Название | ApareSER |
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Автор произведения | Víctor Gerardo Rivas López |
Жанр | Документальная литература |
Серия | |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789876919302 |
Desde esta perspectiva, lo único que me queda es la perplejidad ante la omnipresencia de lo figurativo allende la oposición de lo mental o psicológico y lo real o, por mejor decir, de lo subjetivo y lo objetivo, que pasan a segundo término ante la plenitud del fenómeno por una razón axial: que entre ambas determinaciones no hay unidad fuera de la que establece el conocimiento, mientras que aquí la unidad se da de antemano y lo difícil es convertirla en hecho social (o sea, en discurso). La plétora de figuras a mi alrededor no tiene nada que ver ni con las que brotan de mi fantasía ni muchos menos con la realidad extramental en la que las cosas se perciben de acuerdo con características más o menos generalizables de acuerdo con las cuales, por ejemplo, la cabeza de un hombre no puede verse jamás como la de un perro a menos que uno esté fantaseando, que es lo que hasta ahora no he podido hacer pues en cuanto lo intento la contundencia del fenómeno me obliga a volver sobre lo andado. Lo único cierto hasta ahora es que lo figurativo se me ha mostrado como la estructura fundamental de la percepción, es decir, del “acto que crea de un solo golpe, junto con la constelación de los datos, el sentido que los vincula; que no solamente descubre el sentido que tienen sino incluso hace que tengan un sentido”.8 ¿Cómo? Pues con la descripción de la proliferación figurativa que salta a la vista por más que resulte absurda frente a la idea común de que en la realidad las cosas tienen una cierta identidad que únicamente se confunde en el plano de la percepción para volver a clarificarse en el de la reflexión. Mas el fenómeno me ha mostrado algo muy distinto: no es que el rostro que se percibe en una pared o, más aún, en una nube se confunda con el de una persona, es que aparece ahí como si lo fuese, que es por lo que no solo hay que descubrir la figura que está frente a uno sino hay que darse el tiempo para que se desemboce la identidad que hace patente desde el primer instante. La percepción es activa no porque yo tenga que echar a volar la imaginación (al contrario, acabo de decir que tengo que contenerla, que reducirla a la figura que brota como por arte de magia); lo es porque al fijarme en el modo de aparecer del fenómeno este libera un flujo emotivo que podría llevarme muy lejos, tanto como para comenzar a hacer asociaciones más o menos arbitrarias que serían el mentís más palmario de lo que ahora hago: absorberme en la realidad. Por ello, la creatividad perceptiva, en vez de referirse a lo que me rodea o a mí mismo se refiere a la vivencia como estructura en la que algo que aparece me intriga e impone un límite expresivo que no es fácil superar. Pues no habrá, en efecto, sentido que comunicar si no me esfuerzo por coordinar el empuje de las múltiples figuras y el tren de asociaciones que me lleva a la pura jerigonza.
Como se ve, el aparecer se constituye en una auténtica proliferación o más bien en una intrusión de la esfera objetiva por parte de fuerzas sensibles que cuesta un ojo de la cara identificar no porque surjan de modo confuso sino porque la temporalidad estalla bajo su presión y no tengo forma de reconducirlo al discurso sin perderme bajo su empuje. Este “ser salvaje”,9 con todo, lejos de imponerse como un sinsentido acerca del cual es dable decir lo que a uno se le ocurre, impone la búsqueda de un sentido humano al alcance de cualquiera, justo porque al presentárseme hace obvio que no tiene nada de psicológico o de íntimo por más que sus modulaciones tampoco tengan que ser precisamente violentas: de hecho, cuando menos lo espero brota en medio de la proliferación una serie de formas tan reposadas como la del hombre/perro que sin tener nada de híbridas dan pie o a la risa o, por qué no, a la ternura que provoca un ser que sabemos que en cierta medida depende de nosotros; pues si de golpe me levantara de la silla o aumentara la intensidad de la luz, quizá perdería para siempre esa figura que de todos modos se funde en el revoque y cuando menos lo espero termina por ser de nuevo un grumo. El desconcierto no es pues el de perder una figura para que surja otra, es el de percatarme de que una forma de ser deviene otra en un plano por completo distinto como es el de lo material respecto a lo figurativo o el de lo inorgánico respecto a lo psicológico. Lo “salvaje” del aparecer radica así más en la posibilidad de que la naturaleza o principio racional del devenir quede en entredicho ante una fuerza que la desarticula sin dejar, no obstante, de hacernos conscientes de ella. Como ya lo he dicho varias veces, lo intempestivo no es igual a lo caótico, al contrario, marca una condición cíclica que no alcanzo a explicarme y mucho menos a exponer con claridad.
Si lo planteo de este modo, el drama televisivo de la mujer que percibe la ominosa potencia de las figuras en la pared de su cuarto de manicomio deja de ser una tomadura de pelo y se asimila a todos los procesos en los que la diferencia entre los planos de lo real hace vacilar el principio de identidad no porque todo pueda redefinirse de acuerdo con el punto de vista de cada cual sino, al revés, porque todo tiene un modo de aparecer problemático más comprensible y la mayoría de las veces no sabemos cómo expresarlo. Lo cual corrobora sin lugar a dudas que no se trata aquí de tener un punto de vista lo suficientemente objetivo para hacerse comprender, pues en última instancia no habría modo de vincularse con ningún objeto desde una postura esencialmente subjetiva o, por decirlo mejor, empírica. En efecto, cuando se lo reduce a las condiciones fenomenológicas del aparecer de la realidad, el punto de vista siempre resulta ser una forma de percepción limitada que no explica cómo uno se hace consciente de lo que lo rodea: “sin duda alguna el objeto visible está frente a nosotros y no encima de nuestros ojos, pero hemos visto que finalmente la posición, el tamaño o la forma visibles se determinan por la orientación, la amplitud y la captación de ellos por nuestra mirada”.10 Por ello, es indispensable mostrar que la configuración, aun si exige un esfuerzo que no puede ser más que personal y en modo alguno generalizable, es por fuerza comunicable cuando uno se abre al fenómeno como tal, es decir, como una presencia que hay que precisar en medio del mundo circundante. Y eso es así porque, por otro lado, el interlocutor se halla en el mismo barco que uno y sabe que no es fácil mostrar no solo algo tan obvio como la condición figurativa que hemos descrito hasta aquí sino algo mucho más difícil de captar, v.gr., el carácter auténticamente personal de figuras que en principio son abstractas o ajenas a los intereses de uno. Por ello, el que las cosas tengan sentido (si por esto entendemos que susciten en los demás una vivencia como la que uno tiene en un momento dado) depende por completo de hallar un lenguaje que las haga visibles en el mundo allende (o más bien a través de) la propia percepción. Lo cual da pie, por cierto, a reflexionar en la imperiosa necesidad de comunicar lo que uno ve justamente como un acontecer de la realidad y no como una determinación subjetiva. Sería muy fácil dejarse llevar por las impresiones que uno tiene desde un cierto punto de vista que cualquier otro podría adoptar sin tomarse mayor molestia que la de abandonar el que primero había elegido. Esto es precisamente lo que hace Polonio en una famosa escena de Hamlet en la que cambia de punto de vista de acuerdo con lo que le dicta el príncipe, quien sin transición dice que una nube que ambos ven parece un camello, después una comadreja y, finalmente, una ballena, figuras todas a las que asiente Polonio sin el menor empacho a pesar de lo contradictorio que ello resulta.11 Y es que, como hemos reiterado, el punto de vista no se refiere a ningún fenómeno sino a las proyecciones psicológicas de este que varían de acuerdo