Название | Pedaleando en el purgatorio |
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Автор произведения | Jorge Quintana |
Жанр | Сделай Сам |
Серия | |
Издательство | Сделай Сам |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788412178098 |
En esos momentos, Enrique estaba fuera de control y veía fantasmas por todos lados hasta el punto de que yo intentaba cambiar de tema para no acabar saturado. Mi compañero de habitación se mostraba indignado con exhibiciones como la del equipo LA-MSS. En esos primeros días de mayo habían dominado la Vuelta a Asturias con tres ciclistas en el podio y con cuatro hombres en las cinco primeras posiciones de la primera etapa. Nuestros compañeros del Gigaset habían vuelto a casa con la moral por los suelos.
—Y no pasa nada. ¡Pero nada de nada! Vamos a aplaudir por el nuevo ciclismo… —gritaba en nuestra habitación de Sierra Nevada.
Unos días más tarde, nos enteramos del fallecimiento de uno de los corredores de LA, Bruno Neves, por culpa de un paro cardíaco. A Enrique, todo aquello le pillaba lejos. Pero, para mí, fue un golpe muy duro, puesto que Neves era una de las personas con la que más había tratado en mi paso por Portugal y siempre me pareció un tipo extraordinario. Frente a mi cara de pocos amigos, Enrique entendió que no podía acusar a nadie y menos a Neves. Por una vez, conseguí que se mordiera la lengua.
Sin embargo, los problemas en la estructura de LA-MSS no habían hecho más que empezar. A final de mes, la policía portuguesa entró en las casas de los ciclistas lusos, así como en la sede central del equipo y en el domicilio del director. Encontraron sustancias dopantes de todos los colores y numeroso material para realizar transfusiones. Gran parte de la plantilla fue sancionada, incluido el médico español que les aconsejaba. Aquello significó un mazazo para los que soñábamos con un ciclismo limpio. En mi caso, intenté ver el lado positivo.
—Lo de LA es una buena señal. Ya no es solo la UCI la que busca a los tramposos. Si te pasas, viene la policía. Estamos en el buen camino.
Enrique, demasiado nervioso para escucharme, había tomado otra decisión habitual en esos días: no quería volver a hablar de doping. Así me lo había dicho una noche y así lo estaba cumpliendo. Afirmaba que con tanta noticia le hervía la sangre, le descentraba y, al final, no le servía de nada, ya que él no podía cambiar el mundo. Me insistió en que el dopaje no se podía volver a sacar en una conversación y que solo podíamos hablar de entrenamientos y de cómo mejorar para el Tour. Todo lo demás pasaba a estar prohibido. Aquel cambio de tercio nos vino muy bien y el ambiente empezó a mejorar.
En esas semanas de encierro en Sierra Nevada nos convertimos en enfermos que no atendíamos a nada ni a nadie. Nos levantábamos pensando en la báscula. Desayunábamos pensando en el entrenamiento. Entrenábamos pensando en el Tour. Y descansábamos pensando en el día siguiente. No hacíamos nada más. Ni siquiera nos apetecía ver una película o leer un libro. Todo esfuerzo nos parecía que podía poner en riesgo la disputa de la carrera francesa. Lo sé. Es estúpido y no hay forma de encontrarle ninguna lógica. Pero así acabas razonando cuando te metes en la burbuja de la preparación del Tour. Y todo eso mientras tu cuerpo no sienta un pequeño dolor de garganta o una ligera molestia en la rodilla. En ese caso, ya no hay nervios. Simplemente, todo es histeria.
Estuve más de un mes sin ver a Clara, quien vino solo una vez a estar conmigo, pero luego se centró en la gestión de la crisis de Magic Resort, aunque oficialmente ya no trabajase para la empresa. Así que durante esas semanas de mayo y junio mis únicas compañías eran Enrique y las noticias que nos golpeaban por internet. Con él puse más atención que nunca en la comida y el descanso; y comprendí que para llegar a la elite debía empezar a pensar en los detalles que hasta ese momento había ignorado. Ese mes y medio de preparación exhaustiva tuvo su explosión final en los campeonatos de España: la prueba de la verdad. Algunos equipos deciden la alineación del Tour mucho antes de los Nacionales para dar confianza al bloque. Otros optan por dejar la decisión final hasta el último segundo intentando que nadie se relaje. En el caso de Gigaset, nuestro plan era el segundo.
