Название | La organización social del cuidado de niños, niñas y adolescentes en Colombia |
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Автор произведения | Martha Lucía Gutiérrez Bonilla |
Жанр | Документальная литература |
Серия | |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789587815306 |
La investigación que dio origen al libro La organización social del cuidado de niños, niñas y adolescentes en Colombia. Experiencias urbanas contó con el apoyo financiero y técnico de las universidades a las que pertenecen las investigadoras y los investigadores de este macroproyecto:
Pontificia Universidad Javeriana
Universidad de Cartagena
Universidad del Valle
Universidad Industrial de Santander
Universidad Pontificia Bolivariana
Asimismo, agradecemos a ONU Mujeres, Entidad de las Naciones Unidas para la Igualdad de Género y el Empoderamiento de las Mujeres, por sus contribuciones para llevar a buen puerto esta investigación.
Yolanda Puyana Villamizar
El cuidado debe ser visto como una actividad de la especie humana que incluye todo lo que hacemos para mantener, continuar o reparar nuestro mundo, de modo que podamos vivir en él de la mejor manera posible. Este mundo incluye nuestros cuerpos, nuestras individualidades y nuestro entorno, que buscamos entretejer en una red compleja que sostiene la vida.
CITADO POR TRONTO, 2018, P. 25
El cuidado, como esa red que sostiene a todos, es un interrogante cada vez más vigente en nuestros tiempos. En esta época de catástrofe ambiental, ¿quién no es proclive a mantener la vida? Cuidarnos y cuidar a las y los demás es fundamental desde que despertamos hasta el anochecer. A su vez, forma parte del engranaje cultural, pues en medio del cuidado se dan las relaciones afectivas que nos hacen personas, aprehendemos el lenguaje, el universo simbólico, los espacios y tiempos con que nos movemos e incorporamos. En pocas palabras, las formas de vivir en sociedad. Como nos sugiere Tronto (1993), vamos a ser cuidados, pues ninguna persona podría declarar con seguridad su independencia de los y las demás, en especial al final y al principio de la vida.
Somos seres particulares y corporales, pero a la vez compartimos una meta colectiva que implica entretejer redes, porque es el único camino para conservar la vida y mejorar el entorno. Lo anterior está inexorablemente ligado a la política. Lo menciona Aristóteles a propósito de la polis: un espacio de ejercicio de la ciudadanía en el que se involucra el cuidado (Tronto, 2018). No es suficiente la construcción de un Estado capaz de fortalecer la democracia. Cada persona va incorporando el cuidado mediante la consolidación de una ética ciudadana en la acción misma de cuidar, una ética que debe ser interiorizada por cada uno y una en calidad de ciudadanos/as. A partir de esta concepción del cuidado como una red en que todos y todas estamos inmersos, realizamos la investigación sobre la organización social del cuidado (OSC) de niños, niñas y adolescentes en cinco ciudades colombianas.1
Uno de los conceptos fundamentales que atravesó la investigación fue la concepción social del cuidado como un trabajo, entendido este como una acción transformadora de la naturaleza dirigida a personas cuya vida y bienestar dependen de una atención particularizada, continua y cotidiana de quien cuida, y en medio de una interacción social entre quien realiza esta acción y quien recibe la protección en los momentos vitales en los que se es dependiente.2 Con el cuidado no solo se contribuye a mantener o preservar la vida de uno mismo y de los demás, sino que también se construye la riqueza de la sociedad (Arango y Molinier, 2011; Carrasco, Borderías y Torns, 2011; Esquivel, Faur y Jelin, 2012).
En este orden de ideas, cuidar implica un abordaje desde dimensiones éticas, emocionales y materiales que le confieren sentido al cuidado insertándose en la misma acción (Martín, 2011). La ética corresponde al deber ser de cuidar, al para qué y a la justificación axiológica de su acción, asociada con el contexto cultural. Así: “la vida moral no es un dominio distinto y autónomo de la actividad humana: resulta de las prácticas corrientes de los grupos de personas. La moral es siempre contextual y condicionada por la historia, incluso cuando reivindica la universalidad” (Tronto, 2009, p. 98).
Además del contexto, la ética también se integra a la acción misma de cuidar. Al respecto, Arango y Molinier (2011) nos ilustran sobre la distinción entre una ética femenina y una feminista: la primera legitima la acción de cuidar como respuesta a una ancestral división sexual del trabajo que la subsume sin reconocimiento social; la segunda conlleva una democracia liberada del patriarcado y de otras formas de exclusión, como el racismo, el sexismo y la homofobia. A su vez, el cuidado contiene una dimensión emocional en cuya interacción se genera una relación cara a cara, manteniendo un vínculo afectivo inevitable. Es posible expresar el amor, que con frecuencia implica contradicciones, y genera rabias y hostilidades, dadas las múltiples situaciones enmarcadas en esta interacción. Las emociones en el acto de cuidar están sujetas a un diccionario cultural con preconcepciones que regulan su expresión o su inhibición y el deber ser del comportamiento de quien cuida (Hochschild, 2008;3 Martín, 2011).
Por último, la dimensión material ha sido la más señalada por los estudios feministas, porque implícito en el concepto del cuidado se encuentra el trabajo doméstico necesario para que las personas a cargo obtengan bienestar. En su interior están los oficios directos, la provisión de las precondiciones en que se realizan tareas como la preparación y compra de alimentos y la limpieza de la casa. También conlleva la gestión del cuidado: coordinación de horarios, traslados a centros educativos y a otras instituciones, supervisión del trabajo de cuidadoras remuneradas, entre otros. Si bien este tipo de actividades son las más contabilizadas como trabajo no remunerado, se realizan al mismo tiempo y buena parte de ellas no son mercantilizables, en especial, el cuidado directo (Rodríguez, 2015).
A su vez, la OSC constituye otra categoría central de esta investigación, derivada del diamante del bienestar propuesto por Razavi (2007). Como enuncia Arriagada (2010): “se trata de la forma de distribuir, entender y gestionar la necesidad de cuidados que sustentan el funcionamiento del sistema económico y de la política social” (p. 29). En este sentido, organizar la OSC requiere considerar tanto la demanda de cuidados existentes, las personas que proveen los servicios, así como el régimen de bienestar en que se desenvuelven. Además, incluye las acciones del Estado, las políticas públicas, las instituciones sociales articuladas al apoyo del mismo, y el papel de las organizaciones de la sociedad civil.
Asimismo, en el curso del estudio reconocemos como categorías transversales el enfoque de género y de clase social, porque marcan diferencias significativas en la perspectiva ya planteada.4 Sobre este tema compartimos la conceptualización hecha por Gabriela Castellanos (2003) que, previa a una crítica a la manera polarizada como nuestra cultura observa las diferencias sexuales entre el sexo y el género, afirma:
[…] sistema de saberes, discursos, prácticas sociales y relaciones de poder que dan contenido específico al cuerpo sexuado, a la sexualidad y a las diferencias físicas, socioeconómicas, culturales y políticas entre los sexos en una época y en un contexto determinado. (p. 48)
El cuidado ha sido visto a través de los lentes de género, en la medida en que se fueron desarrollando los estudios feministas, por la forma como las distintas culturas interpretan la maternidad y la división sexual de las funciones en la familia y en la sociedad (Arango y Molinier, 2011). Respecto a las clases sociales, retomamos a quienes, desde los estudios latinoamericanos, enuncian cómo el cuidado está permeado por las inequidades sociales de la región (Martínez, 2008; Del Valle, 2013). Lo anterior, porque los recursos, el acceso al mercado y al Estado van a incidir en las formas de cuidar. El mercado de trabajo