El Castillo de Cristal II - Los siete fuertes. Nina Rose

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Название El Castillo de Cristal II - Los siete fuertes
Автор произведения Nina Rose
Жанр Языкознание
Серия El Castillo de Cristal
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9789561709218



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dijo, en esos ojos no hay maldad.

      6

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      Baven vio cómo la loba y su amiga se abrazaban como si en vez cuatro días no se hubiesen visto en cuatro años. Tenía muchas ganas de sonreír, pero contuvo el impulso, levantándose del banquillo y dirigiéndose discretamente a su tienda. Antes de entrar, alcanzó a ver a Shebahim abrazando a Rylee.

      Su padre había sido muy inteligente. Era una decisión que dejaba felices a todos: los que apoyaban la inocencia de la chica y los que la acusaban. Rylee sería prisionera del ejército, pero tendría ciertas libertades con el beneficio de la duda y su lealtad sería probada con un método prácticamente infalible, si acaso los hechizos del Especialista del Rey eran de fiar.

      Y lo más importante: volvería a entrenar junto a ella.

      —¿Señor?

      Reconoció la voz, ya familiar, de Sheb pidiéndole permiso para pasar.

      —Adelante Joung —dijo intentando que su entusiasmo no fuera tan obvio; debía tener cuidado de expresar cualquier cosa porque el chico captaba de inmediato cualquier señal.

      —Mi madre me dio un apellido muy distinguido2, pero siempre me ha gustado más mi nombre, señor. Puede llamarme Sheb si gusta, no creo que se vaya a romper la barrera si se comporta más casual de vez en cuando.

      Baven no pudo evitar una sonrisa. Asintió en silencio y preguntó:

      —¿Sucede algo?

      —No, sólo le traigo la espada de Rylee, Capitán. Se supone que usted debe tenerla —dijo entregándole el arma de empuñadura roja como la sangre…

      “Estoy asumiendo, Mackenzie que de hecho nunca has puesto un frasco de sangre frente al fuego, aunque estás tan llena de sorpresas que prefiero no arriesgarme a especular” ”Ah, fue solo una vez. Es un buen método si quiere asustar a un cliente problemático, solo un corte pequeñito en la muñeca…”

      Baven recordó la conversación que habían tenido en aquel riachuelo. Parecía tan lejano, pero no había sido hace mucho, ¿no? Recibió la espada de manos de Sheb, agradeciéndole con cortesía.

      —Disfrute los futuros entrenamientos, señor —dijo el joven guiñándole un ojo y saliendo de la tienda sin darle tiempo de contestar.

      Diosas, algún día tendría que castigar a Sheb por tanta respetuosa insolencia.

sep

      —Te ves agotada —le dijo Ánuk a su amiga en cuanto regresaron a la tienda a dormir. Rylee descansaba la cabeza sobre el cuerpo cálido de la loba, como siempre hacía, sintiéndose cómoda y protegida por primera vez en días.

      —Bueno, no se puede dormir muy bien con cuerdas en las muñecas.

      Ánuk sonrió. Ahí estaba ese tono que tanto extrañaba.

      Rylee se durmió casi al instante. Respiraba con calma y parecía no tener pesadillas; ese había sido el principal miedo que había tenido durante el tiempo en que la mantuvieron alejada de su humana. Meditó la sentencia del General; le pareció bastante buena y confiaba en que Rylee lograría atravesar la barrera, pero ¿llegaría a las Cuevas? La maldición seguía su curso, estaban atrapadas dentro del ejército, nadie de allí podía ayudarlas y los días pasaban y pasaban...

      La animaba un poco la esperanza de que el nigromante muriera antes del plazo. Tal vez encontraran al mago Especialista que custodiaba la pieza del brazalete; si era tan poderoso como decían, por ser el Alto Real de Jeremiah, quizá él pudiese darles alguna respuesta.

      Rylee no parecía aún caer en la cuenta de que su tiempo se estaba acortando cada vez más. Tal vez simplemente estaba ignorando el hecho para no angustiarse demasiado, pero Ánuk lo tenía más que presente. Era desesperante no ser capaz de ayudarla.

      Se acurrucó, acoplándose a la respiración de su humana, dejándose llevar hacia un mundo de sueños inquietos.

