo el coche. Fisher se bajó. Donald lo miró con atención. ¿Estás bien William? Fisher se giró. Con ojos desorbitados. Sí estoy bien Donald. Gracias