¿Qué le haría a mi jefe?. Kristine Wells

Читать онлайн.
Название ¿Qué le haría a mi jefe?
Автор произведения Kristine Wells
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788418616174



Скачать книгу

      Doy dos zancadas y ya estoy fuera del despacho.

      Veo que algunas de las compañeras se han levantado de sus sillas, una de ellas es Claudia y está llorando. Ben, uno de los chicos aplaude a lo Leonardo Di Caprio mientras me ve pasar flechada hasta mi sitio.

      Los aplausos son ensordecedores y me doy cuenta de que la mitad de la plantilla está vitoreándome. La otra esta con la boca abierta, de pie… si no aplauden no es por miedo a Clark es que siguen reviviendo la mítica escena de ¡Bésame el culo!

      —Oh, Dios… —Voy a vomitar.

      Clark sale del despacho y los mira a todos con odio. Los aplausos se van calmando y todos se sientan. No puede despedir a todo el mundo, ¿verdad?

      Tomo aire por la nariz y lo voy soltando lentamente por la boca.

      —¿Estás bien? —me pregunta Claudia.

      Me encojo de hombros.

      Recojo mi bolso y mi portafolios cuando un rugido se escucha tras de mí.

      —¡Suelta eso inmediatamente!

      Al parecer a Clark le da un ataque.

      —¿Perdona? —Lo miro sobre el hombro, como un gremlin mojado después de medianoche.

      —El proyecto forma parte de la compañía Stemphelton, y todo lo que has hecho aquí hasta ahora es confidencial, suelta tu carpeta y lárgate.

      —Es mi trabajo de meses y usted dice que es basura, ¿qué coño voy…?

      —¡Te denunciaré! Es basura que no usarás para la competencia. Será mejor que te largues.

      Me quedo con la boca abierta. Claudia me mira con profunda lástima. ¡Y una mierda voy a dejar mi carpeta! Suerte que todo lo demás me lo envío al correo por si acaso.

      ¡Qué injusticia! No puedo creer que en la empresa que tanto admiraba cuando empecé a hacer prácticas sea esto. Un nido de víboras.

      —Qué lástima que el señor Stemphelton tenga a cargo del departamento a alguien tan incompetente y tirano.

      Se escuchan unos uuuhuuu por lo bajini en la sala.

      Clark se pone rojo como una manzana madura, pero no dice nada, solo mira alrededor, sabe que muchos están de mi parte.

      —Lárguese, cuanto antes mejor.

      Se da media vuelta y se marcha de nuevo, pero no a su despacho acristalado donde todo el mundo puede verlo, sino a la sala de descanso, seguramente a por un maldito mocaccino.

      —Joder…

      No voy a darme por vencida.

      —¿Qué vas a hacer? —me dice Claudia.

      Me encojo de hombros al borde de las lágrimas.

      —No lo sé. —Recojo la carpeta y tengo muy claro que ningún gilipollas me va a decir que no tengo talento—. Pero esto no va a quedar así.

      Salgo de la sala con los ojos de todo el departamento puestos en mí. Claro, al hacerlo no soy nada consciente de que a Claudia le falta tiempo para coger el teléfono y llamar a donde llama cuando hay problemas.

      —Tina… No te lo vas a creer.

      Me dirijo a recepción del edificio. Ahí estoy desubicada, con el bolso colgando de mi hombro y sin saber muy bien qué hacer.

      Me paro en medio de todo y respiro hondo. No sé cuánto tiempo ha pasado hasta que miro mi reloj de pulsera. ¡Veinte minutos! Menuda ida de olla.

      Suspiro, tomo aire, carraspeo, suspiro de nuevo…

      Hay dos opciones, salir de allí con el rabo entre las piernas, y con mi portafolios, que seguramente sí es objeto de demanda. O… Tu tronco se gira y miras el ascensor.

      El triángulo rojo que baja, luego se apaga y se abren las puertas.

      Janna, escucha la voz de su abuela, me digo, en esta vida solo hay dos direcciones: o subes o bajas.

      —Pues subo.

      Pero antes de poder poner un pie dentro ves que alguien intenta salir.

      El hombre más guapo e increíble del mundo. Lo reconoces enseguida: James Stemphelton.

      —Señor Stemphelton.

      Suspira simple mortal. Es como un dios bajado del Olimpo.

      Él te mira y sonríe. Pero, no una sonrisa de suficiencia, ni una de esas que quieren intimidar o despreciar. Nooo… es de esas que buscan ser encantador. De esas que tu abuela aprobaría. Oyes su voz de nuevo en tu cabeza: A eso se le llama un buen mozo, a por él, pequeña Janna Bannana.

      Carraspeo.

      —Joder, sí lo es.

      —¿Perdón?

      Sí, yo y mi manía de hablar en voz alta.

      —Disculpe, ¿qué? —le digo totalmente intimidada por su altura y la espesura de su mata de pelo rubio.

      —Ese joder… ¿ha salido de algo que he dicho? —me pregunta él inocente.

      —Pero si no ha dicho nada.

      Sonrío como una idiota, porque eso es lo que soy. Una idiota que suele hablar en voz alta en los momentos más apropiados.

      —Señorita Roberts…

      Me congelo y James Stemphelton deja de hablar con un movimiento de cabeza, que deja claro que no quiere que salga huyendo, algo que sin duda quiero hacer.

      ¿He escuchado bien?

      —¿Sí? —vacilo.

      ¿Cómo demonios el CEO de la empresa donde trabajo sabe mi nombre?

      Él pone una mano en la puerta del ascensor cuando este está a punto de cerrarse, James la mantiene abierta y por primera vez en mi vida no sé qué hacer.

      —¿Subes o bajas?

      Pues joder… la abuela me mataría si no subiera.

      Aprietas la carpeta contra el pecho con tu proyecto.

      Necesitas que él, el verdadero jefe, te diga a la cara que son una mierda, un descarte que no vale nada. Necesitas saber del jefe y no del incompetente de Clark, que necesitas mejorar mucho.

      —Solo subía para… hablar con usted.

      Oigo los aplausos de mi abuela en la cabeza. Estaría orgullosa.

      —Bien… —dice él con unos ojos cálidos y una sonrisa perenne en la boca—, que casualidad… yo solo bajaba para hablar con usted.

      Siento cómo mi mandíbula se desencaja y espero que no haya llegado al suelo.

      ¡Joder! ¿Por qué?

      CAPÍTULO 2

      —¿Y bien? —Sus ojos azules me nublan el entendimiento—. ¿Subes?

      —¿Yo? —Sí, tú ¡Idiota! Sube con el jefe buenorro me ordena mi voz interior—. Sí, sí, ya voy.

      Doy un paso hacia delante.

      Aún faltan un par de horas para que la avalancha de gente salga de la oficina para almorzar, quizás es por eso por lo que estemos solos en el ascensor.

      Uno bastante grande, aunque su tamaño parece reducirse cuando las puertas metálicas se cierran.

      Siento algo de vértigo cuando se pone en marcha.

      Estoy a su lado, uno junto al otro. Es inevitable. Lo miro de reojo y él sonríe mirando al frente.

      ¡Me ha pillado!

      —Son los hombros —me explico, porque el tamaño de esa caja metálica parece haberse reducido