Con viento a favor habían llegado rápido a Santa Fe, pero ese viaje de tres días fue casi tan traumático como el del Atlántico. Al caer la noche, a la altura de San Nicolás una fuerte sudestada puso al barco a merced de un remolino infernal. El río creció tan rápido que no llegaron a prepararse. Se bambolearon de un lado o al otro y la tragedia fue inevitable: los dos hijos de uno de los matrimonios cayeron al río, la correntada los arrastró y no los volvieron a ver. Todo sucedió en cuestión de minutos, segundos. La madre gritaba desencajada; el padre se tiró al río sin pensarlo y ella lo siguió. El capitán, desesperado, tiró el ancla, buscó los botes salvavidas, los bajó lo más rápido que pudo y parte de la tripulación del navío partió a tratar de rescatarlos. Encontraron a los padres casi inconscientes. Una rama los había detenido y unas piedras que entraban al río desde la orilla actuaron de barrera. Pero los niños no tuvieron esa suerte. La fuerza del Paraná los arrastró y los chupó. Esa noche la embarcación quedó detenida en el puerto de San Nicolás para darle a los niños una sepultura simbólica. ¡Cuántas penurias, cuántas desgracias! ¡Haber resistido tremenda tormenta de mar, ese viaje interminable, el hambre permanente, el hacinamiento, la mugre y el desarraigo para terminar ahogados en un río interior! El sacerdote del pueblo les dio el responso, aunque ninguno entendió nada. Los padres estaban devastados. Las sobrinas de Johannes también, ya que habían sido sus amigos de viaje.
La muerte de los niños cambió el estado anímico del grupo. Se turnaban para acompañar a la madre huérfana, que lloraba y gritaba que hubiera preferido ahogarse junto a sus hijos. La mamá del bebé que había muerto en la tormenta de la anterior travesía la contuvo y la cuidó hasta ya instalados en la Colonia.
—¡Llegaron los colonos europeos! —se escuchaba a viva voz a lo largo de toda la ciudad de Santa Fe. El contrato firmado entre la provincia y Castellanos unos años atrás era todo un hito para un pueblo que quería prosperar y explotar las grandes extensiones de tierra. La gente se fue agolpando en la dársena del puerto para darles la bienvenida. Algunos aprendieron palabras en alemán, otros en francés. Se escuchaban toscos “Willkommen” y “Bienvenue a votre nouveau pays”. Los más sencillos simplemente levantaban los brazos y saludaban al barco. La tristeza que traían los colonos dio paso a una cierta alegría por haber llegado a destino. Al fin, un nuevo comienzo.
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