El Castillo de Cristal II - Los siete fuertes. Nina Rose

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Название El Castillo de Cristal II - Los siete fuertes
Автор произведения Nina Rose
Жанр Языкознание
Серия El Castillo de Cristal
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9789561709218



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en ella. Sorprendentemente, sin embargo, fue la presencia de una persona en específico lo que finalmente logró calmarla.

      Sheb estaba a un costado, viendo en silencio cómo la joven era presentada al General. En el cinto llevaba su espada, Kivari1; junto a ésta estaba Espina Roja, la espada de Rylee. Sheb le sonrió y asintió, dándole ánimo; aquel simple gesto le bastó para no sentirse tan sola y recobrar parte de sus fuerzas. Se sobrepuso a la angustia lo mejor que pudo, decidida a dar respuestas firmes; había cometido un error, sí, pero no por eso debía sentirse como basura todo el tiempo. Ya bastante mal estaba.

      La hicieron pasar a la tienda del General, donde él, Baven, Crissa, Menha y Gwain la juzgarían por su acción. A Ánuk le habían permitido estar presente, vigilada por Marius, pero debía mantenerse quieta y en silencio.

      —¿Cómo sabías de la existencia del cristal? —preguntó el General, iniciando el interrogatorio.

      —No sabía nada de su existencia sino hasta que me contrataron. Fue solo entonces cuando fui a la biblioteca de Villethund y supe de qué se trataba.

      —¿Quién te contrató y cómo sabía que estaba aquí? —habló otra vez el General.

      —No se identificó. Me dijo que estaba seguro que el cristal estaba en esta tropa, pero no me dio mayores explicaciones.

      Rylee no quería que sospecharan nada de la maldición. Si les decía que era un nigromante, Gwain podría hacer calzar algunas piezas y averiguar sobre lo que le estaba sucediendo y eso no lo podía permitir; sabía que el mago era incapaz de romper el hechizo de muerte y contarle solo empeoraría las cosas. Siempre había odiado sentirse débil y no quería afrontar la situación escudándose en la maldición para justificar sus faltas.

      Tal vez estaba pecando de orgullosa, no lo sabía, pero nadie en el campamento podía solucionar su dilema y eso era un hecho. Ya demasiados problemas había causado y, finalmente, la maldición no cambiaría nada para nadie excepto para ella. Prefería seguir siendo Rylee la Ladrona en vez de transformarse en Rylee la Maldita y aguantar que le tuvieran lástima.

      —La persona, el hombre que te contrató —dijo Baven— ¿era agente del Yuiddhas?

      —Si, aunque entonces no lo sabía. Me enteré de su asociación solo cuando me dispuse a entregarle el cristal.

      Ella siempre había sospechado que el nigromante trabajaba para el Yuiddhas, pero no lo había comprobado sino hasta que se había encontrado con Anwir. Así que, hasta cierto punto, estaba siendo sincera.

      —¿Cuál fue el trato que te propuso? —preguntó Crissa.

      —El cristal por el pago completo de mi deuda con Ábbaro Stinge. Esa deuda existe y lo que les dije sobre mí cuando llegué por primera vez es completamente cierto: mi padre sí pidió un préstamo y sí murió en un saqueo antes de que el Rey fuera asesinado y desde entonces que intento pagar la deuda que dejó. Mentí solo en el hecho de que había huido de Villethund, el resto es verdad.

      No todos parecían convencidos; considerando que los había traicionado no los culpaba por la notoria incredulidad. Comenzaron a preguntarle sobre su vida en Villethund, el monto de la deuda, las características del hombre que la había contratado; el papel que Ánuk había jugado en toda la historia y cómo se había enterado de la localización exacta del cristal. Respondió con la verdad, omitiendo solo los detalles concernientes al nigromante y la maldición.

      Después de las preguntas, se hizo un momento de silencio entre los presentes. Fue solo entonces que oyó la voz de Menha, quien había permanecido callada hasta ese momento, haciéndole la pregunta más primordial de todas, con una voz suave y angustiada:

      —¿Por qué regresaste?

