Mujeres de mi historia. María Cecilia Pérez Llana

Читать онлайн.
Название Mujeres de mi historia
Автор произведения María Cecilia Pérez Llana
Жанр Документальная литература
Серия
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9789878713403



Скачать книгу

      —Fraulain, usted me ha preguntado todo lo que tengo para contarle. En primer lugar, debo mencionarle que el Señor Castellanos es actualmente un importante empresario argentino con residencia en París. Suele hacer viajes regulares entre América del Sur y Europa. Es un gran impulsor de la inmigración porque esas tierras, fraulain, son demasiado vastas y extensas para la actual población. No hay mano de obra suficiente y el país necesita del laboreo agrícola para poder progresar en industria, comercio, labranza de la tierra y por sobre todas las cosas, para poblar el territorio.

      Herzog se explayó aún más, contándole a María que Castellanos había firmado un contrato con el gobierno de la Provincia de Santa Fe para llevar agricultores que supieran labrar la tierra y que él mismo se haría cargo del traslado y de las comidas de los campesinos hasta el arribo.

      —Cuando lleguen a Santa Fe, el gobierno les entregará vivienda, semillas y animales.

      —¿Y cómo llegaremos a ser dueños de la tierra?

      —Durante un período de cinco años la provincia se quedará con un porcentaje de lo que ustedes produzcan y el Señor Castellanos con otro. Al vencer el contrato en el sexto año, la producción de la tierra pasará a ser de quien la trabaja. También serán los dueños de la casa y de la parcela.

      —Herr, parece todo demasiado perfecto. ¿Cuál sería nuestro riesgo?

      —Fraulain, en el contrato está todo escrito, no hay riesgos más que los que implica un viaje a lo desconocido. Los emigrantes deben poner mucha voluntad, bravura y ansias de radicarse para siempre. El viaje es largo: 50 o 60 días solo en altamar y una vez en el Puerto de Buenos Aires, deberán hacer trasbordo para subir a otra embarcación que los trasladará a la provincia de Santa Fe. La travesía es agotadora y puede ser peligrosa por las inclemencias del tiempo. Una vez en tierra firme, tienen que estar dispuestos a construir una ciudad de la nada, con sus manos y su trabajo. A cambio de todo ese esfuerzo es que el gobierno cederá la propiedad de la tierra. María, si nosotros no estuviéramos seguros, no patrocinaríamos esta empresa, no pondríamos a ninguna persona en riesgo. Además, el Señor Castellanos cuenta con el respaldo del Ministerio de Asuntos Exteriores de Buenos Aires y con el del Cónsul argentino en París, el Señor Mariano Balcarce, que es el yerno del héroe de la independencia argentina, Don José de San Martín. Este dato es importante porque los Estados del Plata comprenden distintos “países”. Por un lado, están las 13 provincias que integran la Confederación Argentina, cuya capital es Paraná y que no tiene salida oceánica, solo ríos interiores. Por el otro lado está el Estado de Buenos Aires, cuyo Río de la Plata desemboca directamente en el Océano Atlántico y que si bien no se declaró como estado independiente o con soberanía propia, por el momento no es parte de la Confederación. Ustedes llegarán a un estado, el de Buenos Aires, y harán migraciones para dirigirse a otro estado, a la Confederación. ¿Entiende fraulain?

      —Si, países limítrofes en donde los estados interiores dependen de un puerto ajeno.

      —Exactamente. Como si todo esto fuera poco, le cuento que Castellanos peleó en las mismas guerras de la independencia argentina bajo las órdenes del General salteño Miguel Martín de Güemes.— Aquiles le contó a María la historia de Castellanos y sobre su participación en las guerras por la independencia como parte de la milicia conocida como los “Infernales de Güemes”. Agregó que fue explorador del rio Bermejo, ubicado al norte del territorio, también minero en el Alto Perú y que cayó preso en Paraguay. —Todo un personaje, como habrá notado. En las minas logró hacerse de buena fortuna.

      A María no le cabía más asombro. Estaba paralizada con todo lo que acababa de escuchar. Castellanos tenía avales oficiales y socios europeos. No podía ser una estafa. ¿Para qué embarcarían personas si todo eso no fuese cierto? ¿Solo para vender un pasaje de ida? No quería ni pensar en la posibilidad de convertirse en esclava.

