Название | Mujeres de mi historia |
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Автор произведения | María Cecilia Pérez Llana |
Жанр | Документальная литература |
Серия | |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789878713403 |
María ya había escuchado varias veces esa historia de su madre, y siempre le provocaba una punzada en el alma. Un sentimiento de rencor, de impotencia y de rebeldía se iba apoderando de su espíritu, de sus noches. Pensaba en su hermano que pronto se casaría con Marianne y una nueva familia “Rey” quedaría presa de la servidumbre que ya se había adueñado de unas cuantas generaciones anteriores. Lloró por esos sobrinos que todavía no habían nacido y la necesidad de protegerlos le quitó el sueño. Todos dormían. Abrió el cajón de la mesa de luz, se acurrucó en un rincón, y a la luz de la lámpara de kerosene comenzó a leer la propaganda de los Estados del Plata en el periódico. Esa noche agradeció el tiempo que su padre había destinado a enseñarles a leer también a sus hijas mujeres.
La única forma de saber más sobre las posibilidades de emigración a los Estados del Plata – Confederación Argentina– era ir hasta Basilea para solicitar información a la Casa Beck y Herzog, que firmaban los folletos de promoción de los estados de América del Sur. Solo conocía a una familia que había emigrado a Estados Unidos y jamás había vuelto a tener noticias de ellos. María no sabía cómo ausentarse del campo para ir hasta Basilea. Entre ida y vuelta perdería un día entero de trabajo, pero mientras la siembra comenzara y las papas brotaran, poco importaba que ese día no cobrara su jornal. Podría aducir indisposición y ser reemplazada por alguno de sus hermanos. Para eso tendría que contarle a alguien lo que pensaba hacer. ¿A quién? A Lisette no. A Elisabeth tampoco. Tendría que confiar en Ulrich, que desde que había vuelto de las tierras altas estaba taciturno. No quería de ninguna manera asustar a su madre por su ausencia.
El día de trabajo había sido tan intenso que todos dormían exhaustos, incluida la madre, que solía limpiar hasta caer rendida. Ella permanecía despierta, en vigilia. Tomó coraje y despertó a Ulrich.
—Mañana María, es tarde.
—No, no, tengo que conversar contigo ahora que mutter duerme.
Bajaron sin hacer el menor ruido y María sacó el diario. Le mostró el folleto que había encontrado entre sus páginas. Le leyó la información sobre los Estados del Plata, le contó del contrato firmado por el Gobierno de la Confederación Argentina con el Señor Aarón Castellanos, y remató con que, a los pocos años de laborear la tierra, podrían ser dueños de las parcelas que recibieran para cosechar. Ulrich abrió los ojos. Se despabiló de golpe y comenzó a hacerle una pregunta tras otra. De la incredulidad y del fastidio por haberlo despertado pasó a la expectativa y al deseo de saber más.
—María, ¿y cómo llegaremos nosotros hasta allá, si no tenemos dinero ni para tomar el tren a Olten?
—El contrato dice que al que quiera emigrar le pagarán el pasaje de ida, y que al llegar a la provincia de Santa Fe les entregarán semillas, vacas y un rancho para vivir. Como contrapartida, “el colono” —eso seríamos nosotros— irá devolviendo el dinero con una parte de la producción del campo. Es decir que primero seríamos arrendatarios del gobierno, pero al cabo de un tiempo nos convertiríamos en propietarios Ulrich. ¡Lo que vater siempre deseó y que aquí en Argovia jamás seremos!
—Bueno, alguien tendría que ir a Basilea a pedir información a la Casa Beck y averiguar más sobre esos países. No vaya a ser que terminemos de esclavos o como milicia obligada para alguna guerra ajena. Los suizos sabemos de eso María. Investiguemos bien.
—Sí Ulrich. Las oficinas de Beck y Herzog parecen estar cerca de la zugstation de Basilea. Quiero ir, pero no quiero asustar a mamá y si vamos los dos, dejamos de cobrar dos jornales. No podemos darnos ese lujo.