      —Porque era lo correcto —respondió mirando a la elfa directamente a los ojos, pidiéndole perdón en silencio—. Porque me di cuenta que había cometido un grave error cuyas consecuencias eran mucho más terribles de lo que yo jamás había imaginado. Regresé porque todo esto —hizo un gesto abarcando la habitación— es mucho más grande que mi deuda. Soy una ladrona y tal vez no tenga el honor que tienen ustedes, pero de ahí a ser un títere para el Yuiddhas hay un enorme paso que no estoy dispuesta a tomar nunca.

      La habían enviado entonces a su tienda, donde Gwain levantó un escudo para evitar que Rylee pudiese salir sin permiso de su confinamiento. También impedía el paso de cualquier persona no autorizada por él, incluida Ánuk, quien estaba vetada por completo de siquiera acercarse al área.

      Así había estado por cuatro días. Sola, en silencio. El ejército no se había movido y, aunque no sabía qué pasaba en el exterior, no había oído hasta ahora nada que le indicase que algún soldado se había marchado. Si bien la noticia del cristal les había caído a todos como un balde de agua fría, no parecía que la mentira hubiese cambiado demasiado las cosas en cuanto a la dirección a seguir como tropa.

      Pronto sería inevitable que salieran al descampado. Seguramente se estaban preparando, pensaba Rylee; la fragua había sonado incesantemente durante los días de su cautiverio y el movimiento de los soldados había sido constante.

      Contempló la reciente cicatriz de su mano, donde se había cortado para invocar al nigromante. Esa línea enrojecida se había convertido en la marca que más le dolía… y avergonzaba.

      Suspiró.

      3

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      Mientras intentaba decidir cómo sería mejor acomodarse para no terminar con alguna lesión muscular, Rylee sintió el repentino titilar que le indicaba que la barrera alrededor de su tienda había sido traspasada. Le extrañó que la Comandante fuera a verla, ya que era recién medio día y tenía aún unas cuantas horas antes de su paseo de la tarde…

      Sin embargo, no fue Crissa quien entró. En la entrada de su tienda, sonriéndole, estaba Shebahim.

      —¡Sheb! —exclamó Rylee sorprendida. El joven solo se hincó a su lado y la abrazó con fuerza, apretándola contra sí.

      —El General me dio permiso para verte —dijo Sheb contestando la pregunta que Rylee intentaba formular entre sus brazos—. He estado insistiendo estos días, pero no fue sino hasta hoy que por fin cedió. ¿Estás bien?

      —Sí, sí, por supuesto —sonrió separándose por fin. Diosas, estaba feliz de verlo—. ¿Has visto a Ánuk? —le preguntó de sopetón. Sheb rió; sabía que lo primero que haría Rylee sería preguntar por su loba.

      —Ella está bien. Está vigilada, pero no la han retenido y se ha vuelto de gran ayuda para los enanos.

      —¿La dejaron en la fragua?

      —Sí. El General pensó que sería buena idea.

      Era una idea excelente. Le daba la excusa perfecta para transformarse y liberar su energía, evitando así cualquier riesgo de fiebre; además, los enanos ya habían demostrado tenerle estima y sabía que Ánuk estaría cómoda y a salvo entre ellos. Suspiró aliviada.

      —Gracias —dijo.

      —No tienes por qué agradecer, Rylee. Sé que ella es importante para ti.

      Rylee no sabía cómo empezar a disculparse con él. De todas las personas que había lastimado con su mentira, Sheb era el que más le importaba. Sentía un profundo cariño hacia él, acentuado aún más por el hecho de que parecía ser el único que realmente se había tomado el tiempo de conocerla, exceptuando al Capitán, con quien había interactuado casi por obligación. Fuera de la estima que pudiese sentir por Gwain o Menha, con quienes había compartido durante el tiempo que estuvo en el ejército, solo Sheb había dejado una huella profunda en ella, y era su opinión —y su perdón— el que más esperaba.

      —Sheb… —comenzó a decir.

      —No tienes que disculparte conmigo, Rylee, te perdoné en el momento que regresaste a nosotros.

      Rylee