      7

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      Y por fin, al quinto día de su regreso y, técnicamente, su primer día de sentencia oficial, Rylee y el ejército salieron de la protección del enorme y sombrío Bosque de Marfil para adentrarse en las planicies frías y húmedas del norte de Rhive.

      Kilómetros y kilómetros de valle los separaban aún de su destino, pero el paisaje era mucho menos agreste al del sur, donde predominaba el calor y el aroma salado del mar traído por la niebla matutina. Aquí, en el norte, el aroma a lluvia, pasto y barro entregaba una bocanada de aire fresco y limpio, aunque Rylee ya tenía la nariz helada de tanto oler su entorno, fascinada por el cambio de paisaje que antes, en el apuro de huir, no había disfrutado.

      El suelo era mullido y verde, un cambio notorio a los troncos blancos y las hojas estacionarias del bosque que habían dejado atrás. Los árboles eran menos densos, pero mucho más altos y se repartían por doquier sin arrimarse, entregando poca protección contra la lluvia tan corriente en aquellos parajes. El amplio valle era interrumpido por mesetas bajas y salientes de tierra tan antiguas como la vegetación que los rodeaba, que formaban figuras imaginarias, como nubes de tierra en un cielo esmeralda.

      Rylee sabía que estaba mucho más cerca del nigromante que nunca. A muchos días de viaje se encontraban los cerros que escudaban el sur de la capital y del Castillo de Cristal, una imponente cadena que partía en las enormes montañas Andiris y culminaba casi en el Mar de las Tormentas, conocida en su totalidad como Los Montes de los Herreros. Los pueblos que se habían instalado en las laderas, atraídos en principio por la protección que les daban los Fuertes que coronaban estas colinas, habían desaparecido casi por completo, arrasados por la destrucción del ejército del Yuiddhas. Hoy solo quedaban vestigios, sitios oscuros y sin vida donde se paseaban las sombras de los muertos y donde predominaba el olor a sangre y metal de los súbditos del Traidor.

      Los Fuertes, siete en total aunque solo tres estaban emplazados en las cimas de la cadena, eran antiguas fortalezas que, se decía, habían estado conectadas por un laberinto de túneles subterráneos que rodeaban el perímetro del Castillo y la ciudad real de Regarian, la capital de Rhive. Construidos hacía cientos de años por los Primeros Reyes, las estructuras habían resistido las inclemencias del tiempo y las guerras, alzándose como estandartes de triunfo y longevidad de la familia real. Eso hasta que el Yuiddhas había tomado posesión de ellos.

      El Fuerte Medio, el más grande de los tres que se levantaban en las colinas, era donde la mayoría del destacamento del Yuiddhas se movía y donde, se creía, se hallaba el nigromante. Lo seguía en tamaño e importancia el Fuerte Angosto; luego estaba el Fuerte Gris, el más cercano al mar, que había resultado tan dañado durante los primeros años de rebelión que se encontraba prácticamente abandonado, aunque bajo estricta vigilancia enemiga.

      Los otros, el Fuerte Soldado, el Fuerte Frío, el Fuerte Niebla y el Fuerte Salado, completaban la línea de defensa, destacándose entre todos el Fuerte Frío debido a su cercanía con el Río Blanco, que limitaba el norte de Rhive con Anthar. Era allí donde se libraban la mayoría de las luchas de los últimos años, debido al deseo de conquista del Yuiddhas y la tenacidad de los antharinos, quienes no daban tregua; dos de los tres puentes que atravesaban el río estaban prácticamente destruidos y el tercero se sostenía apenas, más por un asunto de estrategia que por mantener unido los reinos.

      En resumen, estaban en territorio enemigo. Era imposible precisar dónde encontrarían problemas, ya que parecían estar en todos lados; ojos escondidos entre los árboles, sombras vigilando en la oscuridad. Rastrear era una tarea dificilísima en aquel clima y ni siquiera Ánuk con su nariz supersensible podía ganarle al viento y el agua que se llevaba consigo el olor del enemigo. Por supuesto, la desventaja funcionaba igual para ambos lados: si tenían cuidado, podrían también ser indetectables.

      Rylee, que caminaba