—¿Piensas que puedes ir sola? ¿Y si no te toman en serio por ver a una mujer sin un hombre al lado? Yo podría ir, pero no sabría ni qué preguntar. Apenas sé leer, María. Te acompaño hasta la estación, le digo al guarda que viajas a Basilea por una diligencia familiar urgente y te vuelvo a buscar a la noche. Ya veremos qué le digo a mutter.
Ulrich habló con Johann. Ambos quedaron en decirle a la madre que María iría con Marianne a Basilea para comprar la tela para el vestido de novia junto con su futuro suegro. Ulrich la acompañaría a la estación y también la iría a buscar. Los tres hermanos repasaron el libreto durante la noche y al día siguiente María y Ulrich estaban camino a la estación. No quedaba lejos. María compró el boleto y el miedo le paralizó las piernas. Siempre que algo la asustaba le pasaba lo mismo. El temor bajaba hasta los miembros inferiores y comenzaba a temblar.
Nunca antes había salido de Argovia. Jamás se había subido a un tren a vapor. Pero si estaba pensando en emigrar, ese paso obligado era insignificante al lado de la aventura de cruzar un océano. Ulrich notó sus nervios. La quiso acompañar, pero no tenían plata para costear otro pasaje. María respiró profundo, pensó en Dios y tomó valor.
Iba vestida con su mejor pollera, la que usaba para ir al templo. Las medias y los zapatos se los había prestado Marianne. El sombrerito era de su madre, de cuando era joven. Tenía que dar una buena imagen. Bastante le costaría ser escuchada; además de pobre y campesina, mujer.
Se sentó, sacó el diario y volvió a releer las breves consideraciones sobre los Estados del Plata, que ya las conocía casi de memoria. Comenzó el traqueteo, la locomotora arrojaba vapor y el movimiento le aceleró nuevamente el ritmo del corazón. ¿Qué estaba haciendo? ¿Se había vuelto loca? Dejar Suiza…De repente tuvo unas ganas tremendas de gritar que parasen el tren, de bajarse. Sentía que le faltaba el aire, que se iba a morir. Se serenó. Cerró los ojos. Respiró varias veces, como le había enseñado el padre cuando iban de caza y debía concentrarse para apuntarle a una presa. Trató de pensar en lo que la había impulsado hasta allí y ya más tranquila, volvió a la lectura.
En Olten pudo combinar los trenes sin dificultades y para las doce del mediodía se encontraba en la imponente Basilea. La Casa Beck y Herzog se ubicaba en diagonal a la Estación Central SSB.
—Mademoiselle, ¿en qué puedo ayudarla? —preguntó un joven y apuesto señor. Era Aquiles Herzog. La había observado desde el instante en que preguntó si podía hablar con él o con su socio. La notó vacilante, pero con la determinación suficiente como para haberse apersonado sola hasta su oficina. Estaba bien vestida, sencilla pero elegante. Se notaba su aire de campo. Sus manos eran rugosas y su rostro tenía el color de la exposición permanente al sol y a la intemperie. Aun así, la encontró atractiva, o tal vez el atractivo venía de su audacia juvenil y de su porte seguro.
Sin titubeos, María respondió.
—Si Herr, vengo a averiguar por el folleto que publicaron en el Aargauer zeitung sobre las posibilidades de emigración a los Estados del Plata. A mi familia y a mí nos ha interesado la propuesta.
—Fraulain, tome asiento por favor—dijo Aquiles mientras sacaba del cajón un mapa, unas fotos, la copia de un contrato, unas cartas y las fechas de los próximos viajes. Al ver todo ese despliegue de realidad María sintió un nudo en el estómago y necesitó unos minutos para componerse.
—El próximo barco saldrá de Dunquerque la segunda quincena de octubre. Es un buque nuevo, lo compramos de Inglaterra. Es el Kyle Bristol, con capacidad de hasta 200 personas. Los grupos familiares deben estar integrados por cinco miembros, no importa que todos sean consanguíneos. El pasaje lo puede costear el Señor Castellanos con nosotros al firmar un contrato entre las partes. Somos sus apoderados en Suiza.
—Disculpe Sir Herzog. ¿Quién es ese señor? ¿Qué referencias