      —Fraulain, me olvidé de comentarle que además de los avales argentinos, tanto oficiales como de empresarios, la propuesta argentina cuenta con el respaldo de autoridades de nuestro país, que ven a la emigración como una forma de resolver el problema de la pobreza y la escasez de comida.

      Era lo que necesitaba escuchar María para convencerse de que la promesa era legítima y no un engaño.

      —Muchas gracias herr. Tengo que conversar con mis hermanos. ¿Hasta cuándo tenemos tiempo de decidirnos?

      —María, como le comenté, el próximo barco zarpa en octubre, entre el 15 y el 31, dependiendo de las condiciones climáticas. Hasta el 15 de septiembre anotamos a los pasajeros. Luego, en caso de completar el cupo, deberán financiarse el pasaje. Todavía tienen tiempo. Tenemos lugares disponibles, pero sepa que la lista no está vacía y se arma con personas de muchos cantones. Tomen la decisión lo más pronto posible—remató Aquiles, que, por cada pasaje colocado, percibía una comisión nada despreciable.

      —Muchas gracias por todo. Hoy mismo converso con mis hermanos y en los próximos días tendrá noticias nuestras.

      María salió de la oficina con una mezcla de sensaciones que iban desde la excitación por todo lo escuchado hasta la congoja por la idea de irse de Suiza, la tierra que la vio crecer, la misma que la hizo pasar hambre casi desde su nacimiento. Su madre. ¿Querría ella sumarse a la aventura de colonizar esas lejanas tierras? ¿Podré irme sin mutter? No soportó la idea. Las lágrimas le brotaron casi al mismo tiempo en que el tren iniciaba su marcha hacia Olten.

      A lo largo del viaje fue recordando la conversación con Aquiles. Se entusiasmaba más y más a medida que repasaba la charla. Y mientras una luz brillaba en sus ojos al imaginarse como dueña de una parcela, el rostro de su madre le nublaba la vista con lágrimas pesadas. Ni siquiera registró cuando el guarda le pidió el boleto. Se volvió a conectar con la realidad, con su realidad, ya llegando a Argovia. Esperaba con toda su fuerza que Ulrich estuviera esperándola en la estación. De pronto se sintió como una extraña, como si ya hubiera comenzado a despedirse de esa ciudad de miseria.

      —¡María!

      —¡Ulrich! ¡Qué alegría que estés acá!

      —¡Cómo no iba a estar! ¡Dime como te fue!

      Camino a la casa le fue contando sobre Castellanos, sobre el contrato, sobre Santa Fe, sobre las necesidades de colonización de las tierras, sobre los pasajes financiados a cuenta de trabajo futuro. El entusiasmo de Ulrich también crecía a medida que María le daba detalles de esa posible aventura.

      —Entonces María, serían unos años trabajando para devolver el costo de pasaje y del uso de la tierra y luego la propiedad pasaría a ser nuestra—resumió Ulrich con rapidez.

      —Si, algo impensado para nosotros, que somos eternos desposeídos y estamos siempre sometidos a la voluntad de otro.

      Su hermano asintió con pesar. Cada bolsa de papas que había llenado ese día se lo había recordado.

      —Ulrich, tenemos que ser cinco los que emigren. Las parcelas de tierra se repartirán por grupo familiar. ¿Crees que Lisette y Elisabeth quieran venir? ¿Y madre? ¿Podremos llevarla? ¿Johann y Marianne querrán venir con nosotros?

      —No creo que Johann quiera ir, mutter tampoco. Tienes que hacerte a la idea de que ellos no vendrán… Madre está grande y no tiene la fortaleza física ni emocional. Johann se casará en poco tiempo y ya está trabajando con el padre de Marianne. En el mejor de los casos seremos tú, Lisette, Elisabeth y yo.— Se quedó pensativo. Pensó en ella, en la mujer que adoraba, Catherine.

      —Nos faltaría alguien más, ¿cierto?

      —Así es—dijo María, apagada y llena de angustia porque su hermano había puesto en palabras certeras lo que ella no se atrevía a afrontar. Su madre se quedaría. No soportaba la idea de no verla más. Tal vez más adelante, cuando estén afianzados, alguno de nosotros pueda volver a buscarla, pensaba para llevar algo de sosiego a su alma y contener la angustia que la mortificaba. Esa noche se durmió en seguida, tan profundamente que ni siquiera se dio cuenta cuando Lisette se acostó a su lado.