José Luis Calasanz me había dicho que era fijo, pero a medida que se acercaban las fechas del Tour, notaba que me llamaba más veces y comenzaban a aparecer dudas en su cabeza, debido a que yo era el único debutante en el equipo que estaba en la lista de elegidos para la carrera más importante del año. En todas las charlas me acababa preguntando si me veía preparado para el reto. Y yo siempre intentaba parecer firme en mi respuesta. Pero sabía que, al final, las palabras solo sirven cuando vienen refrendadas con pedaladas, así que debía estar a buen nivel en Talavera de la Reina. No había vuelta de hoja.
—Veo nervioso a José Luis. Empiezo a pensar que me puedo quedar fuera del Tour —le confesé a Enrique para intentar descargar la presión que empezaba a sentir.
—¿Tú te crees que los nervios antes de un Tour de Francia solo afectan a los ciclistas? José Luis no está nervioso. ¡Está desquiciado! Igual que tú. Igual que yo. Es el Tour, amigo. Es una carrera como cualquier otra. El problema es que nadie se ha dado cuenta.
CAPÍTULO VIII
El campeonato de España sirvió para que Alejandro Valverde ganase la medalla de oro después de batir al esprint a Oscar Sevilla y también para constatar que ninguna televisión se interesaba por retransmitir en directo la prueba. Las alarmas saltaban por todos sitios: para empezar, Antena 3 había vendido el 49% de la empresa organizadora de la Vuelta a España (Unipublic) a ASO, los organizadores del Tour de Francia. En realidad, los gestores de Antena 3 estaban deseando marcharse de un deporte al que no le habían puesto conocimiento ni cariño y que les generaba dolores de cabeza. Habían gastado en la compra 42 millones de euros y ahora solo pensaban en retirarse sin perder mucho.
En esa primera década del siglo, vivíamos años duros para la credibilidad del ciclismo. Nadie apostaba por nosotros. Éramos —y con razón— la oveja negra del deporte, aunque jamás lo habríamos admitido. Estábamos ciegos y no estaba en nuestro esquema mental hacer una autocrítica: en 2006 el campeonato nacional se había muerto por el plante de los corredores tras la difusión del sumario de la Operación Puerto en el diario El País. En 2007 solo La Sexta se había prestado en el último segundo a dejarnos el escaparate de una cobertura televisada en directo. En 2008 no hubo nadie dispuesto a hacernos un hueco.
En lo deportivo, la prueba fue emocionante porque Sevilla buscó la victoria de forma heroica. Caisse d’Epargne tuvo que echar mano de Valverde para frenarle, lo que demuestra el gran nivel del de Ossa de Montiel. Todos sabíamos que Caisse d’Epargne intentaba ganar con cualquier otro corredor que no fuera su líder, así que el hecho de que hubieran usado al Bala —sobrenombre de Valverde— demostraba que se habían tenido que emplear a fondo. Y eso que la carrera se les había puesto de cara con dos ciclistas a rueda de Sevilla. Pero José Iván Gutiérrez y David Arroyo no pudieron resistir el ritmo y Valverde tuvo que llegar a la cabeza como el séptimo de caballería surgía en las viejas películas del Oeste, con música épica de fondo y cuando ya se intuyen a lo lejos las palabras The End.
Nuestro equipo rindió a un nivel aceptable. Subimos al podio con Enrique Jiménez y yo llegué también en ese primer grupo perseguidor. Eso hizo que el propio José Luis Calasanz viniera hasta la zona de podio para abrazar a Jiménez por su bronce y, también, para felicitarme por mi buen trabajo en la persecución. Ambos habíamos demostrado que la preparación en Sierra Nevada nos había sentado bien. Yo tenía muchas dudas sobre esa concentración en altura, pero lo habíamos hecho todo a la perfección y los resultados empezaban a llegar. Sabíamos que Valverde se había presentado en el Nacional tras ganar el Dauphiné y su nivel estaba fuera de nuestro alcance, pero no queríamos ser comparsas. En otras palabras, solo sentíamos que habíamos perdido con Sevilla y podíamos estar confiados de cara al Tour.
Precisamente con Sevilla tuve un intercambio de impresiones en la zona de podio. Estábamos bebiendo el primer refresco, ese que sabe a gloria. Yo acababa de felicitar a Enrique, pero tenía la mirada puesta en la avenida principal de Talavera para localizar el bus. No pasaba control y no tenía podio, por lo que me podía largar. Justo en ese momento llegó el subcampeón de España con su reluciente ropa de color verde fosforito y las decenas de calaveras blancas estampadas sobre fondo negro. De mis labios, surgió una